Hay muchos momentos en la vida que parece se desvanece todo lo que uno ha construido y se resienten todos los aparentes cimientos que creíamos eran seguros e infranqueables. Los desengaños, las enfermedades, los fracasos y las inseguridades nos dejan desconcertados y perplejos. Nos preguntamos el sin sentido de esto y de mucho más. Parece que todo se cae como si de un ‘castillo de naipes’ se tratara. Son pruebas existenciales que nadie puede explicar y menos comprender a la luz de la sola y única razón. La vida tiene sentido por sí misma no por lo que la acontece; estos momentos son la prueba evidente de lo que siempre nos ha recordado la Sagrada Escritura: ‘Vanidad de vanidades, todo es vanidad’ (Ecl 1,2). En el mismo libro se nos va describiendo la vanidad de la ciencia, de los placeres y de los bienes materiales. Todo desaparece y sólo Dios permanece. Lo creado es finito, el amor de Dios es eterno.

El fundamento de nuestra vida y los cimientos de nuestro existir sólo tienen consistencia en Dios. De ahí que nos lo recuerde la viva tradición de la Iglesia que tiene como fuente la Palabra de Dios. Es engañoso y mentiroso vivir  a expensas de lo que nos toca ahora, en cambio es cierto y auténtico quien se sustente en lo que ha de venir. El necio se para en las cosas que acaban, el sabio en la luces de la razón y el santo en lo que no tiene fin. “Miré todo cuanto habían hecho mis manos y todos los afanes que al hacerlo tuve, y ví que todo era vanidad y apacentarse de viento” (id. 2,11).

Podemos tener todo y sin embargo un día, a la vuelta de la esquina de la vida, en el lugar que menos pensabas te surge esta pregunta: “Qué provecho saca el hombre de todo y de todos sus afanes bajo el sol? (id. 1,3). No hay seguridades absolutas más que las que Jesucristo nos ha mostrado en el Evangelio. De ahí que nunca, en él, nos sentiremos engañados, al contrario nos veremos bien acompañados puesto que nos manifiesta con claridad meridiana la Verdad, el Camino y la Vida.

La vida es bella y hermosa cuando se sustenta en esta experiencia de fe. Las realidades de la muerte, el juicio de Dios ante la vida eterna en su doble alternativa de muerte o vida ( de infierno o cielo), de desamor o amor son para pensárselo bien y no dejarnos manipular por las vanidades o el orgullo del que piensa y cree que todo lo tiene solucionado y resuelto. La felicidad tiene su fuente en Dios y en él sólo podemos gozar. Que las cosas no nos esclavicen, que sean medios y no fines, que usemos la vida para ‘bien-gastarla’ y que confiemos en la fuerza revitalizadora del Evangelio.

 

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