Hasta luego, D. José María

Se nos ha ido D. José María. Y se ha ido a su manera, con naturalidad, sin molestar, como quien sigue su camino. Tuve el honor y la dificultad de sucederle en las sedes de Pamplona y Tudela. Su generosa personalidad lo había llenado todo. Los sacerdotes y los fieles estaban acostumbrados a que D. José María estuviera en todas partes. Por la mañana en el Baztán, a mediodía en Tudela y por la tarde en Tierra Estella. No era fácil seguir el ritmo de aquel arzobispo trepidante.

En él todo era grande. Pero el corazón se le salía. D. José María era un hombre inteligente, brillante, elocuente, pero sobre todo era un hombre de gran corazón, de relación fácil y de fiel amistad. Su gran memoria le permitía saludar a todos por su nombre, preguntar a cada uno por sus circunstancias concretas, mantener relaciones de amistad con muchísimas personas. En su servicio eclesial y ministerial le encomendaron misiones difíciles que él supo afrontar con generosidad y optimismo. Tenía una naturaleza privilegiada, pero el secreto de su personalidad estaba en su profunda piedad. D. José María era profundamente providencialista, amaba a Dios, confiaba en Él, vivía para Él, trataba en todo de hacer su voluntad. Este amor a Dios se alimentaba de su fe en Jesucristo, de su devoción filial a la Virgen María, y de su gran amor a la Iglesia. Ese era su mundo, de ahí le venía la fortaleza, la cordialidad universal y su optimismo incombustible.

Lo recordaremos por muchas cosas. La solución definitiva al estatuto jurídico de Tudela, la restauración de la Catedral, su agotadora presencia en todos los puntos y lugares de las Diócesis, pero sobre todo por la reapertura del Seminario. Después de muchos años de abandono, él tuvo el acierto de reiniciar el Seminario y normalizar una institución que tiene que ser siempre una institución predilecta en lo más vivo de una Iglesia local.

 

Desde su retiro de Vitoria le gustaba seguir la vida de la Diócesis, quería enterarse de las cosas, preguntaba por las personas, vivía de cerca todos los acontecimientos del calendario pastoral, era para todos nosotros una retaguardia de cariño sincero y de oración permanente. Ahora lo seguirá siendo desde el Cielo. Oremos por él para que el Señor lo acoja en la alegría y en el gozo de su Reino.

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