El domingo 27 de noviembre ha comenzado el Adviento. Ya se adivinan las luces y los cantos de Navidad. Los cristianos, en el mundo entero, conmemoramos el nacimiento de Jesús en Belén. El Hijo de Dios comienza a vivir humanamente en nuestro mundo para abrirnos los caminos de la vida y de la salvación. En Navidad comienza el mundo de nuevo. Jesús es un nuevo inicio. Por eso sentimos tanta gratitud y tanta alegría.

Este año tendremos también el riesgo de convertir la Navidad en una fiesta del consumo, tarjetas, regalos, dulces, fiestas, hasta el agotamiento. Las circunstancias del momento nos obligan a ser especialmente claros con nosotros mismos. Si queremos vivir la Navidad religiosamente, sabemos lo que tenemos que hacer, participar en las celebraciones de la Iglesia, leer y meditar los textos bíblicos, celebrar con alegría el nacimiento de Jesús en la familia, con los amigos, en ambientes cristianos. Mantener una cierta sobriedad en los gastos y celebraciones extraordinarias. Acordarnos eficazmente de los pobres.

Para entrar un poco a fondo en el mensaje del Adviento y vivirlo de verdad tenemos que pensar que Dios está presente en nuestro mundo y se llega continuamente hasta nosotros. Ha estado siempre por ser Dios, está de una manera singular en su Hijo Jesucristo, hombre como nosotros, que se hace presente en la Iglesia, en los sacramentos, en nuestros corazones y en el corazón del mundo.

Y a la vez viene a nosotros cada vez que escuchamos su palabra, cada vez que participamos espiritualmente en la Eucaristía, cada vez que nos arrepentimos y buscamos el perdón de nuestros pecados en el sacramento de la penitencia, cuando hacemos una obra buena a alguien, perdonamos una ofensa, cuando ayudamos a alguien que necesita de nosotros, siempre que damos testimonio de la verdad con nuestra vida. Hasta el encuentro definitivo y el abrazo gozoso de la vida eterna.

La constante venida de Jesús a nuestro mundo abarca también a quienes no piensan en El. En este mundo que algunos quieren sin religión, sin Iglesia, sin que resuene la palabra ni siquiera el nombre de Dios, Jesús está también presente, Jesús actúa y sale constantemente al encuentro de los hombres. También de los que no creen en El. Cuando tratan de ser justos, de cumplir con sus deberes honestamente, cuando son fieles en el trabajo, con los amigos, con la familia, cuando luchan y trabajan en favor de la verdad y la justicia, Cristo está allí y crece su presencia discreta y callada en el fondo de sus corazones. Todo lo bueno, todo lo hermoso, todo lo noble que hay en el mundo y en la vida de los hombres está promovido e impulsado por el Espíritu de Jesús, todo nos acerca hacia el encuentro con El, todo es el fruto de su presencia y de su amor.

Para unos y para otros, el Adviento es símbolo de la vida. Vivimos esperando, queriendo descubrir en la lejanía el rostro del Dios que viene hacia nosotros con los brazos abiertos, con el gran regalo de la vida, con la gran promesa de la vida eterna entre las manos. Nadie puede vivir sin esperar. Cuidemos de no errar el sentido de nuestra esperanza. Nuestra esperanza llega con Cristo hasta el corazón de Dios. No dejemos que se enrede en las cosas de la tierra, ni permitamos tampoco que quede asfixiada por las decepciones y los sufrimientos de este mundo. Dios está, Dios viene, su fidelidad dura para siempre.

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