Las iniciativas del Gobierno han vuelto a poner de actualidad la polémica sobre la presencia de la religión en la escuela pública.. En una perspectiva democrática es evidente que la educación escolar, pública o privada, estatal o social, tiene que responder a las demandas de los padres, que son los primeros responsables de la educación de sus hijos. El Estado respalda la acción de los padres, pero no los suplanta. Mientras un 80 % de los padres españoles quieran que sus hijos sean educados en la religión católica, el Estado, al margen de los gustos personales de los gobernantes, tendrá que ofrecer la educación que los ciudadanos quieren. ¿Puede el Estado obligar a estudiar Derecho al que quiere estudiar Medicina? Pues mucho menos imponer una determinada ideología o una visión de la vida, ni religiosa ni laicista.

Pero la cuestión de fondo no está ahí. Este recelo contra la presencia de la religión católica en la escuela pública es sólo la punta del iceberg. Lo que realmente pretende el laicismo es limitar la difusión de la religión católica en nuestra sociedad. Para ellos la extensión de la religión católica en España es un mal. Y tratan de poner dificultades para que disminuya el número de católicos. Desde el punto de vista histórico creen que la fuerte influencia de la Iglesia y de la fe católica en la vida de España y de los españoles ha sido un mal. Y sacan siempre los mismos argumentos, la Inquisición, los privilegios, las riquezas. Más hondamente, algunos dirigentes piensan que la religión, toda religión, es mala y perjudicial, porque es falsa, porque secuestra la libertad del hombre, porque hace que la energía creadora de la persona se pierda en vanas fantasías, porque nos impide ver el mundo con ojos limpios y disfrutar libremente de la vida.

Esta situación no se remedia con escaramuzas políticas. Está bien que los ciudadanos católicos defiendan sus legítimos derechos utilizando pacíficamente los recursos civiles y políticos que la democracia les ofrece. Está muy bien. Pero el conflicto de fondo requiere, además, otro tratamiento, otra clase de actuaciones. Una cosa es defender los derechos políticos de los católicos. Que es justo y necesario. Y otra muy diferente es atraer a los no católicos al reconocimiento de Dios, a la fe en Cristo y a la adhesión a la Iglesia católica. Esta es la tarea central de la Iglesia, la tarea de los católicos en cuanto miembros de la Iglesia, el objetivo número uno de nuestro apostolado.

No podemos pensar que el decaimiento de la fe y la marginación social de la fe cristiana son consecuencia de una determinada política. El mal es más profundo. La incredulidad, el desinterés por la religión, el abandono de la Iglesia nace en el corazón de las personas. Cierto que hay muchas causas ambientales que favorecen estos fenómenos, pero la deserción de los cristianos y el aumento de la increencia es asunto de los corazones y no de la política. Los políticos respetarían más la religión si supieran que los ciudadanos la estiman de verdad y valoran su política religiosa a la hora de darles o negarles el voto.

El Papa ha dicho que entre las causas profundas de la increencia actual en Occidente hay que reconocer la falta de una fe viva en Cristo Jesús que sea de verdad el centro de la vida de los cristianos, y las imágenes impersonales y difusas (deístas) que tenemos de Dios. Los cristianos tendremos que pensar cómo estamos viviendo, qué imagen de Iglesia estamos transmitiendo, cómo estamos presentando a los jóvenes y a los alejados la persona de Jesús, el rostro de Dios nuestro Padre, el esplendor y la alegría de la humanidad rescatada.

La religión cristiana es el reconocimiento efectivo de Dios como Bien supremo, Creador y Salvador del Mundo y de la Historia, mediante el testimonio de Jesucristo. Y muy especialmente la respuesta de fe y de amor que damos a un Dios que se nos ha manifestado como Padre de vida y de misericordia por su Hijo hecho hombre y nos ofrece un camino de salvación para llegar a la vida inmortal. Y éste tendría que ser el punto en el cual centráramos nuestra atención. ¿Podemos los hombres prescindir de la referencia a Dios en nuestros proyectos de vida? ¿Es mejor un proyecto de convivencia laicista y excluyente que un proyecto abierto a la trascendencia y a la fe cristiana? ¿Hay que prescindir de Dios y de nuestro catolicismo para ser un país moderno y democrático?

Los católicos pensamos que ni el mundo ni la vida tienen explicación racional sin admitir la existencia de un PRIMER SER INFINITO DE NATURALEZA PERSONAL por cuya acción inteligente y amorosa tuvieron principio y se mantienen en la existencia todas las cosas.

Pensamos también que Jesucristo es un ser histórico, innegable, que se presentó como Hijo y Enviado de Dios para revelarnos sus proyectos de amor y de gracia. Murió por nosotros, por ser fiel a su misión, Dios lo resucitó y es ahora el Centro viviente del mundo. Creemos en El, nos dejamos guiar por El, esperamos que El venga en gloria y ponga en claro la verdad y la mentira del mundo.

Y creemos también en la Iglesia como portadora de la memoria de Jesús, pregonera fiel de su Palabra, mediadora de su gracia, familia de hermanos reunida y encabezada por El, con María y con todos los santos. Sabemos perfectamente que muchos cristianos no estamos a la altura de nuestra vocación. Sabemos incluso que nuestra pereza y nuestras inconsecuencias desfiguran el rostro de Jesús y oscurecen el resplandor de Dios en el mundo. Por eso no les decimos que se fijen en nosotros sino que les decimos:

– Acercáos a Jesucristo, No discutamos de cosas secundarias, miremos a Jesús, su vida, su mensaje consuelan y alegran nuestro corazón

– Creed en Dios. De El nos habló Jesús y nos dijo que es un Dios Personal, Padre, Hijo y Espíritu santo, un Dios con entrañas de misericordia que nos ha creado, que cuida de nosotros como un Padre para que crezcamos en la verdad y en el amor hasta llegar a vivir eternamente en su presencia.

– No os fijéis sólo en los errores o en los pecados de los cristianos. Ved cuántas cosas buenas ha producido la doctrina de Jesús a lo largo de la historia en todas las partes del mundo, cuántos hombres y mujeres han encontrado en la Iglesia el camino de su vida, la fortaleza espiritual para hacer el bien, para cumplir sus obligaciones de cada día, cuántos cristianos y cristianas de a pie luchan y trabajan para vivir honestamente, para ser justos y hacer el bien a los necesitados, sin ninguna ambición, sin ningún privilegio, y casi sin ningún reconocimiento.

Esta fe es perfectamente compatible con una vida democrática y abierta, en libertad y tolerancia. Es más, ha sido la fe cristiana la que nos ha enseñado a vivir así. A pesar de los muchos errores que todos lamentamos.

En esta coyuntura lo más urgente para la Iglesia y lo más beneficioso para la sociedad es que los cristianos vivamos nuestra fe con más entusiasmo, con más coherencia, con más claridad. Que seamos capaces de mostrar a nuestros conciudadanos que la vida cristiana no es nada impuesto ni añadido sino la verdad y la plenitud de nuestra vida en comunión con Cristo, Cabeza de la nueva humanidad y en comunión con la Trinidad Santa, fuente de la vida verdadera y eterna. Con calma, sin angustias ni impaciencias. Ya llegará el momento en que lo vean. Nadie se priva por gusto de los dones de Dios. Esta hora es la hora de la humildad, de la paciencia y de la esperanza. Dios nos dará, cuando El quiera, la alegría de la aurora.

Mons. Fernando Sebastián Aguilar

Arzobispo de Pamplona y obispo de Tudela

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