El Papa tiene cierta facilidad para acuñar frases rotundas. En su reciente encíclica, entre otras muchas cosas, dice “El encuentro personal con Jesucristo nos descubre nuevos horizontes de vida”. Y es así. San Francisco de Javier es un ejemplo llamativo. Sin duda se pueden aducir otros muchos casos. Pero el de San Francisco es excepcional.

El había ido a Paris con sus propios planes. Quería estudiar, promocionarse para volver con un halo de prestigio y poder alcanzar cargos importantes en la Iglesia de Navarra o de España. Se resistió a las recomendaciones de S. Ignacio. Pero cuando el Señor le ganó el corazón, cambió todo en su vida. Renunció a sus proyectos, se entregó al seguimiento de Jesucristo con todo el amor de su corazón y comenzó un género de vida absolutamente diferente. Sería sacerdote, por supuesto, pero de otra manera. Quería imitar en todo la vida de Jesús, hablar de El a toda clase de personas con el ardor y el entusiasmo que abrasaban su corazón, servir a los pobres y enfermos en el nombre del Señor. Es entonces, en aquellos años de vida oculta cuando se forja en su interior la personalidad y el estilo del futuro apóstol. Diríamos que ese tiempo son los años de formación de S. Francisco, sus años de Seminario. Jesús le había descubierto “un nuevo horizonte de vida”.

Esta puede ser la mejor lección de S. Francisco Javier en relación con nuestro Seminario y con el tema tan importante de las vocaciones sacerdotales. Hace muchos años que padecemos una dura sequía vocacional. Dios sigue llamando, pero necesita nuestra colaboración.

Necesita, en primer lugar, la colaboración de las familias cristianas. Los sacerdotes no nacen en el Seminario, sino en las familias cristianas. Necesitamos padres y madres cristianos que reciban con gratitud los hijos que Dios les dé y se sientan felices de poder ofrecer a Dios alguno de ellos para el servicio de la Iglesia y la predicación del evangelio. El clima religioso de la familias, el ejemplo de los padres, la educación religiosa de los niños en sus primeros años son el primer seminario de la comunidad cristiana. ¿Dónde crecieron aquellas convicciones de San Francisco que luego brotaron con tanta fuerza gracias al celo y a la perseverancia de San Ignacio?

Y con la familia hacen falta otros “Ignacios”. Es decir, es absolutamente necesario y urgente que los sacerdotes y educadores religiosos nos demos cuenta de la urgente necesidad de colaborar con la gracia de Dios para que surjan en nuestra comunidad jóvenes capaces de escuchar la llamada de Dios y ofrecerle su vida para servir al Pueblo de Dios en el ejercicio del ministerio sacerdotal. No valen excusas ni teorías, lo que la experiencia y la doctrina de la Iglesia enseñan al unísono es:

1º, que la presencia y el servicio de un buen sacerdote es normalmente indispensable para que crezca la fe y la vida cristiana en una determinada comunidad. Todos somos necesarios, también el sacerdote.

2º, otro hecho indiscutible es que allí donde hay un grupo de jóvenes que vive intensamente la vida cristiana, con oración, participación en la eucaristía, práctica frecuente del sacramento de penitencia, servicio de caridad y apostolado, surgen las vocaciones de especial consagración, para el ministerio sacerdotal, la vida consagrada y misionera en sus diversas formas. La larga sequía de vocaciones es, sin duda, una llamada de Dios, no a revisar estructuras, como se dice, sino a revisar nuestras vidas, en dedicación, fidelidad, ideas y objetivos. Nadie que tenga un corazón eclesial puede ver con indiferencia esta situación.

Gracias a Dios tenemos en nuestro Seminario un grupo importante de jóvenes que se preparan con seriedad y generosidad para ser pronto sacerdotes en nuestras parroquias. Son diecisiete, tendrían que ser al menos cuarenta o cincuenta. Estoy seguro de que el Señor nos bendecirá con nuevas vocaciones si nosotros respondemos a su llamada. ¿Cómo no va a haber entre nosotros jóvenes generosos y valientes que descubran en Jesús “el horizonte de su vida”?

Es evidente que nuestro problema central es la renovación religiosa de nuestras comunidades, del Pueblo de Dios en general. Pero esta tarea hay que acometerla desde diversos puntos estratégicos. Y uno de ellos, muy importante, es la preparación de buenos sacerdotes, bien preparados, cultos, entregados apasionadamente al seguimiento de Jesús y al servicio de su Iglesia. Pero para eso hacen falta buenos Seminaristas. Dios no deja de llamar. Es nuestra colaboración la que falla.

Elevemos oraciones fervientes en nuestras parroquias, asociaciones y familias cristianas. Pidamos al Señor que se sirva de nosotros para iluminar la mente y mover el corazón de algunos de los jóvenes que él pone a nuestro alcance y bajo nuestra responsabilidad. Ayudemos con nuestra colaboración y nuestras limosnas a la vida del Seminario y la formación adecuada de nuestros Seminaristas. Desde ahora os agradezco en el nombre del Señor cuanto podáis hacer para aliviar esta urgente necesidad de nuestra Iglesia de Navarra. En lo espiritual y en lo material. Que el Señor y la Virgen María bendigan nuestros trabajos y tengan misericordia de nosotros.

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