liturgiaNuestras celebraciones son litúrgicas. Este adjetivo las diferencia de las celebraciones civiles públicas, patrióticas, sociales, lúdicas, deportivas, familiares. El cristiano es por antonomasia un animador de la celebración nato y que tiene sus propios motivos originarios, peculiaridades y formas de hacerlo. Es un heredero  del Antiguo Testamento. Aprende en la Biblia las ricas y majestuosas celebraciones del pueblo de Israel. Pero el celebrar lo ha recibido sobre todo del Señor Jesucristo que nos enseñó lo antiguo, purificado del fariseísmo y superó la tradición con la novedad que es Él mismo.

La gran riqueza y especificidad que diferencia la celebración litúrgica nos la muestra las palabras de Jesús cuando dice: “Donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mt 18, 20). Lo más destacable de la celebración litúrgica es la presencia misteriosa de Jesús. “Para realizar una obra tan grande, Cristo está siempre presente a su Iglesia, sobre todo en la acción litúrgica” (SC 7).  Nos encontramos directamente con el misterio y entramos en el ámbito de lo divino. Cristo es quien realiza el culto ante Dios en nombre de toda la humanidad. “Con razón se considera la liturgia como el ejercicio del sacerdocio de Jesucristo” (SC 7). La celebración litúrgica es lo más sagrado que puede realizarse porque es obra de Cristo mismo.

Una celebración se convierte en litúrgica cuando es de la Iglesia, es decir, del pueblo santo: “Todo el Cuerpo de la Iglesia congregado y ordenado bajo la dirección de los obispos. Es toda la comunidad, el Cuerpo de Cristo unido a su Cabeza quien celebra” (Catecismo de la Iglesia Católica, nº 1140). Ya tenemos dos elementos esenciales, radical y objetivamente diferenciadores: Cristo presente y la Iglesia o comunidad cristiana reunida.

Otra cualidad es la eficacia de la celebración litúrgica que  actualiza la historia de la salvación sucedida “una vez para siempre”; especialmente en el hecho sobresaliente que es la Pascua del Señor, su muerte y resurrección. Los hechos son irrepetibles, pero son actualizados en su fuerza salvadora que es memorial.

[pullquote2]Otra cualidad es la eficacia de la celebración litúrgica que  actualiza la historia de la salvación sucedida “una vez para siempre”, especialmente en el hecho sobresaliente que es la Pascua del Señor.[/pullquote2] Se celebra la acción de Jesús y de la gracia. Esta eficacia se realiza por medio de la acción del Espíritu Santo a quien siempre se invoca para que las palabras, los signos, los gestos, tengan poder de santificar.  A esta invocación se la llama “epíclesis”, que significa etimológicamente “invocar sobre”. No es liturgia ninguna acción que no contenga esta invocación.

El que actúa es el Espíritu Santo sirviéndose de unos mediadores consagrados. Por eso decimos no solo de forma simbólica sino real: Hoy Cristo ha nacido, hoy Cristo resucita, hoy, ahora y aquí hacemos el memorial de la Pascua del Señor. Su muerte y resurrección sucedió una sola vez, pero Cristo perpetuó  su eficacia salvífica en la Eucaristía, sacramento de su cuerpo entregado y de su sangre derramada. Y nos mandó repetirla en memoria suya asegurando que la fuerza salvadora de aquel momento se repite realmente en todas las Eucaristías.

Hace falta fe para llamar con esta oración al Espíritu Santo. Quizás en algunos se ha perdido el sentido del misterio o mistérico y por eso las celebraciones pueden parecerles rutinarias con las mismas palabras y gestos de siempre. No van más allá de lo humano. Por eso no tienen el alma dispuesta y la liturgia no resulta eficaz en su vida cada vez que se realiza. Pero la capacidad del Espíritu es que cada celebración tenga una novedad expresiva y significativa.

Otra cualidad es que todos participamos de la celebración. “La asamblea que celebra es la comunidad de los bautizados que, por el nuevo nacimiento y por la unción del Espíritu Santo, quedan consagrados como casa espiritual y sacerdocio santo para que ofrezcan, a través de todas las obras propias del cristiano, sacrificios espirituales” (LG,10). Este “sacerdocio común” es el de Cristo, único Sacerdote, participado por todos sus miembros y presidido por el ministro ordenado (cf LG,10; 34). Es necesario hacer conscientes a los fieles de esta verdad para que “participen consciente, activa y fructuosamente” (SC, 11). Esto interpela al celebrante  y a la comunidad para que se produzca un diálogo verbal y gestual entre el celebrante y el pueblo, que a través de Cristo dan el paso desde lo humano a lo divino y viceversa.

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