Nos acercamos al quinto centenario del nacimiento de Francisco de Javier. Los católicos navarros queremos celebrar este centenario con la solemnidad que merece, pero sobre todo, queremos celebrarlo con verdad y autenticidad.

Francisco de Javier es una referencia cálida y profunda para todos nosotros. Lo queremos, lo admiramos, nos sentimos orgullosos de tenerlo como paisano. Pero admirar de verdad a Javier es sentirse invitado a aceptarlo como modelo de vida, sin restricciones, sin acomodamientos de ninguna clase.

La grandeza de Javier comienza cuando, en la soledad y en la oración de unos ejercicios espirituales, se da cuenta de que todo es de Dios y de que el Hijo de Dios vino a este mundo y se ofreció en la cruz para que él, Francisco de Javier, conociera la verdad de Dios y la verdad de su vida, la caducidad de este mundo y la grandeza de la vida eterna.

Ante semejante descubrimiento, Francisco cambia por completo la valoración de las cosas y organiza su vida de otra manera. No le importan las aspiraciones de este mundo, él sólo quiere vivir lo más cerca posible de Jesucristo, seguirle, imitarle, vivir imitando al pie de la letra el estilo y los consejos de Jesús. Deja su carrera y sus proyectos, se une al grupo de los amigos y discípulos de Iñigo de Loyola, y comienza a vivir una vida totalmente diferente, imitando estrictamente a los primeros discípulos de Jesús. Viajan andando hacia Roma, quieren llegar hasta Tierra Santa, viven de limosna, cuidan a los enfermos, oran largamente y predican de manera sencilla y directa el evangelio de Jesús.

Cuando en 1540 el Señor le mostró cuál era la verdadera misión de su vida, Francisco no se echó atrás. Lo había dejado todo por estar enteramente a disposición de su Señor, de la Iglesia, de las necesidades de sus hermanos. Y se fue hasta los límites del mundo conocido para anunciar el mensaje de Jesús, para difundir el conocimiento de la bondad de Dios Padre, para enseñar a los hombres a vivir según la sabia y amorosa voluntad de Dios y anunciarles la gran promesa de la vida eterna. En diez años abrió caminos insospechados para la difusión del evangelio de Jesús, llevó el mensaje salvador de Jesús hasta los límites del mundo conocido, dejó todo el lejano oriente sembrado de comunidades cristianas.

Adoración y entrega, contemplación y misión, amor de Dios y amor a los hombres. ¿Cuál puede ser hoy el mensaje de Francisco de Javier para nosotros?

1. Situarse de verdad ante Cristo. ¿Qué hizo Jesucristo por mí? ¿Qué estoy haciendo yo por Él? ¿Qué voy a hacer en adelante? De estas tres preguntas tiene que salir la verdad y la auténtica grandeza de nuestra vida. Nadie debería dejar pasar su juventud sin dedicar unos días a verse a sí mismo a la luz de la fe y en la presencia viva de Dios.

2. Revisar la vida pasada a la luz de la fe. Lo que estoy haciendo, lo que quiero ser y hacer el día de mañana, ¿de verdad me va a valer de algo para la vida eterna? ¿De qué sirve ganar mucho dinero, vivir con abundancia, pasarlo ahora muy bien, si luego pierdo mi vida para siempre? Hay que valorar las cosas situándose en la perspectiva de la vida eterna.

3. Programar y organizar la vida desde la fe en Jesucristo. Si quiero ser discípulo de Jesucristo, ¿cómo tengo que vivir? ¿Cómo tengo que emplear y distribuir mi tiempo? ¿Qué es lo que realmente me interesa hacer? ¿Dónde, cuándo, cómo? No tener miedo a cambiar, no tener miedo a ser diferente, no someterse a la tiranía de la facilidad, buscar la manera de concreta de vivir como discípulo de Jesús en la vida de cada día, con resolución, con generosidad, con valor y eficacia.

4. Ponerse en las manos de Jesús. ¿Señor qué quieres que haga? ¿Cómo quieres tú que emplee y gaste mi vida? ¿Qué esperas de mí? ¿Dónde quieres que me sitúe y qué quieres que haga? Escuchar confiadamente la respuesta, El habla por medio de los acontecimientos, por medio de personas cercanas, por medio de las inquietudes y aspiraciones de nuestro corazón. Esta es la gran oración, el momento en el cual entramos por el camino de la fe verdadera y operante, la condición para descubrir el verdadero sentido y la verdadera razón de ser de nuestra vida.

A partir de aquí comenzarnos, como Francisco, a ser de verdad discípulos de Jesús, a vivir con Él y para Él, a responder a su llamada y descubrir la verdad profunda de nuestra vida. En el matrimonio, en la vida sacerdotal o misionera, en el ejercicio de una profesión civil, o en el ejercicio de un ministerio ejercido con amor en el nombre de Jesús, haciendo de mi palabra soporte de la palabra de Jesús, y de mi amor instrumento y signo del amor de Jesús, gratuito, universal, sacrificado y efectivo.

De los muchos jóvenes que peregrinan a Javier, de entre los devotos y amigos de Francisco de Javier, tienen que salir otros jóvenes valientes como él, chicos y chicas, que se entusiasmen con Jesús, que le ofrezcan su vida, que escojan como programa de vida vivir cerca de Él, imitarle, seguirle, darle a conocer, para que nuestros hermanos encuentren también en El la verdad y la esperanza de sus vidas, el gozo de saber que son hijos queridos de Dios, miembros de Cristo dirigidos y vivificados espiritualmente por El, y servidores de su Reino en este mundo nuestro de hoy y de mañana.

El mundo se perdería en una carrera sin nimbo, en una carrera alocada que no lleva a ninguna parte, si llegaran a desaparecer los cristianos entusiastas que mantienen viva la voz de Jesús y hacen que siga su amor operante en el mundo, convirtiendo pecadores y curando enfermos. Francisco de Javier es maestro y animador eficaz de estas vidas que se gastan iluminando las tinieblas de la vida con la luz de Cristo, sanando las heridas de nuestra libertad con el bálsamo del Espíritu Santo. Oremos por nuestros misioneros, respondamos como Francisco de Javier a la llamada de Jesús. «Aunque tenga que pasar peligros de muerte, no dejaré de ir a Japón, pues es muy grande el consuelo de sufrir por la difusión de nuestra fe y esforzarse para que Dios sea glorificado».

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