Vivir y anunciar el «sí» de Dios

Introducción.

Veíamos ayer, con pesar, como una oleada de laicismo se va extendiendo por nuestra sociedad. Es ya un hecho que salta a la vista. Los hijos de muchos cristianos practicantes no van a Misa, se casan por lo civil, más de un 80 % viven habitualmente alejados de la Iglesia. El 25 % de los niños que nacen en España nacen fuera del matrimonio, han aumentado de forma alarmante las cifras del aborto, la castidad y la virginidad son categorías casi del todo ignoradas.

La verdad es que vivimos en una sociedad descristianizada, una sociedad neopagana. Con un paganismo especial. El paganismo antiguo era un paganismo poblado de dioses falsos. Había religiosidad, equivocada pero había religiosidad. El paganismo actual es un paganismo de puro desierto religioso, un paganismo de indiferencia y de insensibilidad. Nuestro mundo es un mundo en el que no brilla la luz de Dios. Estamos en pleno eclipse.

Muchas de las desgracias que lamentamos tienen bastante que ver con esta descristianización y paganización de nuestra sociedad. No se puede negar que el aumento de la delincuencia, el crecimiento de la violencia y de los crímenes en el seno de la familia, la drogadicción, los abortos, las numerosas rupturas matrimoniales y tantas otras cosas lamentables como se dan en nuestra sociedad, tienen mucho que ver con la falta de educación y de formación cristiana en muchos niños, adolescentes y jóvenes. La vida cristiana sincera de los ciudadanos es el mejor fundamento para una sociedad sana, justa y pacífica.

Esto mismo tenemos que aplicar a nuestra Iglesia de Navarra. La Iglesia de Navarra era una Iglesia vigorosa, fervorosa, en la mayoría de las familias navarras se vivía sinceramente la fe, eran familias numerosas, trabajadoras, honestas, donde se vivía y se practicaba la vida cristiana con sinceridad y entera normalidad. Hoy no es así. Casi un 50 % no se acercan a la Iglesia ni poco ni mucho. Crece el número de los matrimonios civiles y de los divorcios, el número de los abortos de mujeres jóvenes y casi adolescentes.

Ante semejante situación, en nuestro corazón puede brotar un sentimiento de desánimo, incluso de fracaso. Algunas actitudes se parecen a las de los discípulos de Emaús, nosotros creíamos que la Iglesia era más consistente, que la fe era más firme y duradera. Pero está visto que en poco tiempo el cristianismo puede llegar a desaparecer.

Otros podéis sentir deseos de luchar, de combatir este movimiento de laicismo, de defender por todos los medios legítimos estos bienes que os parecen un tesoro, este tesoro de la fe que ha enriquecido y fortalecido la vida de nuestros antepasados, que ha llenado nuestra tierra de valores espirituales y de riquezas artísticas, que ha configurado nuestra sociedad y nuestra vida.

La sugerencia de los Obispos es más humilde y más sabia, también más eficaz; “la condición indispensable para que los católicos podamos tener una influencia real en la vida de nuestra sociedad, antes de pensar en ninguna acción concreta, personal o colectiva, es el fortalecimiento de nuestra vida cristiana, tanto en sus dimensiones estrictamente personales, como en nuestra unidad espiritual y visible como miembros de la única Iglesia de Cristo, vivificada por el Espíritu de Dios, alimentada por la Palabra y por los sacramentos” (Orientaciones Morales, n.32).

Humildad y realismo.

La Iglesia en su conjunto siempre ha necesitado revisión y penitencia. Nunca los cristianos hemos sido enteramente fieles al evangelio de Jesús, todos tenemos en el secreto de nuestra historia muchas infidelidades, faltas de amor y de generosidad, preferencias egoístas, pecados de acción y de omisión.

Nadie puede presumir de conocer los designios de Dios, pero es evidente que estas dificultades ocurren, en buena parte, como consecuencia de la tibieza y los errores de los cristianos, y es también claro que en los planes de Dios estos acontecimientos tienen una finalidad positiva, porque Dios, en su amor infinito, con su sabiduría y su gran poder, aprovecha hasta nuestros propios pecados para el bien de los elegidos.

Tenemos que pensar que por medio de estos acontecimientos que lamentamos Dios nos está pidiendo un esfuerzo de mayor claridad y firmeza en nuestra fe, más fortaleza en nuestra esperanza, más ardor y más efectividad en nuestra caridad. No son los que presumen de reformistas los que en la historia han hecho avanzar y crecer a la Iglesia, sino los santos, los que comenzaron por pedirse cuentas a ellos mismos. Si en el mundo se apaga la fe en Dios, si crecen los egoísmos y aumentan las deficiencias y las corrupciones en todos los órdenes de la vida, comencemos nosotros por rezar más, pongamos nuestro corazón en la vida eterna con más claridad y decisión, vivamos sobriamente, dediquemos tiempo, esfuerzos, trabajo y dinero a servir a los demás desprendidamente en el nombre del Señor. Así es como verán nuestras buenas obras y las personas de buena voluntad se sentirán invitadas a creer.

“La evangelización y el servicio cristiano a la sociedad será obra de cristianos convencidos y convertidos, maduros en su fe, una fe que les permita una confrontación crítica con la cultura actual, resistiendo a sus seducciones, y les impulse a influir eficazmente en los ámbitos culturales, económicos, sociales y políticos, que les capacite para transmitir con alegría la misma fe vivida a las nuevas generaciones y les impulse a construir una cultura cristiana capaz de evangelizar y transformar la cultura dominante” (ib. n. 37).

La renovación espiritual de la Iglesia será el resultado de la renovación espiritual de muchos de nosotros, sacerdotes y laicos, religiosos y seglares, adultos y jóvenes. A todos nos llama el Señor a un cambio significativo en nuestras vidas, un cambio a más vida de piedad, a una vida de más austeridad, más generosidad y más dedicación efectiva al servicio del prójimo, cada uno según su vocación y sus posibilidades personales. Todos nosotros, personalmente, estamos llamados a ser luz del mundo, luz en nuestros ambientes concretos, con nuestras palabras y nuestras obras. Que la luz de Cristo brille en nuestras vidas e ilumine los ambientes en que vivimos.

Muchas veces cristianos y no cristianos hemos puesto nuestras esperanzas de renovación en los cambios sociales, cambios dentro de la Iglesia y de la sociedad. Sin duda habrá muchas cosas que pueden mejorar. Pero tenemos que darnos cuenta de que el cambio verdadero tiene que hacerse dentro de nosotros. Somos nosotros los que llevamos en el corazón los virus de la ignorancia y del egoísmo, somos nosotros los que estropeamos todo lo que tocamos. Hemos manchado la religión, y a lo largo de la historia sen hecho cosas atroces en nombre de Dios. Pero ¿acaso en nombre de la libertad y del laicismo no se han cometido grandes errores y grandes atropellos? Hemos manchado instituciones venerables como la monarquía y el ejercicio de la autoridad, pero ¿no hemos cometido también errores y despropósitos con instituciones republicanas y democráticas? Hemos hecho mal uso de las instituciones tradicionales, pero ¿acaso no hay también errores, deformaciones y fracasos en las instituciones más democráticas y renovadas? Tenemos que convencernos de que el verdadero cambio tiene que comenzar dentro de nosotros, el cambio real y eficaz es la conversión a Dios, salir de nosotros mismos y poner en Dios nuestro corazón, nuestro primer amor, el principio rector constante y permanente en todos los momentos y las actuaciones de nuestra vida.

Volver a las raíces.

Para renovar y fortalecer nuestra vida religiosa podemos hacer muchas cosas, podemos recuperar muchas tradiciones religiosas de nuestros pueblos, impulsar asociaciones y movimientos, crear mil nuevas iniciativas. Pero en definitiva todo se juega en la sinceridad y eficacia de las convicciones y decisiones religiosas de cada uno de nosotros. La cuestión capital es que los cristianos vivamos una verdadera experiencia de conversión. Conversión a qué? Al reconocimiento de la figura histórica de Jesucristo, Hijo de Dios hecho hombre, muerto y resucitado por nosotros, como centro de nuestra vida, como Dios nuestro y punto de partida para la comprensión y realización de nuestra vida.

La Encarnación del Hijo de Dios en nuestra estirpe humana es la consecuencia y la expresión del amor de Dios que quiere estar con nosotros, que quiere ayudarnos a vivir en plenitud lo que El nos ha dado en nuestra humanidad, que nos abraza y nos levanta hasta su corazón para hacernos hijos y meternos en la intimidad gloriosa de su vida eterna. Jesús es el SÍ del Dios creador a la Humanidad y a cada uno de nosotros.

a) Jesucristo

Las dificultades del momento nos están llamando a renovar nuestra fe en Jesucristo, con más claridad, con más diligencia, con más influencia en nuestra vida. Sin esta renovación espiritual no podremos sobreponernos a las dificultades del ambiente ni podremos tampoco ser testigos convincentes de Jesús en nuestro mundo. Parece que os oigo decir ¿qué tenemos que hacer? Es lo que preguntaron los oyentes a los apóstoles el día de Pentecostés. Esa buena disposición fue el principio de la expansión de la fe y de la Iglesia de Jesús en el mundo.

Ante todo nos hace falta conocer mejor la persona, la historia y las enseñanzas de Jesús, hagamos el esfuerzo de dedicar un ratito cada día a leer un pasaje del evangelio, leamos atentamente algún número del Catecismo de la Iglesia católica. Es una lectura que no puede faltar en el horario de un cristiano que quiera estar a la altura de los tiempos. Este acercamiento a la realidad histórica de Jesús tiene que llevarnos a centrar nuestro corazón en El, en su misteriosa, pero real y cercana, en su vida de resucitado, en la gloria de Dios, como corazón del mundo y centro de nuestra existencia. La fe en Jesús como Hijo de Dios, hecho hombre, muerto y resucitado, constituido por Dios Señor y Salvador del mundo, fuente de vida para cada uno de nosotros tiene que ser una decisión vital en la cual deben quedar totalmente empeñadas nuestra voluntad y esperanza de vivir, de manera que El sea realmente el fundamento y el horizonte de nuestra vida, el patrón y la fuente de nuestras aspiraciones y de nuestro comportamiento.

b) La Santa Trinidad

Con Jesús y como Jesús, tratemos de situarnos en la presencia de Dios. Nuestra fe y nuestra vida religiosa tiene que ser más claramente una relación personal con Dios, relación de alabanza, gratitud, confianza, amor verdadero. Nuestra imagen de Dios no puede ser una imagen genérica, confusa, indeterminada. Tenemos el conocimiento de Dios que Jesús nos transmitió. El Dios de Jesús es Padre, Hijo y Espíritu Santo. Un Dios vivo, creador, providente, cercano, amoroso y vivificador. Acerquémonos a El con el amor y la confianza de un hijo pequeño, pongamos en El nuestro corazón, nuestro primer amor y el centro de nuestros deseos, dejémonos juzgar por El, hagamos penitencia constante de nuestras rebeldías, tratemos de ver y programar nuestra vida desde la sabiduría y la voluntad santa de Dios, vivamos libres de los afanes de este mundo, confiando en su providencia de padre misericordioso. Es verdad que nos resulta difícil relacionarnos directamente con un Dios demasiado grande, demasiado misterioso, que desborda nuestras capacidades. No olvidemos que Jesús es Camino y Puerta abierta para acercarse al misterio y a la realidad de Dios, lo adoramos con El, rezamos con El, nos ponemos en sus manos apoyándonos en el testimonio y en la mediación de Jesús que nos acompaña. Dios es siempre el Dios de Jesús, el Dios del que Jesús nos habla, el Dios al que podemos acercarnos con las palabras y los afectos de Jesús. El Dios Padre al que adoramos con los sentimientos filiales de Jesús, el Dios Hijo que se ha hecho hombre y ha renovado el mundo en su propia humanidad, el Dios Espíritu Santo que viene a nosotros por obra de Jesús y hace crecer en nuestros corazones el amor filial que nos acerca a dios, nos libra de nuestros pecados y santifica nuestras vidas con obras buenas de amor y misericordia.

c) la esperanza de la vida eterna

En la actualidad se habla muy poco de la salvación eterna. Tenemos dificultades de lenguaje, de figuración, de símbolos. Hay que volver al lenguaje mas estrictamente neotestamentario. Jesús habla de “salvar la vida”, alcanzar “la vida eterna”, llegar a “la morada de Dios”. Los apóstoles emplean la noción de resurrección como forma de designar de forma completa la acción salvadora de Dios. Lo cierto es que sin esta referencia explícita a la salvación eterna y al riesgo de la condenación, no es posible expresar adecuadamente el mensaje de Jesús ni las enseñanzas de la Iglesia.

La fe cordial y amorosa en el Dios que resucitó a Jesucristo nos llevará a comprender las verdaderas dimensiones de nuestra vida y a valorar en su verdad todos los acontecimientos y circunstancias de nuestra vida, la pobreza y la abundancia, la salud y la enfermedad, la alegría y el sufrimiento, la vida y la muerte. La esperanza de la resurrección nos libera de las esclavitudes de este mundo y dispone nuestro corazón para amar y ayudar al prójimo, con un amor sincero y eficaz, que no busca la publicidad ni retrocede ante las renuncias y sacrificios, un amor que transforma poco a poco la totalidad de nuestra vida, nuestros juicios y sentimientos, nuestros deseos y nuestras obras.

d) la caridad

La religión cristiana es la religión del amor, la religión que reconoce a Dios como Amor, que ve en Jesucristo el amor de Dios operante en nuestro mundo con gestos de hombre, el amor asumido y anunciado como permanente y universal en todas las dimensiones y circunstancias de nuestra vida. Un buen ejercicio durante esta cuaresma será leer la encíclica del Santo Padre, “Dios es amor”. La podéis comprar en cualquier librería religiosa.

Esta es la fe que tenemos que alimentar con nuestras lecturas y con nuestra oración de cada día, la fe que tenemos que pedir a Dios con humildad, confianza e insistencia. Esta es la fe que transformará nuestras vidas desde dentro mediante la fuerza del amor y de la esperanza, la fe que nos librará de nuestros muchos pecados y multiplicará nuestras buenas obras, la fe que nos permitirá ser luz de Dios y de Cristo para nuestros hermanos, ayudándoles a salir de sus errores y a reconocer con alegría la verdad y la grandeza de los dones de Dios en Jesucristo.

e) la comunión eclesial

Todo esto será posible si vivimos espiritualmente dentro de la Iglesia, si vivimos en comunión de amor y de aceptación con el Papa y con nuestros Obispos, formando parte de la comunidad espiritual y visible de la gran familia de los hijos de Dios, encabezada por Jesús, que es la Iglesia católica y apostólica. La Iglesia de Jesús, presidida por el Papa y los Obispos, antes que la comunidad de los creyentes, es el cauce de continuidad histórica con la comunidad apostólica vinculada directamente a Jesucristo, instrumento y manifestación de nuestra comunión espiritual y real con el Cristo de la salvación. Por eso es tan importante que utilicemos el Catecismo de la Iglesia católica como libro de cabecera, como alimento y apoyo diario de nuestra fe, de nuestra mentalidad y de nuestra manera de ver y valorar las cosas de nuestra vida, sin ceder ante las críticas de quienes viven en el error del laicismo, sin dejar que las dudas o las concesiones desfiguren nuestra identidad católica. En el Catecismo de la Iglesia católica tenemos la descripción de lo que tiene que pensar hoy un cristiano. Quienes lo menosprecian, quizás sin haberlo leído ni una sola vez, dan muestras de un orgullo adolescente e inmaduro que les impide crecer en su vida espiritual y llegar a la madurez de su fe y de su testimonio.

Un nuevo estilo

El rechazo que sufre en nuestra sociedad el anuncio del evangelio y todos los temas que tienen relación con la religión o con la moral, nos obliga a revisar nuestra manera de actuar, con el fin de superar estas dificultades y facilitar que nuestros interlocutores acepten el mensaje cristiano como algo importante, algo bueno y provechoso que vale la pena atender y que merece su adhesión.

No se trata de adoptar soluciones falsas que alteran o diluyen el anuncio del evangelio y la identidad cristiana. Eso ya ha quedado claro anteriormente. Se trata más bien de anunciar la plenitud del evangelio de manera que aparezca como algo importante y provechoso.

No es conveniente por ejemplo utilizar los resortes del miedo, de la amenaza. No es conveniente utilizar expresiones ni actitudes que aparezcan como impositivas, dominantes, que suenen a menosprecio, o den lugar a pensar que los creyentes nos creemos superiores a los demás.

En realidad lo mejor es atenerse lo más posible a la verdad de las cosas. Nosotros no somos dueños de los bienes que anunciamos, ni tenemos ningún mérito en ser nosotros creyentes. Todo es gracia de Dios, providencia, misericordia. No tenemos competencia para juzgar a nadie. Simplemente somos humildes y pobres como los demás, tenemos la suerte de haber recibido unos dones de Dios de los que estamos muy agradecidos y con la mejor voluntad y toda sencillez queremos que ellos los conozcan también, que reciban los mismos bienes que nosotros hemos recibido, que estamos dispuestos a darles las aclaraciones que ellos quieran, que no hay razones verdaderas para rechazarlos. Esto es lo que queremos decir cuando adoptamos la expresión del Papa, tomada a su vez de San Pablo: al anunciar el evangelio, al invitarlos a volver a la fe, lo que queremos es anunciarles el Sí de Dios, que Dios nos ha dado, en Jesucristo. Un Sí a nuestra humanidad, un Sí a nuestra vida personal, un Sí a los deseos más profundos de nuestro corazón. Tenemos que saber presentar a Jesús, y su testimonio sobre Dios como una verdadera providencia de salvación, de plenitud, de liberación de todas las fuerzas del mal que nos desvían de la verdad y del gozo de nuestra vida tal como Dios la pensó y la quiere para todos sus hijos.

En esta misión de evangelización, los Obispos nos invitan a poner nuestra atención en tres momentos especialmente importantes de la vida cristiana: mejorar la iniciación de los nuevos cristianos al conocimiento y la práctica de la fe y de las virtudes cristianas; cuidar especialmente todo lo relacionado con la celebración del matrimonio y la santificación de la vida familiar; reconocer prácticamente la centralidad de la Eucaristía dominical en la vida de la comunidad, de las familias cristianas, y de cada cristiano en particular. Estos mismos puntos pueden ser un buen programa para nosotros en esta cuaresma.

El testimonio de la vida cristiana y el anuncio del evangelio de Jesús tiene que ser un anuncio hecho con gozo, con alegría. Las parábolas del Reino son siempre parábolas de alegría, habíamos perdido y hemos encontrado, había perdido y he encontrado, … Una alegría que se comunica y se comparte. Un cristianismo triste ya no es atractivo para nadie.

Mejorar nuestra formación

La formación básica del cristiano, en lo intelectual y en lo vital, tiene que ser adquirida en el tiempo de su Iniciación Cristiana. En tiempos anteriores esta Iniciación la recibíamos casi naturalmente en el ambiente de nuestras familias. Hoy, en cambio, muchos niños y adolescentes no reciben en sus familias la formación que necesitan, ni a veces la reciben en sus colegios. Las catequesis parroquiales y las clases de religión no pueden suplir suficientemente lo que no se recibe en casa, ni pueden tampoco contrarrestar las mil influencias negativas que reciben en la calle, en sus ambientes de vida.

Por todo ello la formación y preparación espiritual de los nuevos cristianos tiene que ser una preocupación primordial de toda la comunidad cristiana. Lo referente a la Iniciación cristiana de los catecúmenos o de los recién bautizados puede tener una especial aplicación durante esta cuaresma. Si preparamos algunos bautizos para la Gran Vigilia o el tiempo de Pascua podríamos hacerlos ya con estas disposiciones de renovación pastoral y espiritual. Nuestra Delegación de Catequesis tiene ya prevista una adaptación del Catecumenado para estos casos, adaptándolo a nuestras previsiones generales para la catequesis de los niños y adolescentes antes de la primera Comunión y de la Confirmación de su Bautismo. En el caso más frecuente del Bautismo de los párvulos tendríamos que presentar con el mayor interés la nueva práctica de pedir a los padres que antes de celebrar el bautismo de sus hijos, vean ellos cómo se preparan y cómo organizan su vida matrimonial y familiar para poder educarlos cristianamente como células vivas de la Iglesia, en las que se realiza día a día la incorporación de sus hijos a la vida de la comunidad cristiana.En el caso de los catecúmenos adultos contamos ya con un Catecumenado que nos señala el camino, los pasos principales y las disposiciones personales con las que hay que celebrar el sacramento del nacimiento a la vida en Cristo y para Dios. En el caso de los niños y adolescentes, tenemos que hacerlo proporcionalmente de la misma manera que con los adultos.

Nosotros, los adultos, que ya hemos pasado el tiempo de nuestra iniciación como cristianos, no debemos pensar que nuestra formación cristiana está ya completa. En el campo de la instrucción podríamos obligarnos a prácticas tan provechosas como las ya indicadas de leer poco a poco el Nuevo Testamento, el Catecismo de la Iglesia católica, la reciente encíclica del Papa Benedicto XVI “Dios es amor”, algún buen libro de espiritualidad, la vida de algún santo, o cualquier otro escrito religioso que nos pueda proporcionar una ampliación y fortalecimiento de nuestros conocimientos sobre los fundamentos y contenidos de nuestra fe.

“Habrá que promover catecumenados de conversión como camino de incorporación de los nuevos cristianos a la comunidad eclesial, y tendremos que mantener fielmente la disciplina sacramental y la coherencia de la vida cristiana, sin acomodarnos a los gustos y preferencias de la cultura laicista y sin diluirnos en el anonimato y en el sometimiento a los usos vigentes” (ib. n. 40).

En el orden más profundo y decisivo de las decisiones y los sentimientos tendríamos que decidirnos a asegurar algunas prácticas que nos muevan a intensificar más nuestra adhesión a Dios, a ser más coherentes y cuidadosos en nuestra vida cristiana, a revisar nuestra vida actual tratando de ajustarla a las enseñanzas de Jesús, a los ejemplos de los santos y las orientaciones de la Iglesia. Unos minutos de oración en el silencio de una Iglesia, unos días de retiro en una casa de espiritualidad o a la sombra de un monasterio, unos ejercicios espirituales en retiro o en la vida ordinaria, nos ayudarían sin duda a conseguir este buen propósito. No es tan importante saber más cosas de Dios cuanto amar más y responder mejor al Dios de Jesús, imitando y compartiendo la piedad, el amor, la alabanza y la obediencia de Jesús al Padre celestial. Esta es la verdadera religión cristiana. De ella nace el amor y la vida verdadera. “Por el bautismo nuestro yo se inserta en otro sujeto más grande, quedando transformado, purificado, “abierto” mediante la inserción en Cristo, en quien alcanza su nuevo espacio de existencia” (ib. n. 35).

Vida familiar

Como reacción a lo que vemos a nuestro alrededor, en la Iglesia estamos descubriendo la importancia de la familia en la vida humana y por eso mismo en los planes de Dios y en la solicitud de cuantos tenemos alguna responsabilidad y misión en el servicio al Pueblo de Dios. Los hombres estamos hechos para nacer y crecer en una familia construida sobre la base de una unidad de amor irrevocable entre hombre y mujer. Sólo en un clima estable de amor y de acogimiento llegamos a la vida en plena gratuidad y podemos crecer como personas abiertas a los demás en un mundo de confianza y de amor. Aprendemos a amar en la experiencia del amor que recibimos de nuestros padres y hermanos.

Y de esta misma manera aprendemos a creer y a vivir en unión con Cristo y con la Iglesia en la presencia de Dios y en la esperanza de la vida eterna. La fe es un modo de vivir, un modo de entender y realizar nuestra vida que aprendemos viviendo con otros creyentes, imitando lo que vemos en estos maestros de vida que son nuestros padres, cada uno a su manera, nuestros hermanos mayores, nuestros abuelos y familiares. Vivimos en un mundo concreto de presencias, de personas y referencias que hemos ido recibiendo poco a poco de las personas con las que convivimos más íntimamente en los primeros años de nuestra vida. Si vivimos en un contexto en el que Dios está presente, en el que se celebran los misterios de la vida de Cristo y la Iglesia es algo real que está presente en la vida interna y externa de la familia, nuestro mundo interior será también un mundo con Dios y con Cristo, un mundo religioso, en el que la fe, la piedad y el respeto religioso y confiado a la voluntad de Dios son parte de nuestra vida y configuran nuestra existencia desde el fondo de nuestras convicciones y deseos.

Es fácil de comprender que las familias cristianas son las primeras y las mejores evangelizadoras de los nuevos cristianos, con el clima interior de la familia, con los signos y prácticas de piedad insertados en la vida cotidiana, con un calendario de vida enriquecido con la celebración eclesial y comunitaria de los misterios de nuestra salvación. Cuando una familia es de verdad cristiana y practicante, todo en la vida diaria es diferente. Son distintos los momentos de levantarse y de acostarse, el primer saludo con los demás miembros de la familia, la manera de sentarse a la mesa, el modo de vivir el trabajo y el descanso, la enfermedad y la muerte, los juicios y los comentarios de las conversaciones, las lecturas preferidas, el modo de valorar y gastar el dinero, las relaciones entre los miembros de la familia y de la familia entera con los demás familiares, amigos y vecinos. Este vivir cada día en un mundo de verdad cristiano es el mejor procedimiento de iniciación cristiana que podemos imaginar. Todo lo demás, la parroquia, el colegio, los grupos y reuniones tiene que contar con esta base fundamental. Si existe todo lo demás va bien; cuando no existe es muy difícil de suplir.

Y en este clima de confianza y de amor, formado por la familia y el círculo más íntimo de los verdaderos amigos, encontramos los adultos las satisfacciones más hondas del corazón y las ayudas más fuertes para sostener nuestra marcha en el camino arduo, a veces oscuro y difícil, de la fidelidad a nuestros ideales y nuestras aspiraciones más profundas en respuesta al amor y a las llamadas del Señor.

“Los matrimonios cristianos, animados por el amor de Cristo a su Iglesia, han de ser realmente transmisores de la fe a las nuevas generaciones, educadores del amor y de la confianza, testigos de la nueva sociedad purificada y vivificada por la presencia y la acción del amor divino en los corazones de los hombres” (ib. n.42). Por eso los matrimonios jóvenes, cuando hacen sus proyectos de vida, cuando revisan o evalúan los primeros meses y amos de su vida matrimonial y familia, tienen que tener muy en cuenta las dimensiones espirituales, religiosas, eclesiales y apostólicas de su vida. Sin este cuidado su vida humana global quedaría debilitada y disminuida, expuesta a muchos errores y dolorosos fracasos. La experiencia de lo que ocurre nos dispensa de más argumentaciones.

Eucaristía dominical

El alimento fundamental, casi constitutivo, de la comunidad cristiana, y más en una sociedad paganizada, donde los cristianos viven dispersos, poco visibles, y sometidos a fuertes presiones ambientales, es la Eucaristía dominical, en la que proclama su fe en el Señor resucitado, escucha su Palabra, comparte su sacrificio, su oración, y se nutre espiritualmente con el amor del Señor sacrificado y el Espíritu Santo que El ganó para todos los hombres.

La celebración dominical de la Eucaristía es quizás uno de los elementos de la vida cristiana que más perjudicados han quedado por el abuso de la categoría de obligación y de imposición legal que tanto hemos utilizado en la predicación y en la educación de los cristianos. Antes que una obligación, la Eucaristía dominical es una necesidad, un gozo, una obligación pero no legal sino obligación de amor, de gratitud, de fraternidad y de lealtad con uno mismo.

Como indica el documento episcopal, la participación en la celebración eucarística lleva consigo la práctica frecuente del sacramento de penitencia. En la renovación espiritual de nuestras comunidades y de la vida cristiana es imprescindible la recuperación de la práctica del sacramento de la penitencia y del perdón según las normas de la Iglesia que no hacen sino proteger la esencia imprescindible del sacramento. No hay ninguna razón que justifique la práctica de las absoluciones colectivas que todavía se mantiene en algunos lugares de manera obstinada. La única razón verdadera es la contumacia y la falta de sensibilidad eclesial y pastoral de algunos sacerdotes y la falta de información y de sentido eclesial de los fieles que la aceptan y se conforman con esta manera de actuar. Sin confesión personal de los pecados, de hecho o al menos en el propósito sincero y justificado, no hay verdadero sacramento. En Navarra no padecemos tal escasez de sacerdotes que justifique la concesión de una absolución general con el propósito imprescindible de confesarse personalmente cuando sea posible. Es una ficción de sacramento que lleva dentro un fermento de rebeldía y debilita el elemento penitencial y dinámico de la vida cristiana que es imprescindible para el crecimiento espiritual del cristiano y el vigor espiritual de la comunidad cristiana.

Repoblar el ambiente

Cuando hablamos de renovación o de compromisos apostólicos, a veces nos perdemos en cosas grandes que luego no están a nuestro alcance. Tenemos que caer en la cuenta de que todos podemos hacer muchas cosas. Si todos encendemos una candelita en la oscuridad de la noche, entre todos la vamos a iluminar y la podemos convertir en un día alegre y radiante.

Es muy importante reaccionar contra esa tendencia a suprimir los signos religiosos de nuestra vida. No me refiero sólo a la tendencia a suprimir los signos religiosos que puedan provenir de los no creyentes o de los laicistas, sino a una extraña tendencia a suprimir las manifestaciones religiosas del ambiente por una mentalidad equivocada. No es el respeto, sino el falso respeto humano, el miedo a la opinión de los demás lo que nos mueve a suprimir los signos familiares de nuestra fe.

Todos podemos, por ejemplo, santiguarnos al salir de casa al principio de la jornada, o al principio de un viaje. Podemos santiguarnos al pasar por delante de una Iglesia, o entrar dos minutos a saludar al Señor sacramentado. Por que no recuperar la tradición de tener una imagen religiosa o una frase piadosa en la puerta de nuestra vivienda? No perdamos la costumbre de tener un crucifijo, una imagen devota y de buen gusto de la Virgen en algún lugar distinguido de la casa. Cuidemos de que no falten en nuestra casa algunos libros religiosos, paguemos la suscripción a una revista religiosa, si tenemos una oficina, un comercio o una fábrica, pongamos también en algún lugar oportuno algún signo religioso, colaboremos para la publicidad de las convocatorias de la Iglesia. Una manera recomendable de actuar es también dando apoyo a las publicaciones católicas, a las emisoras de radio y TV que respetan a la Iglesia y difunden buenos mensajes religiosos. En general, los católicos españoles, después de pasar una época de fuerte autocrítica, no hemos recuperado todavía la necesaria unidad ni confianza entre nosotros, ni en las personas ni en las instituciones.

No debemos aceptar esa secularización del lenguaje que se ha impuesto entre nosotros suprimiendo las expresiones religiosas que nuestros abuelos intercalaban continuamente en sus conversaciones “si Dios quiere”, “vaya Vd con Dios”, “Bendito sea Dios”, “gracias a Dios”, etc.etc. Como no es ofensa para los creyentes que los no creyentes no nombren nunca a Dios, tampoco tiene por qué ser ofensa para los no creyentes que los creyentes nombremos respetuosamente a Dios cuando nos parezca oportuno. La convivencia con los no creyentes no nos obliga a adoptar nosotros también las costumbres de los no creyentes, sino a aceptarnos unos a otros como somos, a convivir pacíficamente viviendo y manifestándonos cada uno según sus propias convicciones, manteniendo su identidad y aceptando tranquilamente que los demás mantengan y manifiesten la suya respetuosamente.

CONCLUSIÓN

Tenemos que fomentar sentimientos positivos de esperanza en nuestros corazones. Las dificultades que estamos pasando y las contradicciones que tenemos que soportar van a tener un resultado positivo en la vida de la Iglesia. Lo están teniendo ya. La contradicción nos obliga a clarificar y profundizar nuestras decisiones de fe, nos hace ahondar en las razones y motivaciones de nuestra identidad cristiana, se manifiestan muchas situaciones incoherentes y se eliminan muchas ambigüedades. Poco a poco la comunidad cristiana clarifica sus perfiles y sus diferencias con el resto de la sociedad hasta convertirse en signo de una vida nueva, digna de respeto y de admiración. A partir de aquí la evangelización, la nueva evangelización que nuestra sociedad necesita será sin duda más fácil y más efectiva. “En tiempos de especial contradicción, los católicos tenemos que vivir con alegría y gratitud la misión de anunciar a nuestros hermanos el nombre y las promesas de Dios como fuente de vida y salvación” (ib. n.44).

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