Es muy común que se llegue a ridiculizar el sentido del ayuno que nos propone el tiempo de Cuaresma y, sin embargo, tal vez no ha habido nunca tantos ‘ayunos’ que la sociedad materialista y de consumo ha impuesto. Pensemos que hay ‘ayunos estéticos’ que se imponen en el ambiente social. Basta que se haga el primer saludo a una persona que lo primero que se dice es: ¡Qué gordo estás o qué delgado te encuentras! La figura del cuerpo o el culto al cuerpo ha ido tomando el terreno de lo superficial y ha desplazado el sentido racional y el sentido común de las cosas. Mucha gente se ha vaciado tanto por dentro que la simple figura engordada de la vanagloria crea hondas frustraciones existenciales. Todo esto ha cooperado para que se haya impuesto el ‘ayuno patológico’, la anorexia. No está fuera de camino cuando la Iglesia nos invita al auténtico ayuno que deriva a una alegría y armonía espiritual si se sabe encauzar bien.

Lo material adquiere su verdadero sentido si se le pone cara a lo espiritual. Cuando predomina uno sobre el otro, desplazándose mutuamente, se está generando una personalidad anómala o una sociedad esquizofrénica. Por ejemplo se puede mortificar al cuerpo contra la gula y sin embargo no se le ayuda para vencer el vicio de la soberbia o vanidad; el cuerpo estilizado y hermoso no permite otra cosa sino es la vanidad de mostrar ante los demás la ‘bella figura’. Y desde el punto de vista de las reivindicaciones puede darse el ‘ayuno social’, una huelga de hambre, y sin embargo no se tiene preocupación por aquellos que mueren por el ayuno de hambre impuesto. No hay ayuno auténtico si no se busca el bien del hermano.

El tiempo de Cuaresma nos invita a descifrar dónde se encuentra nuestro pensamiento y dónde acentuamos nuestro estilo de vivir. No hay ayuno verdadero si no, existe en su propia esencia, la caridad. ¿De qué te sirve entregar tu cuerpo a las llamas si no existe la caridad? La caridad será el metro que medirá la autenticidad de las privaciones, de las penitencias y de los sacrificios que podamos realizar. Proponerse vivir la Cuaresma con pequeños detalles de penitencias y ayunos está bien pero, a los ojos de Dios, más vale ‘perdonar al que nos ha ofendido’, ‘animar al enfermo’, ‘ayudar al necesitado’, ‘aconsejar al que se ha equivocado’.

En este tiempo de fortalecimiento espiritual hemos de bajar nuestra cerviz y con humildad reconocer nuestra fragilidad para vaciar el corazón ‘lleno de sí’ y dejar espacio al paso de Dios. La penitencia que nos pide este tiempo de gracia es saber ayunar de nuestra soberbia para acercarnos con sencillez al Dios misericordioso y aprovechar el encuentro, en el sacramento del perdón, que Jesucristo ha fundado y ha depositado en su Iglesia. Deponer en la misericordia de Dios nuestras fragilidades y pecados es el ayuno que a él le agrada. Misericordia quiere y no sacrificios y aun cuando estos se den siempre la esencia de la misericordia ha de predominar. Este es el ayuno auténtico que nos pide la Iglesia en este tiempo cuaresmal.

 

+ Francisco Pérez González,

Arzobispo de Pamplona y Obispo de Tudela

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