Queridos diocesanos:

Tenemos la gran suerte de poder celebrar este año las Javieradas al unísono con el año dedicado al apóstol San Pablo. En sí se parecen mucho aunque vivieron en tiempos distintos. Sus caracteres y su generosidad son muestra de la disposición que tenían a la hora de seguir a Cristo y hablar de Cristo. También son testimonio de un amor incondicional a Jesucristo y de ahí que pudieran realizar tantos viajes, cada uno desde el ámbito territorial que les correspondía. Los discípulos de Jesucristo no tienen miedo de entregar su vida aunque sea a costa del sufrimiento y del martirio, basta que su fe sea la única luz que alumbre a todos los que se encuentren por el camino. San Pablo decía: “He viajado por mar, con peligros, hambre, sed, preocupación por las comunidades… y ¿quién nos apartará del amor de Cristo? ¿La tribulación, o la angustia, o la persecución, o el hambre, o la desnudez, o el peligro, o la espada?… Pero en todas estas cosas vencemos con creces gracias a aquel que nos amó”.

La única preocupación de San Pablo y de San Francisco Javier fue la de hacer conocer a Jesucristo. Por eso hablaban, escribían, viajaban y aún en medio de su cansancio seguían un lema en común: “¡Ay de mí, si no anuncio el Evangelio!”. No era algo pesado sino su forma de vida, su estilo de entrega y su fuerza para el apostolado. No tenían tiempo de dedicarse a sí mismos sino un deber que les incumbía para que el Reino de Cristo se viviese en todas las comunidades y en toda la sociedad. En una carta que escribe San Francisco Javier a San Ignacio le dice que “cuando llegaba en los lugares, no me dejaban los muchachos ni rezar el Oficio, ni comer, ni dormir, sino que los enseñase algunas oraciones. Entonces comencé a conocer por qué de los tales es el Reino de los Cielos”.

Se dejaron seducir por Jesucristo y no tenían miedo pues su plena confianza estaba en él. ¡Cuánto nos han de estimular a vivir hoy nuestra fe el testimonio de estos dos santos! Nos hallamos ateridos muchas veces por las circunstancias que nos rodean y no somos libres. Ellos nos ayudan a mirar de otra forma y nos invitan a ser libres si amamos a Cristo y si nos lanzamos a anunciar el Evangelio con gestos, palabras y testimonio. No fueron cobardes a la hora de llevar la Palabra de Dios pues sabían que la humanidad estaba sedienta de este mensaje.

Aprovechemos estas Javieradas para vivir con mayor intensidad la Nueva Evangelización y hagamos de nuestra vida, al estilo de estos dos santos, un canto de alabanza a Dios y una ofrenda de mayor servicio para todos. ¡Felices Javieradas 2009!.

 

+ Francisco Pérez González,

Arzobispo de Pamplona y Obispo de Tudela

Director Nacional de Obras Misionales Pontificias

Comparte este texto en las redes sociales
Esta web utiliza cookies propias y de terceros para su correcto funcionamiento y para fines analíticos. Contiene enlaces a sitios web de terceros con políticas de privacidad ajenas que podrás aceptar o no cuando accedas a ellos. Al hacer clic en el botón Aceptar, acepta el uso de estas tecnologías y el procesamiento de tus datos para estos propósitos. Ver
Privacidad