Os escribo mi última carta. Una carta de despedida, escrita desde la fe y el cariño. Ya sabéis que el Santo Padre ha aceptado la renuncia que le presenté hace casi tres años. El día 30 de este mes, en la Catedral de Pamplona, a las cinco y media de la tarde, D. Francisco Pérez González tomará posesión, conjuntamente, como Arzobispo de Pamplona y Obispo de Tudela. Todos estáis invitados.

En estos momentos, lo primero que se me ocurre es dar gracias a Dios por el nuevo Arzobispo. Es un don de Dios para nosotros, crecido en la tierra buena de la Iglesia, preparado con los dones del Espíritu Santo, para ayudarnos en nuestra vida cristiana y guiarnos en nuestro camino hacia el Cielo.

Siento también la necesidad de daros gracias a todos vosotros, los fieles cristianos de Navarra. Me habéis alentado muchas veces con la reciedumbre de vuestra fe y me habéis estimulado con vuestras expectativas y sugerencias. Doy gracias también a todos los que de una manera u otra me habéis acogido y ayudado, en Pamplona, en Tudela y en tantas parroquias y pueblos como he visitado en estos años.

Y doy gracias a Dios, el buen Padre del Cielo, porque me ha ayudado a ser vuestro Obispo y Pastor en estos catorce años. Estos años han sido para mí años de gracia y de gozo interior. Han sido años de intensa actividad en los que he podido sentir el gozo de servir al Señor tratando de fortalecer vuestra fe y guiar vuestros pasos por el camino de la salvación.

Ya no es hora de muchas explicaciones. Sólo quiero deciros dos palabras. Esta es la primera: acoged con fe y generosidad al nuevo Arzobispo. No os fijéis demasiado en sus condiciones personales. Él no viene a nosotros confiado en sus cualidades personales, que son muchas. Viene unigdo y enviado por la Iglesia como Sucesor de los Apóstoles, arraigado en la comunión espiritual con el Sucesor de Pedro y con todo el Colegio Episcopal, para ser el presidente de nuestras Iglesias de Pamplona y Tudela, para ser vínculo visible de unidad con la Iglesia universal, con los Apóstoles y con el mismo Jesucristo, con la autoridad de su Palabra, el poder de su Espíritu y la santidad de la caridad de Dios. Cambiamos las personas, pero el ministerio sigue siendo el mismo, vínculo de comunión con Jesucristo, con la Trinidad santa y con la Iglesia universal, con los hermanos que están cerca y con los que están lejos.

Mi segunda palabra se inspira en el saludo del Señor. No tengáis miedo, que no se aflija vuestro corazón, sed fuertes y valientes los que creéis en el Señor. Sobre todo, mis queridos jóvenes, los pocos jóvenes que vivís ahora mismo en amistad espiritual con Jesús, nuestro Salvador, no tengáis miedo de nada ni de nadie, no desconfiéis de Él, de su presencia, de su amor personal hacia cada uno de vosotros. Que no os asusten las críticas o las dificultades de vuestros ambientes, sentid más bien compasión de vuestros compañeros que viven confusamente por no contar con la amistad de Jesucristo. Ayudadles con vuestra oración, vuestro ejemplo y vuestras palabras de fe. Sed testigos, sed apóstoles, colaborad con el Señor en la gran obra de la construcción de un mundo verdadero y justo, en un mundo santo, tal como Dios lo quiere para sus hijos.

No os olvidaré. Las distancias materiales no nos alejan cuando la fe en Jesús y el amor de Dios nos mantiene unidos en el abrazo interior del Espíritu Santo. Adiós. Hasta siempre.

Comparte este texto en las redes sociales
Esta web utiliza cookies propias y de terceros para su correcto funcionamiento y para fines analíticos. Contiene enlaces a sitios web de terceros con políticas de privacidad ajenas que podrás aceptar o no cuando accedas a ellos. Al hacer clic en el botón Aceptar, acepta el uso de estas tecnologías y el procesamiento de tus datos para estos propósitos. Ver
Privacidad