Ante el reto fundamental que nos presenta la sociedad contemporánea, no podemos dejarnos llevar por la impresión negativa de que esta sociedad cierra sus puertas al Evangelio de Jesucristo. En lo más íntimo del corazón humano hay ansia, ardor y deseo de felicidad y plenitud que sólo Jesucristo puede completar y colmar. En lo más íntimo del corazón humano se va realizando el amor que tiene su origen en Dios. Aun en medio de la noche, la hierba crece. Del mismo modo en esta “noche oscura social” las semillas del Verbo están depositadas en todo ser humano y ahí van creciendo casi imperceptiblemente.

Nosotros disminuimos, pero el Señor crece en medio de nosotros, porque todo ser humano espera al todo de Cristo. La misión en la Iglesia tiene este cometido fundamental: concienciar y reconocer en todos que Jesucristo les ama y ha dado la vida por el género humano para salvarles del pecado y de la muerte; no podemos esperar a que pase la “noche oscura” de esta época para actuar; en medio de ella como cristianos y llevando la luz de Cristo hemos de iluminar, no para lucirnos sino para lucir y hacer que otros vean el rostro amoroso de Dios. Un grito de esperanza ha de surgir de nuestras vidas renovadas por el amor de Cristo: ¡Basta ya de lamentos y pesimismos! La esperanza cristiana está salvada y traspasada por Cristo, el único que nos puede decir: “No tengáis miedo, yo he vencido al mundo y estoy siempre entre vosotros”.

Hemos de estar vigilantes para poder dejarnos llevar por esta corriente de vida y de ilusión. ¡Es la hora de la misión! Es la hora porque siempre es tiempo de comunicar la Verdad y la Vida; siempre es tiempo de gracia y de hacer el bien en nombre de Dios. La humanidad, aunque a veces no se dé cuenta perfectamente de ello, sigue estando sedienta de Dios y de su amor. Dios está deseoso de comunicar su amable y tierna caridad envuelta de misericordia y su salvación, que es realmente lo que la humanidad necesita, lo que hará feliz de verdad a esta humanidad que busca ansiosa la Redención y la Salvación en Cristo, en medio de tanto dolor, desequilibrio, dificultad y contradicción… Dios desea estar con los hijos de los hombres. Por eso, la hora que vivimos es propicia para la misión: ahora es tiempo de misión, tiempo de luz, tiempo de amor y tiempo de esperanza.

El Papa Benedicto XVI nos ha mostrado un camino a seguir en este nuevo año 2008 que hemos comenzado y para ello nos ha regalado una Encíclica sobre la esperanza y nos dice que esta esperanza nos salvará. Nos son las promesas humanas o las ideologías más o menos convincentes las que harán cambiar el corazón humano, sólo la esperanza en Cristo lo hará posible. Vivamos con alegría el regalo de la fe y no dejemos que entre el pesimismo, la angustia y la desesperanza, miremos con los mismos ‘ojos de Dios’.

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