Cuaresma 2012: «La Cuaresma, reclamo de santidad»

Durante esta Cuaresma, que nos prepara para celebrar la Pascua del Señor, hemos de rogarle que nos fortalezca para serle fiel.

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No hace mucho me decía una buena persona que él era creyente pero no estaba de acuerdo con tanta proclamación de santos, que la Iglesia canonizaba. Además, me añadía: ¿no será este proceder el llegar a considerar a la Iglesia como prepotente?

Creo que mostrar la bondad y el vivir con sentido verdadero nunca se debe considerar prepotencia. La prepotencia es fruto del mal, nunca del bien que se muestra desde la humildad y sencillez. ¿Podemos decir que la Virgen cuando proclama el ‘Magnificat’ es prepotente? Al contrario, es una manifestación de lo más grande que tiene el ser humano: la dignidad de ser y vivir como hijo de Dios haciendo de su vida un servicio sincero a sus mandamientos. A quien ha tratado de ser coherente con el bien, la bondad y el amor de caridad nunca se le puede tachar de prepotente. El egoísmo, la mentira, la perversión, la soberbia, la apatía y tantas otras formas negativas de actuar, éstas sí que son signos de prepotencia. Sustituir a Dios por uno mismo, es signo de prepotencia. Negarse uno a sí mismo por amor de Dios, es signo de santidad y de bondad.

Los santos mártires han demostrado la valentía de defender a Cristo y no creo que esto sea pretensión vana ni tampoco presunción. A la luz, por dar claridad y brillo a las cosas, ¿podemos llamarla presumida? Si faltase la luz, todo sería tinieblas. La memoria de los mártires nos ayuda a recordar que ha habido muchos que han entregado su vida por amor y que han anunciado el Evangelio dando todo lo mejor de sí mismos.

Los dos milenios de cristianismo vividos, están llenos del constante testimonio de los mártires. El Papa Juan Pablo II recuerda especialmente los de este siglo, víctimas del nazismo, del comunismo y de las guerras tribales o raciales. El martirio es la demostración de la verdad de la fe que sabe dar rostro humano incluso a la muerte más violenta.

Los mártires ayudan a la Iglesia a permanecer firme en su testimonio. Ante la cobardía de nuestras formas de actuar donde predomina, muchas veces, el ‘respeto humano’ y el ocultamiento de nuestra fe, es normal que no se admita el testimonio de los santos mártires. Hay tantas experiencias de auténtica responsabilidad creyente que a uno se le ponen los ‘pelos de punta’. Pensemos en Santa María Goretti que se dejó matar antes que caer en el pecado de impureza. ¿Hoy se estima la pureza, la fidelidad matrimonial, la virginidad? ¿No es cierto que se elogia e idolatra el pecado como forma de vida, de auténtica libertad?

Las cosas que se refieren a Dios y a sus Palabras, solamente las pueden entender los que se adhieren a ellas con sencillez, humildad y amor. El corazón egoísta nunca es capaz de amar puesto que está lleno de sí mismo. Nunca entenderá el sacrificio, la entrega, la pérdida de la propia vida por causas justas o por amor a Jesucristo; más bien se encerrará en sí mismo defendiéndose a costa de lo que sea.

«Cantaré eternamente las misericordias del Señor, anunciaré tu fidelidad por todas las edades» (Sal 89, 2). No existe un auténtico amor si no va acompañado de la fidelidad, puesto que amar es entrega generosa y siempre, tanto en los momentos favorables como en los dificultosos. El ejemplo claro lo tenemos en Jesucristo que fue fiel hasta el final y esto le supuso «dar la vida». Los últimos datos de la persecución contra los cristianos en el mundo es la de un mártir cada cinco minutos. En el año 2011 han sido asesinados, por defender la fe cristiana, ciento cinco mil cristianos en el mundo. Esto significa que, al día, mueren por su fe entre 287 ó 288 cristianos, 12 por hora, es decir uno cada cinco minutos.

Pensar que esto se siga aún realizando en estos tiempos, no sólo da escalofríos sino que encoge el corazón. Pero lo más sorprendente es saber que su muerte no es ni banal, ni efímera. Como dice el Concilio Vaticano II: “El mártir sigue al Señor hasta las últimas consecuencias, aceptando libremente morir por la salvación del mundo, en una prueba suprema de fe y de amor” (cf. Lumen Gentium, 42). Ha seguido las huellas del Maestro que ha sido fiel hasta el final, sin renegar de su fe.

Me viene a la memoria la vida de tantos que, dando la vida, han sembrado su misión de nuevos cristianos: los mártires de Uganda, de Corea, de Barbastro… Ya desde los comienzos del cristianismo se decía que la ‘sangre de mártires es simiente de nuevos cristianos’. La apostasía sociológica que se ha convertido en una forma de vida, nunca entenderá lo que han hecho y hacen tantos mártires de antes y de ahora.

Todos tenemos presentes a los misioneros maristas que hace pocos años, en la zona de los Grandes Lagos de África, fueron masacrados y vilipendiados. Su muerte fue un testimonio de grandeza humana y de vida cristiana brillante. Dieron su vida por amor a los pobres y murieron bajo las garras del odio. ¿Es pretencioso o prepotente reconocer su valentía? Ellos merecen nuestro reconocimiento. La Iglesia apuesta y apostará por difundir el bien y el amor como expresión de grandeza humana. Es de justicia reconocer a los que hacen el bien.

Durante esta Cuaresma, que nos prepara para celebrar la Pascua del Señor, hemos de rogarle que nos fortalezca para serle fiel. Que no nos dejemos llevar por lo cómodo y fácil sino por la entrega generosa aún en las pequeñas cosas. Sabiendo también que su misericordia es infinita y eterna. o

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