Desde hace bastantes años se desarrolla en el mundo un cambio profundo en la comprensión y ejercicio de la sexualidad. En el momento presente está ya ampliamente difundida una visión y una práctica de la sexualidad humanamente empobrecida, reducida a un medio de obtener placer y bienestar. La unión de los cuerpos deja de ser signo de entrega y comunicación personal y alcanza la categoría de fin, o de medio para el propio placer. Disminuye la donación y aumenta la utilización.

Este movimiento cultural que se difunde casi sin darnos cuenta por los seriales de TV, las películas, las canciones, las novelas y las enseñanzas de muchos maestros oportunistas, se ve ahora reforzado por la actividad legislativa de nuestros gobernantes.

En el caso del reconocimiento de un verdadero matrimonio entre homosexuales, lo peor no es el que se reconozcan unos pretendidos derechos a una pareja de homosexuales en razón de su compromiso de convivencia. Lo más grave es que estos derechos se les concedan como consecuencia de reconocer esta forma de convivencia como un verdadero matrimonio. De rechazo queda modificada la noción y aun la realidad del verdadero matrimonio. Si la unión entre dos personas del mismo sexo es un verdadero matrimonio y merece el mismo tratamiento que la unidad de vida formada por un varón y una mujer, quiere decir que la diferencia sexual, y por tanto la procreación de los hijos, ya no son elementos esenciales en esta institución básica que llamamos matrimonio.

En esta perspectiva, da igual ser varón que ser hembra, la sexualidad no depende de la propia naturaleza, ni está vinculada a la procreación de los hijos, cada uno la puede ejercer como quiera, y todas las formas merecen el mismo reconocimiento y el mismo tratamiento por parte de las autoridades responsables del bien común de la sociedad. ¿Se dan cuenta nuestros gobernantes de lo que esto significa? ¿No saben que el matrimonio estable entre hombre y mujer es la estructura primera de la sociabilidad humana, y por tanto fundamento y origen de la estructuración de la sociedad real?

Tan grave como esto es la legalización de lo que se ha llamado el «divorcio exprés». Un contrato con una exigencia de estabilidad tan débil ya no se puede llamar matrimonio. A partir de ahora la legislación civil española ya no reconoce un verdadero matrimonio, ni favorece la estabilidad familiar ni matrimonial, más bien favorece las uniones efímeras y todo el cúmulo de sufrimientos que llevan anejos para los interesados y sobre todo para los hijos.

Las leyes tienden a configurar las mentes y la vida de los ciudadanos. Por eso esta legislación no solamente deteriora la idea del matrimonio y de la familia, sino que induce a aceptar estas prácticas como normales y legítimas. Se quiera o no, son un verdadero ataque al matrimonio y a la familia y por eso mismo a la felicidad de las personas y al bienestar social. Con más matrimonios rotos y más hijos heridos en sus afectos más profundos ¿vamos a ser más felices?

Por respeto a la ley de Dios, por el bien de nuestros hijos y por lealtad con la sociedad entera, los cristianos nos sentimos obligados a defender en estos momentos la verdadera noción de matrimonio, entendido como unión estable entre varón y mujer, fundado en un amor definitivo y abierto a la procreación y educación de los hijos. Con la autenticidad del matrimonio, tendremos que defender también la unidad, estabilidad y fecundidad de la familia. Defendemos la familia porque la reconocemos como un bien decisivo para la sociedad, para el pleno desenvolvimiento de las personas, en su ser físico, afectivo, espiritual, cívico y religioso. La familia nos ofrece la posibilidad de nacer, crecer y vivir con la ayuda y el gozo de una convivencia interpersonal fundada en un amor verdadero y generoso. Nada de esto es, por supuesto, automático, como todas nuestras realidades espirituales, fundadas en el amor, el matrimonio puede fracasar, puesto que nuestra libertad puede fallar, por eso en estos asuntos resulta esencial la recta educación y la ayuda de las instituciones sociales y políticas.

¿Qué podemos hacer los cristianos para apoyar y defender la familia?. En primer lugar tenemos que comenzar por respetarla nosotros en nuestra propia vida, mostrar ante la sociedad la grandeza del matrimonio entendido y vivido desde un amor estable y fiel, la profunda humanidad de la familia fecunda y unida en un amor generoso y abierto. Al paso que vamos, dentro de poco, la familia cristiana será proclamación profética de una humanidad diferente, una humanidad renovada por el amor de Dios que El nos da y crece en el corazón de quienes le invocan engrandeciendo y santificando nuestra vida.

Podemos y debemos rezar para que nuestros jóvenes descubran el valor de la castidad como educación para el amor generoso y fiel, para que las nuevas familias proyecten su vida de acuerdo con la sabiduría de Dios, el espíritu de Jesucristo y las enseñanzas de la Iglesia. Podemos desplegar actividades educativas desde las asociaciones de padres, en las parroquias y colegios, ayudando a los jóvenes a descubrir el misterio y las riquezas de la sexualidad entendida en una perspectiva personal, vivida como signo y vehículo de comunicación, donación y ayuda entre hombre y mujer. A la vez tendremos que desarrollar actitudes de más respeto y ayuda a los jóvenes que encuentran dificultades para integrar su sexualidad de forma correcta, con un gran respeto, con un amor sincero, con todos los recursos que ofrecen una buena educación y una acertada atención profesional, iluminadas por una antropología correcta.

Como miembros responsables de una sociedad democrática podemos y debemos intentar influir en la opinión pública y en vida política de nuestra sociedad utilizando los recursos que nos ofrece el ordenamiento democrático. Tenemos a nuestra disposición muchos medios, podemos manifestar nuestra opinión en los medios públicos, utilizar las «cartas al director» para discutir las ideas vertidas en otros escritos, en declaraciones o actuaciones de nuestros políticos, podemos ejercer oportunamente el derecho a manifestarnos, y podemos, sobre todo, emplear nuestro voto, negando la confianza a quienes ataquen o no defiendan un bien tan grande de nuestro patrimonio histórico y moral como es la familia. No podemos aceptar pasivamente un ataque tan grave a nuestras tradiciones y nuestros modos de vida personal y social.

A cuantos estáis dispuestos a defender la familia humana y cristiana os animo a hacerlo de manera justa y efectiva, con el ejemplo de vuestra vida y con una participación activa y responsable en la vida de la Iglesia y en la vida pública. Dios os bendiga ahora y siempre. La santa familia de Jesús, María y José sea nuestro modelo y nuestra ayuda.

Mons. Fernando Sebastián Aguilar

Arzobispo de Pamplona y obispo de Tudela

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