Los creyentes sabemos bien que en todas nuestras cosas necesitamos contar con la ayuda de Dios. La oración es siempre fuente de acierto y de energía. Dios ilumina nuestra mente para que sepamos lo que tenemos que hacer, nos da fuerza y perseverancia para conseguir aquello que verdaderamente nos conviene. Pero no suple ni suplanta nuestra libertad. Cada uno es dueño y responsable de su vida. Esto vale también en relación con las vocaciones al ministerio sacerdotal que nos son tan urgentemente necesarias.

Hubo un tiempo en que Navarra exportaba sacerdotes y misioneros. Ahora hace años que no podemos ni siquiera reponer las bajas de nuestros propios sacerdotes. Es un dolor tener que decir a los Obispos de Africa o de Asia que ya no podemos enviarles sacerdotes, sencillamente porque no tenemos ni los que necesitamos para atender a nuestras parroquias.

Hace ya varios años que Navarra necesita recibir sacerdotes de otras Iglesias para ir cubriendo a duras penas las inevitables bajas que se van produciendo en nuestra Iglesia. En este momento trabajan en nuestras Diócesis sacerdotes polacos, americanos y africanos. Y nos beneficiamos ampliamente de la colaboración de varias Congregaciones religiosas.

No es que pretendamos volver a situaciones pasadas en las que el número de sacerdotes era casi excesivo. El pasado nunca vuelve. Estamos en la sensibilidad del momento. Contamos con el trabajo y la colaboración de los fieles seglares. Pero no es cierto que los seglares puedan suplir el trabajo de los sacerdotes. Cada uno tiene su lugar y su misión específica en el conjunto de las labores de la Iglesia. Normalmente, donde no hay un buen sacerdote, tampoco hay seglares para llevar adelante las tareas de la Iglesia. Hemos reagrupado las parroquias rurales, tratamos de acomodarnos en lo posible a las condiciones de la vida moderna. Por eso mismo necesitamos más sacerdotes para las barriadas urbanas, para la evangelización de los jóvenes, para la atención personal a la formación y a la vida de las personas y de las familias, para intervenir en los nuevos foros de la cultura y de los medios de comunicación.

Ante esta situación, ningún miembro de nuestra Iglesia puede quedar indiferente. Necesitamos ante todo tener una idea clara de qué es una vocación. La vocación no es nada extraordinario. No hace falta que se nos aparezca un ángel diciéndonos lo que Dios quiere de nosotros. La vocación consiste en una percepción continuada, insistente, de la necesidad de una tarea importante, que Dios hace crecer en nuestro espíritu. Y la respuesta a esa vocación es el deseo sincero y eficaz de dedicar la vida a aquello que Dios nos ha descubierto como necesario para el bien del prójimo. Tener vocación para ser sacerdote se reduce a estos dos verbos: querer y poder. Claro que para las dos cosas hace falta la ayuda de Dios, que nunca falta, y un corazón seducido por la persona y la misión de Jesucristo.

Lo esencial es que los cristianos lleguemos a un momento de la vida en el que sintamos la necesidad de encontrar lo que Dios quiere nosotros. Ka tarea de los sacerdotes y de los educadores es ayudar a los jóvenes a descubrir que su verdadera felicidad está en acertar con lo que Dios quiere de ellos, en vivir su vida en respuesta a la llamada de dios y las necesidades del prójimo. “Señor qué he de hacer para vivir de acuerdo contigo””? Esta es la oración fundamental que todo cristiano tiene que hacer y sentir en algún momento de su vida.

Aparecen vocaciones para el sacerdocio y para la vida consagrada allí donde hay jóvenes que viven intensamente la vida cristiana. Lo decisivo es entrar en relación directa con el Señor, una relación de oración, con lectura y meditación de los evangelios, con Misa diaria y confesión frecuente, con conocimiento cercano de la vida y las tareas de la Iglesia. Todo ello en una actitud alegre y generosa; sin intereses personales, sin críticas ni amarguras, con magnanimidad y gratitud. No son actitudes que abunden mucho en estos tiempos, pero este es el clima en el que deberíamos educar a nuestros jóvenes en las familias y en las comunidades cristianas. Los jóvenes descubren con facilidad este camino del seguimiento de Jesús cuando viven junto a algunos adultos que van por delante en este seguimiento.

Las familias cristianas, las parroquias, las asociaciones cristianas tendrían que proponerse este objetivo como una de sus obligaciones primarias. Una comunidad cristiana que vive con intensidad la vida cristiana produce espontáneamente esta vocaciones de especial dedicación y consagración. Cuando no ocurre así, es signo de que algo está fallando en nuestra vida. No estamos haciendo las cosas bien. Ni las familias, ni los colegios, ni las parroquias. Comencemos por rezar, por pedir a Dios con un corazón humilde y amoroso que nos bendiga con este don de jóvenes ganados por el amor de Jesucristo y de su Iglesia, dispuestos a poner la vida en manos del Señor para el servicio de su Iglesia. Cuando El quiera, como El quiera, nos escuchará.

 

+ Mons. Fernando Sebastián Aguilar

Arzobispo de Pamplona y obispo de Tudela

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