Un discípulo nocturno de Jesús llamado Nicodemo escuchó del mismo Jesús que el Bautismo es un “nuevo nacimiento”. “Es necesario renacer de arriba –del Espíritu…. El que no nace del agua y del Espíritu no puede entrar en el reino de los cielos” (Jn 3, 5). El Bautismo lo instituyó Jesús cuando se hizo bautizar por Juan en el Jordán. Después de su Resurrección, antes de ascender al cielo, dejó a sus discípulos el mandato: “Id y haced discípulos de todos los pueblos bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo” (Mt 28, 19). Estas citas evangélicas fundamentan toda la teología sobre el Bautismo.

Bautizar significa bañar, lavar, sumergir en el agua. La acción de lavarse se realiza en muchas culturas con sentido religioso para expresar un lavado exterior y también una purificación interior. De hecho el bautismo de Juan el Bautista era un lavado exterior que expresaba la decisión de convertirse y cambiar de vida. El Bautismo de Jesús supera a todas las antiguas abluciones rituales. Ya lo dice San Juan Bautista: “El os bautizará con Espíritu Santo y fuego” (Mt 4,11). Jesús resucitado aclara a sus discípulos la diferencia sustancial que hay entre el bautismo de Juan y el suyo: “Juan bautizó con agua; pero vosotros seréis bautizados en el Espíritu Santo dentro de pocos días” ( Act 1,5; cf Lc 24,49). ¿Qué significa esto? Pues que sucede una transformación interior profunda, en el alma. Se produce una purificación total del espíritu con el perdón de los pecados y una plenificación de la gracia por la cual muere “el hombre viejo con todas sus obras y nace el hombre nuevo, que sin cesar se renueva” (Col, 3, 9).
El ritual del bautismo tiene una bendición solemne del agua, con descripciones muy ilustrativas que indican su importancia. Se recuerda cómo Dios se sirve del agua para significar la gracia del bautismo. Se repasa la existencia del agua desde su origen en la creación, de sus efectos en el diluvio, el paso del Mar Rojo y el bautismo de Jesús en el Jordán. Esta bendición se realiza pidiendo al Espíritu Santo, que es el autor de la eficacia de los signos sacramentales, que conceda a esa agua el poder de santificar.

El agua es la materia principal del bautismo. Para comprender este sacramento el camino más inmediato y fácil es analizar el significado del agua. El agua produce vida, lava, satisface la sed y también mata. Todos estos símbolos se hacen realidad en nuestras almas en el bautismo. El agua es indispensable para vivir. Donde no hay agua se produce el desierto, no hay vida. El agua también quita la sed. Un pasaje bautismal del Evangelio es el diálogo de Jesús con la samaritana. “El que beba del agua que yo le daré no tendrá sed jamás, sino que el agua que yo le daré se convertirá en él en fuente de agua que brota hasta la vida eterna” (Jn 4, 12).

Sin duda el simbolismo más fundamental es el del agua que destruye y desde allí mismo renace una nueva vida. Tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento destacan cómo el agua es un agente de destrucción y después, también, causa de lo nuevo. El bautismo es como el diluvio que arrasó la humanidad que estaba infectada por el mal y dio origen a un nuevo pueblo servidor de Dios. El paso del pueblo de Israel por el Mar Rojo es el símbolo de cambiar la esclavitud por la libertad de los hijos de Dios, el pecado por la gracia y la muerte por la vida.

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