Homilía en la Apertura del Curso 2011/2012 de la Universidad de Navarra

El acto de Apertura de Curso es el primer peldaño de una escalera llena de ilusión y de esperanza que iréis subiendo poco a poco a los largo de los meses sucesivos. Me siento muy honrado al acompañaros desde el principio y al presidir esta primera celebración solemne de la Eucaristía. Tengo también la oportunidad de hacer unas reflexiones al hilo de las lecturas que acabamos de escuchar.

1.- San Pablo amonestaba a su discípulo Timoteo sobre las actitudes que debía adoptar un buen pastor frente al daño que estaban causando los falsos maestros que propalaban doctrinas engañosas. Pienso que, además de aplicármelas a mí mismo que soy pastor de esta querida Iglesia de Pamplona y Tudela, son también aplicables a los que dedicáis vuestra vida a transmitir saberes y a formar personas.

Dice el Apóstol, en un juego de contrastes fácil de entender, que el falso maestro “está cegado por el orgullo y es un ignorante que sufre la enfermedad de discusiones y palabrerías” (1 Tm 6,4). Traducido al lenguaje positivo, aconseja al buen maestro ser humilde y sabio. En primer lugar humilde, dispuesto siempre a seguir aprendiendo y a buscar denodadamente la verdad, porque –lo decía el Papa Benedicto XVI en el encuentro con profesores jóvenes en El Escorial, donde seguramente estuvisteis varios de vosotros- “hay que considerar que la verdad misma siempre va a estar más allá de nuestro alcance. Podemos buscarla y acercarnos a ella, pero no podemos poseerla del todo: más bien, es ella, la que nos posee a nosotros y la que nos motiva. En el ejercicio intelectual y docente, la humildad es una virtud indispensable, que protege de la vanidad que cierra el acceso a la verdad. No debemos atraer a los estudiantes a nosotros mismos, sino encaminarlos hacia esa verdad que todos buscamos. A esto os ayudará el Señor, que os propone ser sencillos y eficaces como la sal, o como la lámpara, que da luz sin hacer ruido (cf. Mt 5,13-15)”.

Es evidente que la humildad no es una virtud pasiva que narcotiza al hombre en un cómodo “no sé, no puedo, no actúo”; es más bien una virtud que nos estimula a movilizarnos en la búsqueda sincera de la verdad, a trabajar serenamente, pero con constancia, a apoyaros en vuestros colegas, y hasta en vuestros alumnos, pues la docencia y la investigación no son labores individuales. La humildad os llevará a acercaros a Cristo y a acercar también a vuestros alumnos a Él, en cuyo rostro resplandece la Verdad. Tenedlo, siempre en cuenta, la búsqueda humilde de la verdad nos conduce siempre a la búsqueda sincera de Dios.

2.- En segundo lugar, aconseja el Apóstol, ser sabio, y un buen maestro llega a serlo cuando, además de transmitir a sus discípulos la ciencia imprescindible para desempeñar la profesión a la que están llamados, dedica todo su esfuerzo en modelar hombres y mujeres que han de transformar este mundo nuestro en un mundo mejor. La ciencia conoce; la sabiduría, sobre conocer, contempla y ama. El que tiene ciencia ve lo que debe hacer; el que tiene sabiduría lo hace.

Permitidme otra vez repetir unas palabras del Papa Benedicto XVI en El Escorial. Decía: “os animo encarecidamente a no perder nunca la sensibilidad e ilusión por la verdad; a no olvidar que la enseñanza no es una escueta comunicación de contenidos, sino una formación de jóvenes a quienes habéis de comprender y querer, en quienes debéis suscitar esa sed de verdad que poseen en lo profundo y ese afán de superación. Sed para ellos estímulo y fortaleza”. Recordáis bien con cuánto énfasis aludía a su encíclica Caritas in Veritate cuando señalaba que el camino hacia la verdad compromete al ser humano por entero y que inteligencia y amor, fe y razón se complementan, porque “no existe la inteligencia y después el amor: existe el amor rico en inteligencia y la inteligencia llena de amor” (Caritas in veritate, n. 30).

Aconseja también el Apóstol a Timoteo que nunca debe dejarse arrastrar por el ánimo de lucro, porque “los que quieren enriquecerse caen en trampas y tentaciones, y se dejan dominar por muchos deseos insensatos y funestos, que hunden a los hombres en la ruina y la perdición” (1 Tm 6,9). La codicia que con tanta fuerza condena San Pablo en los falsos maestros también acecha al quehacer universitario, no tanto en sentido estricto porque bien sabemos que la docencia y la investigación no son las profesiones más rentables en nuestro tiempo. Pero sí es una forma de codicia que los científicos tengan como objetivo el utilitarismo y lleguen a pensar que tienen todo en sus manos, sin que nadie pueda ponerles freno, ni en el orden de la técnica ni en el de las ideas.

Con mucho acierto ha denunciado el Santo Padre estos peligros en el mencionado encuentro de El Escorial: “Sabemos que cuando la sola utilidad y el pragmatismo inmediato se erigen como criterio principal, las pérdidas pueden ser dramáticas: desde los abusos de una ciencia sin límites, más allá de ella misma, hasta el totalitarismo político que se aviva fácilmente cuando se elimina toda referencia superior al mero cálculo de poder. En cambio, la genuina idea de Universidad es precisamente lo que nos preserva de esa visión reduccionista y sesgada de lo humano”.

3.- También del texto del Evangelio podemos aplicarnos muchas enseñanzas. En primer lugar, que Jesús fomentó a su alrededor la compañía de hombres y mujeres; era el germen de la Iglesia cuyo eje central es la comunión con Dios y con los hermanos. ¿No es algo así la Universidad, cuya esencia es la comunicación de saberes y, lo más importante, la comunicación y comunión de personas? En segundo lugar, que Jesús centró todo su mensaje en la “predicación de la Buena Noticia del Reino de Dios” de pueblo en pueblo y de ciudad en ciudad. Vosotros, desde vuestra cátedra y desde vuestro laboratorio también llegáis a todos los rincones; no dejéis de transmitir la verdad de Cristo con vuestro trabajo bien hecho.

Lo decía vuestro Fundador, San Josemaría: «Salvarán este mundo nuestro, no los que pretenden narcotizar la vida del espíritu reduciendo todo a cuestiones económicas o de bienestar material, sino los que tienen fe en Dios y en el destino eterno del hombre, y saben recibir la verdad de Cristo como luz orientadora para la acción y para la conducta, porque el Dios de nuestra fe no es un ser lejano, que contempla indiferente la suerte de los hombres. Es un Padre que ama ardientemente a sus hijos, un Dios Creador que se desborda en cariño por sus criaturas. Y concede al hombre el gran privilegio de poder amar, trascendiendo así lo efímero y lo transitorio» (Discurso Académico, Pamplona, 9-mayo-1974).

4.- Termino deseándoos un curso lleno de bendiciones divinas y de frutos académicos. Os encomiendo a la intercesión de Nuestra Señora del Amor Hermoso que os preside desde la ermita. Ella, como protectora, os acompañará: a los alumnos, a los profesores y a todas las personas que trabajan con vosotros. ¡Feliz Inauguración del Curso 2011-2012!

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