26 de septiembre 2010

Quiero que me de una respuesta a un interrogante que me tortura y no me hace estar en paz conmigo mismo. Se trata de saber perdonar. ¿Cuál es la razón por la que hemos de perdonar cuando nos han ofendido injustamente?

El perdón es muy importante en la convivencia y en la armonía de la sociedad, de lo contrario nos volveríamos “lobos contra lobos”. El ser humano tiene una gran suerte y es que además de tener inteligencia y capacidad de ser creativo posee la mejor de las virtudes: Capacidad de amar. Y por esto es lo que más nos ha de preocupar a la hora de crecer en el ámbito de la fe. Saber limar las asperezas que suponen nuestras fragilidades, nuestros malos entendidos, nuestras palabras hirientes, nuestros enfados y nuestros egoísmos de mil formas, es tener la capacidad de amar en acción. Y a esto nos invita, con su ejemplo, Jesucristo que lo hizo cuando fue levantado en la cruz: “Perdónales porque no saben lo que hacen”.

Todos tenemos la necesidad de perdonar y de sentirnos perdonados. En la experiencia cotidiana nos vemos acosados por una de las esclavitudes más sutiles y más nocivas: el orgullo de creer que somos los mejores. El Evangelio nos dicta, con mucha claridad, que Dios es el único perfecto y que si queremos vivir en proceso de perfección hemos de ser misericordiosos como lo es él.

La misericordia es la demostración fehaciente de que tenemos capacidad de amar. Todos tenemos algo de lo que arrepentirnos o a alguien a quien perdonar. Sabemos que aunque estemos revestidos de la vestidura bautismal, no dejamos de pecar, de separarnos de Dios y si ofendemos al hermano es a Dios mismo a quien ofendemos. Pero siempre tenemos oportunidad de restablecer el ambiente hogareño como hizo el ‘hijo pródigo’. El signo eficaz e indudable del perdón de Dios lo encontramos en los sacramentos de su Iglesia y de modo particular en el sacramento de la confesión. “La llamada de Cristo a la conversión resuena continuamente en la vida de los bautizados. Esta conversión es una tarea ininterrumpida para toda la Iglesia que, siendo santa, recibe en su propio seno a los pecadores” (Catecismo de la Iglesia Católica-Compendio-, nº299)

El perdón, saber perdonar, es cumbre de la oración cristiana; el don de la oración no puede recibirse más que en un corazón acorde con la compasión divina. La oración cristiana es auténtica cuando se llega a perdonar a los enemigos. Ahí tenemos a tantos mártires de ayer y de hoy que dan este testimonio de Jesús. Saber perdonar no es fácil cuando las ofensas pueden ser hondas y, muchas veces, llenas de fuerte injusticia.

La justicia y la paz se construyen desde la reconciliación. Es una asignatura muy pendiente en nuestra sociedad. Por eso hemos de luchar para que la comprensión, el respeto, los planteamientos divergentes converjan en aquello que decía San Pablo a los romanos: “Con nadie tengáis otra deuda que la del mutuo amor”. No está en nuestra mano no sentir la ofensa y olvidarla; el corazón que se ofrece a Dios, cambia la herida en compasión y la ofensa en perdón.

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