CALLEN LAS PALABRAS, HABLEN LAS OBRAS/ Agosto de 2008

Recuerdo que un día un amigo mío con dotes extraordinarias y muy entregado a los demás tuvo una enfermedad que le hizo perder totalmente la voz. Su voz era el medio único que tenía para poder transmitir su experiencia de fe y la enseñanza de la misma. Como sacerdote debía estar siempre en reuniones, celebraciones litúrgicas, asambleas de todo tipo. Me quedé impresionado cuando sutilmente le oí decir: “Esto me hace comprender lo que decía San Antonio Abad: ‘que callen las palabras y hablen las obras’”. Su labor exquisita y su amor a la gente tal vez hacen más que sus discursos. No son las palabras la que convencen, ni los análisis sesudos los que convierten, ni las críticas por muy finas que estas sean, las que llevan a la vida de la fe. Son los gestos llenos de amor de Dios, son las obras sencillas y prácticas que mueven los corazones de los demás.

Dentro de dos meses, en Roma, se abrirá el Sínodo Ordinario para reflexionar sobre la Palabra de Dios. Todos estamos de acuerdo con aquello que decía Pablo VI: que hoy se oye más a los testigos que a los maestros y aún a estos se los oirá si son también testigos. La Nueva Evangelización nos está pidiendo ser fiel reflejo de aquello que profesamos; si somos cristianos se nos ha de notar y de modo especial en la obras. Nunca ha valido la afirmación de muchos que sostienen, hasta con orgullo, que son creyentes pero no practican. Es una contradicción racional y existencial. No sirven hoy cristianos de este modo de ser; sencillamente, no son cristianos porque no viven lo que afirman creer.

Apuesto por una reforma vital puesto que ya no sirven las palabras o las hermosas formulaciones. Necesitamos una restauración a fondo en la vida de los creyentes. El paganismo, el laicismo y el materialismo han robado la fe de muchos creyentes. Por ello debemos renovar nuestra vida con una mayor intensidad de oración. El cristiano vivo es el que se acerca a las fuentes de la Vida que son la oración y los Sacramentos. La comunidad cristiana se alimenta del Amor de Dios que se hace gracia y belleza en lo más íntimo de nosotros mismos. Invito que a todos los sacerdotes, consagrados y fieles de nuestra Diócesis a que proyectemos este nuevo Curso 2008-2009 rogando insistentemente a Dios que nos conceda mayor experiencia de fe, esperanza y caridad. Pongamos los medios para que esto se haga posible y no olvidemos que la gracia y fuerza de Dios no nos van a faltar. Desde mi entrada en la Diócesis así lo dije: “Dejemos que el protagonista entre nosotros sea Jesucristo al que hemos de adorar, amar y servir”. Y ¿cómo lo podremos hacer? Adorándole en el Santísimo Sacramento (ya tenemos la Adoración Perpetua y también en las Parroquias, en las Comunidades y en los Monasterios en momentos concretos). Amándole de tal forma que él habite con su gracia en nuestras personas y recreando la fraternidad entre nosotros. Sirviéndole en los pobres y necesitados. Dejemos que las palabras callen y las obras hablen.

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