HOMILÍA DE LA SEGUNDA JAVIERADA 13-03-2010

1. Estamos celebrando la Javierada de este año, presididos por la Cruz de las Jornadas Mundiales de la Juventud. Es una cruz ya histórica que, como sabéis, fue regalada a los jóvenes por el Papa Juan Pablo II en 1984, que ha estado presente en las últimas jornadas celebradas en Sidney y que fue entregada por el Papa Benedicto XVI para la Jornada que tendrá lugar en Madrid a mediados de agosto de 2011, concretamente del 11 al 15. El Papa Juan Pablo II estuvo aquí, en esta hermosa plaza, el día 6 de noviembre de 1982 y dijo a los jóvenes: “Queridos jóvenes, sois la esperanza de la Iglesia. ¿Amáis la coherencia encarnada y actualizada de vuestra fe? Cuando un católico toma conciencia de su fe, se hace misionero. Insertados como estáis en el Cuerpo Místico de Cristo, no os podéis sentir indiferentes ante la salvación de los hombres. Creer en Cristo es creer en su programa de vida para nosotros. Amar a Cristo es amar a los que Él ama y como Él los ama. Sólo Cristo tiene palabras de vida eterna. Y no hay otro nombre en el que los hombres y pueblos se puedan salvar. ¿Buscáis la motivación para la obra de mayor solidaridad humana hacia vuestros hermanos? No hay servicio al hombre que pueda equipararse al servicio misionero. Ser misionero es ayudar al hombre a ser artífice libre de su propia promoción y salvación. ¿Queréis un programa de vida que dé a ésta sentido pleno y llene vuestras vidas más nobles aspiraciones? Aquí, joven como tantos de vosotros, Javier se abrió a los valores y encantos de la vida temporal, hasta que descubrió el misterio del supremo valor de la vida cristiana; y se hizo mensajero del amor y de la vida de Cristo entre sus hermanos de los grandes pueblos de Asia… No cedáis a la tentación de ideologías de hedonismo, de odio y de violencia que degradan al ser humano. Abrid vuestro corazón a Cristo, a su ley de amor; sin condicionar vuestra disponibilidad, sin miedos a respuestas definitivas, porque el amor y la amistad con Cristo no tienen ocaso”.

Guretzat, kristauontzat, Gurutzea gure nortasunaren ezaugarria da, berak gure eroskundea lortu digulako.

La Cruz es para nosotros los cristianos señal de nuestra identidad porque en ella Jesucristo nos ha alcanzado la redención. Por eso, a lo largo de nuestra vida, y hoy que hemos venido peregrinando a la cuna de nuestro patrono San Francisco Javier, queremos recorrer nuestro camino buscando y encontrando a Cristo Crucificado.

Gu, San Paulori jarraituz, Kristo gutziltzatua predikatzen dugu, guretzat, Jainkoaren indarra eta jakinduria baita.

Nosotros, siguiendo el consejo de San Pablo, predicamos fervientemente “a Cristo crucificado, escándalo para los judíos, necedad para los gentiles; pero para los llamados, para nosotros, fuerza de Dios y sabiduría de Dios” (1 Co 1,24).

Queridos peregrinos, queridos jóvenes, queridas familias, ¡mitad la Cruz, mirad a Cristo en la Cruz!, y repetid en vuestro interior lo que hemos repetido en el Vía-Crucis: “¡Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos, que por tu Santa Cruz redimiste al mundo!”. Me viene a la memoria la invitación que hace San Ignacio en los Ejercicios Espirituales, ya en la primera semana: “Imaginando a Cristo nuestro Señor delante y puesto en Cruz [contemplemos]: cómo de Criador es venido a hacerse hombre y de vida eterna a muerte temporal, y así a morir por mis pecados. Otro tanto, mirando a mí mismo, lo que he hecho por Cristo, lo que hago por Cristo, lo que debo hacer por Cristo; y así, viéndole tal, y así colgado en la Cruz, discurrir por lo que se ofreciese” (Ejercicios Espirituales, n. 53). Seguramente cada uno de nosotros sacaremos muchas consecuencias al repetirnos interiormente esas tres acuciantes preguntas:

Zer egin dut Kristorengatik, zer egiten ari naiz  eta zer egingo dut.

Qué he hecho por Cristo, qué hago por Cristo, qué debo hacer por Cristo.

Nosotros tenemos que seguir descubriendo lo que hay de fuerza de Dios, lo que hay de sabiduría en la Cruz redentora, para dar testimonio ante el mundo de que los problemas de hoy, como son las injusticias con los pobres, el dolor, los sufrimientos de los más débiles, las consecuencias de los desastres naturales (terremotos, inundaciones, etc.) son signos fehacientes de la Cruz de Cristo que sigue gritando: “¡Dios mío, Dios mío ¿por qué me has abandonado?” (Mc 15,34). El grave problema que anida en el corazón del hombre, su soledad, su falta de perspectiva, su angustia, su sufrimiento…, sólo se alivia desde la atalaya del amor, y la Cruz es la expresión más sublime del amor de Dios a los hombres: “Tanto amó Dios al mundo, que le entregó a su Hijo Unigénito para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna” (Jo 3,16). Con la mirada puesta en la Cruz, queremos gritar a cada hombre que Dios nos ama, que no estamos solos, que tenemos el mejor Padre que nadie podía imaginar, que cada uno de nosotros somos en verdad hijos predilectos de Dios. Dios no está ausente de nuestras vidas y esto porque ha asegurado su viva presencia asumiendo todo desde la Cruz. No ha venido a dar respuestas a nuestras preguntas e interrogantes, no ha eliminado el dolor sino lo ha asumido con su presencia amorosa y salvadora.

 

2. Ikus dezagun orain Ebanjelioan irakurri dugun testu  zoragarria: Seme galduaren parábola.

Vamos ahora al texto maravilloso que hemos leído en el Evangelio, la parábola del hijo pródigo.

        Todo en ella es sorprendente y novedoso; ha movido más a los hombres de todos los tiempos que los mejores discursos y las predicaciones más enjundiosas. Dios es el Padre perfecto que atiende amorosamente a sus hijos, a los que nunca dieron un disgusto y a los que en un momento determinado se alejaron en busca de aventuras y señuelos de felicidad. El contexto es significativo, los fariseos y escribas murmuraban por lo bajo contra Jesús: «Ése acoge a los pecadores y come con ellos». Y les propuso la parábola.

 

Jesús eta Eliza beti pekatuaren kontra izan dira, baina onartzen eta maitatzen dituzte pekatariak, zalantzarik gabe.

Jesús, y la Iglesia de todos los tiempos, se han opuesto frontalmente al pecado, pero acogen y aman a los pecadores sin ningún reparo:

 

“No he venido a llamar a los justos, sino a lo pecadores”, decía el Señor. Jesús siempre tuvo una actitud cordial con los pecadores, aunque por ello se granjeara críticas severas, como cuando entabló conversación con la Samaritana o cuando aceptó que la Magdalena le lavara los pies. Pero no se limitó a tratarlos con amabilidad, como podría hacerlo una persona educada; Él llegaba a lo hondo del alma, perdonaba de verdad y animaba a cambiar de vida. Recordamos bien lo que dijo al paralítico: “Hijo, tus pecados te son perdonados”. “¿Quién puede perdonar los pecados, más que Dios?”, gritaron espantados sus adversarios. Y Jesús contestó: “Para que sepáis que el Hijo del hombre tiene poder para perdonar los pecados, levántate –dijo al paralítico-, toma tu camilla y vete a casa”. Nadie podía verificar si había borrado los pecados de aquel hombre, pero todos podían verlo de pie y caminando. El milagro visible atestiguaba lo invisible. San Juan termina el relato del paralítico con otra frase típica de Jesús: “Vete y no peques más”, la misma que había dicho a la mujer adúltera y perdonada. Jesús, en verdad, no rechaza al pecador, pero busca su conversión.

 

3. Así nos lo recuerda San Pablo en las palabras dirigidas a los de Corinto que hoy hemos actualizado en la lectura: “En nombre de Cristo os pedimos que os reconciliéis con Dios”. Nos gustaría que todos los que estáis participando en esta magnífica javierada volvierais a casa con el corazón limpio, después de haberos confesado, de haber recibido el sacramento del perdón. Mirad de nuevo la Cruz del Señor y considerad con el Apóstol que “al que no había pecado Dios lo hizo expiación por nuestro pecado, para que nosotros, unidos a él, recibamos la justificación de Dios” (2 Co 5,21). Así, justificados, escucharemos con gozo la misma recomendación del Señor: “Vete y no peques más”. “En un contexto cultural marcado por la mentalidad hedonista y relativista, que tiende a cancelar a Dios del horizonte de la vida” (Benedicto XVI, Discurso del día 12 de marzo 2010), bien podemos constatar que no ayuda, esta cultura, a descubrir los valores auténticos y a discernir el bien del mal y a reconocer que el pecado existe. En esta situación donde se ha perdido el sentido del pecado conviene recuperar la salud interior del corazón para darle vida y recrear en el mismo interior del corazón la vocación al amor que tiene su fuente en Dios.

Volvamos un momento, antes de terminar, a la parábola del Hijo pródigo, a las palabras finales dirigidas al hijo mayor: “Deberías alegrarte, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado”.

Poza barkamenaren ondorioa da, baina gure parabolan ez da bakarrik semeen poza, baita Jainkoarena ere, parabolan agertzen den aitarena, hain zuzen.

La alegría es la consecuencia del perdón, pero en nuestra parábola no es sólo la alegría de los hijos, es la de Dios, representado en aquel padre que al recibir al hijo perdido inventa una fiesta, la mejor fiesta, con el ternero más cuidado, con las mejores viandas y los mejores aderezos. Es la fiesta del perdón. Es la fiesta de los que hemos sido llamados –y lo digo pensado especialmente en los jóvenes- a situarse en la primera línea de la evangelización de la sociedad.

Saludo con todo mi afecto de Pastor de esta Diócesis a los que habéis venido de cualquier pueblo de Navarra y de otros lugares de España y del extranjero. Saludo con especial afecto a los jóvenes que habéis querido estar junto a vuestra Cruz, y pido que sepáis dar testimonio firme y alegre de vuestra fe. Dejemos que el Corazón de Jesucristo inflame nuestros corazones como lo hizo en San Francisco Javier. En el mes de Junio, al finalizar del Año Sacerdotal, pondremos la Diócesis de Pamplona-Tudela al amparo del Sagrado Corazón para que sea él quien conduzca a nuestro pueblo por los caminos de la nueva evangelización con una mayor entrega a los pobres y a los faltos de amor.

María, la madre de Jesús y madre nuestra, nos mira hoy con especial afecto. Vosotros, jóvenes, vosotros, padres con vuestros hijos, no dejéis de invocarla y de pedirle que nos ayude en este camino gozoso hacia la Cruz de Cristo y hacia la Resurrección.

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