Las virtudes cristianas fuente de felicidad

40827715 - a happy man is relaxing on green grass with squint eyes and raised up to sky arms at sunny summer day at park background. concept of wellbeing and healthy lifestyle

Es curioso constatar cómo, cada vez más, se está fomentando y alentando que la vida humana necesita el ámbito espiritual puesto que la sociedad, con sus métodos materialistas e invitaciones hedonistas a ser feliz, no lo consiguen. Los mismos psiquiatras están apelando y alabando que las virtudes cristianas y las prácticas de piedad son medios necesarios para conseguir la felicidad. El Dr. Aaron Kheriaty que enseña psiquiatría y dirige un programa de bioética en la Facultad de Medicina de la Universidad de California, en Irvine (USA) analiza que desde una perspectiva conductual, la depresión es una señal de escaparse o retirarse ante un ambiente que se percibe como peligroso o tóxico. Se vive en un sin sentido de la vida y todo lo que rodea estorba. No hay perspectiva de futuro y la única salida es la depresión y el hastío de vivir. Pero el mismo especialista, sin rubor y sin complejos, apela a que hoy más que nunca se necesitan las virtudes cristianas para vivir con mayor libertad y gozo la experiencia humana.

La realidad es muy testadura y no se asocia y menos se sitúa en una connivencia con ideologías que en su falacia prometen paraísos perdidos. El ser humano tiene resortes interiores que superan cualquier circunstancia adversa puesto que lo material no llena y lo espiritual da esperanza gozosa. Es sintomático constatar que las fuentes auténticas que llevan como fruto la felicidad se esté promocionando desde las prácticas espirituales y religiosas que son propicias para la salud y el desarrollo humano. ¡Muchos aún se resisten a admitir lo que es evidente! He visto y constatado que matrimonios que iban a la deriva, les ha sacado del peligro las prácticas religiosas que se contienen en la tradición católica: Dedicar tiempo para rezar a la luz de la Palabra de Dios, descansar juntos el domingo participando en la Eucaristía, compartir en una comunidad de referencia y fraterna, acudir al sacramento de la Confesión con frecuencia y dedicar algún tiempo, durante el año, al retiro espiritual. Y esto lo necesitamos más que el bienestar económico, más que las satisfacciones materialistas puesto que en la práctica religiosa se encuentra la auténtica felicidad.

Los mismos psiquiatras profundizando en la psicología positiva descubren que las virtudes son esenciales para la salud mental y el desarrollo humano. Y no tienen ningún temor en afirmar que las virtudes clásicas que siempre la Iglesia ha anunciado son de plena actualidad: La justicia, el coraje (la fortaleza), la prudencia (sabiduría práctica) y la templanza. Son las virtudes cardinales que son como el quicio sobre el que se mueve la puerta. Sin ellas lo humano se encasquilla y se anquilosa. Las virtudes cristianas son fuente de felicidad. Y no es un modo de pensar más o menos retórico sino es un modo de vivir que cumple con todas las expectativas que brotan del corazón humano. “Me sedujiste, Señor, y yo me dejé seducir” (Jer 20, 7). Los campos floreados alegran la vista y basta contemplarlos que producen una satisfacción en lo más íntimo de la personas. Lo mismo podríamos afirmar en lo humano: las virtudes adornan lo más hermoso que existe en la experiencia humana y producen gozo y felicidad.

Ante estas afirmaciones nadie puede convencer mejor que los experimentados en la virtud y son los santos. San Agustín se sentía culpable de haber perdido parte de su vida en las vanidades y superficialidades del mundo. “¡Tarde te amé, Hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé! Y tú estabas dentro de mí y yo fuera, y así por fuera te buscaba; y, deforme como era, me lanzaba sobre estas cosas hermosas que tú creaste. Tú estabas conmigo, mas yo no estaba contigo. Reteníanme lejos de ti aquellas cosas que, si no estuviesen en ti, no existirían. Me llamaste y clamaste, y quebrantaste mi sordera; brillaste y resplandeciste, y curaste mi ceguera; exhalaste tu perfume, y lo aspiré, y ahora te anhelo; gusté de ti, y ahora siento hambre y sed de ti; me tocaste, y deseé con ansia la paz que procede de ti” (Confesiones, Libro 7, 10.18, 27). Dejemos que el corazón lata y comprobaremos que su único deseo es ser feliz. En él hay espacio para que Dios habite y su reflejo son las virtudes.

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