Padeció bajo el poder de Poncio Pilato

PILATOTodos los hechos de la vida de Cristo son salvíficos, tanto los dolorosos, como los gozosos y gloriosos. Toda su vida es oblación al Padre para hacer su voluntad, desde la Encarnación hasta la Ascensión al cielo. Pero el núcleo de la redención lo constituye el misterio pascual. En él la pasión, muerte y sepultura componen los misterios dolorosos. Éstos, a primera vista, pudieran parecer los más redentores. Reconduciendo la mentalidad del Antiguo Testamento sobre la eficacia de los sacrificios de sangre para redimir los pecados, dice la carta a los Hebreos 9,22: “No hay remisión sin efusión de sangre”.

Y más adelante: “En virtud de esta voluntad somos santificados, merced a la oblación de una vez para siempre del cuerpo de Jesucristo” (Hb 10, 5-10). No hay duda que el sufrimiento es eficaz para la redención. Sin embargo el problema del mal, el sufrimiento, la enfermedad, la vejez y la muerte, escandalizan y horrorizan al hombre actual que tiene una mentalidad hedonista. No le encuentra sentido al sufrimiento. Le parece algo cruel e inadmisible. Ya lo dice San Pablo: “Porque son muchos, y ahora os lo digo con lágrimas, que son enemigos de la cruz de Cristo” (Flp 3, 18).

El tema es profundo, peliagudo y denso. Por eso el mismo Jesucristo quiso preparar a sus discípulos, que iban a sufrir con él desde Getsemaní hasta el Calvario, haciéndoles gustar su gloria transfigurándose en el Tabor. Vieron “la gloria del Padre en su rostro” (2 Pe 2,17) y recordándolo no quedaron abatidos por el escándalo de la cruz. Así se manifiesta que el camino de la resurrección pasa por la cruz y que el sufrimiento sólo adquiere su auténtico sentido cuando se une al de Jesús y con la perspectiva del cielo.

PADECIÓ

Por tres veces anuncia Jesús a sus discípulos la pasión. “Iban de camino a Jerusalén, y Jesús iba delante de ellos; ellos estaban sorprendidos y le seguían con miedo. Tomó otra vez a los doce y comenzó a decirles lo que iba a suceder: Mirad que subimos a Jerusalén, y el Hijo del hombre [pullquote2]El camino de la resurrección pasa por la cruz y el sufrimiento y sólo adquiere su auténtico sentido cuando se une al de Jesús,  con la perspectiva del cielo[/pullquote2] será entregado a los sumos sacerdotes y a los escribas; le condenarán a muerte y le entregarán a los gentiles, y se burlarán de Él, le escupirán, le azotarán y le matarán, y a los tres días resucitará” (Mc 10, 32-34) A nadie le gusta el sufrimiento, por eso los discípulos iban retrasados y remisos y Jesús tirando de ellos hacia delante. Él tenía claro que lo que le iba a suceder era en obediencia a la voluntad del Padre. “Cristo, siendo Hijo, aprendió por experiencia, en sus padecimientos, a obedecer. Habiendo llegado así hasta la plena consumación, se convirtió en causa de salvación para todos los que le obedecen” (Heb 5, 8-10).

Pero no es una obediencia ciega. Jesús es el justo, siervo doliente de Yavé, que sufre inocente. Es el hombre de dolores cuyas heridas nos sanaron (Is 52,13-53,12). Consciente y voluntariamente se abraza al sufrimiento para dar su vida por sus amigos. “Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos” (Jn 15,13). No se la quitan sino que la da (Jn 10, 18). La figura amable del Buen Pastor, tan usada por Jesús, define lo que ha hecho por nosotros. Él expone su vida, se la juega, la da por sus ovejas para que éstas tengan vida (Jn 10, 11-18).

BAJO EL PODER DE PONCIO PILATO

Ante todo puede sorprender que aparezca el nombre de una persona en el credo, además no cristiana, Poncio Pilato. Sin embargo su papel es importante. Con este nombre se sitúa la redención en un tiempo y un espacio precisos. La obra de salvación de Jesucristo no es una leyenda sin fecha sino un acontecimiento real. Ocupa un lugar de la historia refrendado, no sólo por los evangelios que son sin duda libros históricos, sino por otros documentos de la época ajenos al cristianismo. Hay testimonios judíos y romanos. Cornelio Tácito, historiador latino, dedicó a Jesús una página en sus “Anales” (año 116 después de Cristo).

Pilato fue uno de los actores del juicio, a todas luces injusto, que se le hizo a Jesús. Fue un juicio religioso y político. Las autoridades religiosas lo acusaban de haberse llamado “Hijo de Dios” y las autoridades civiles de ser un Mesías, libertador y revolucionario contrario al César. Por eso comparece ante Caifás, sumo sacerdote, que considera su doctrina inadmisible y a Él un blasfemo; después ante el sanguinario Herodes que se burla de Él; y por dos veces ante Pilato, que lo considera en primera instancia inocente y después evade su responsabilidad lavándose las manos y entregándolo a los ejecutares de la muerte. Los acusadores son los escribas y fariseos que soliviantan a la gente. La turba especifica cómo ha de ser su muerte gritando: ¡Crucifícale! Los soldados romanos serán los ejecutores de la sentencia. El proceso de Jesús estuvo lleno de ilegalidades, no se tuvo en cuenta ni el derecho hebreo ni el derecho romano.

Pilato realiza un juicio que la historia lo ha calificado como el más injusto. La detención fue arbitraria, sin especificar los delitos; el juicio sumarísimo, sin defensa, con falsos testigos, sin lugar a ninguna apelación. El Catecismo de la Iglesia Católica (nº 598) no quiere insistir en repartir culpabilidades entre los actores del juicio de Jesús. Más bien quiere hacer una reflexión provechosa para todos cuando afirma que son los pecadores de todos los tiempos quienes le crucifican. Debemos considerar como culpables de esta horrible falta a los que continúan recayendo en sus pecados. Ya que son nuestras malas acciones las que han hecho sufrir a Nuestro Señor Jesucristo el suplicio de la cruz, sin ninguna duda los que se sumergen en los desórdenes y en el mal “crucifican por su parte de nuevo al Hijo de Dios y le exponen a pública infamia”. (Hb 6, 6). Y es necesario reconocer que nuestro crimen en este caso es mayor que el de los judíos. Porque según el testimonio del apóstol, “de haberlo conocido ellos no habrían crucificado jamás al Señor de la Gloria” (1 Co 2, 8).

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