Apostolicidad de la Eucaristía y de la Iglesia (II)

La celebración diaria de la Eucaristía ayuda al presbítero a vivir en unidad personal y a saber desarrollar las múltiples actividades diarias con espíritu sereno y equilibrado.

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Continuamos con la segunda parte de la carta desde la esperanza en la que se exponen algunas sombras que existen tanto en el campo de la doctrina como en el de la praxis sobre la Eucaristía y el ministerio sacerdotal.

La Eucaristía centro y cumbre de la vida y ministerio sacerdotal

En el número 31 de la Encíclica el Beato Juan Pablo II recuerda una doctrina muy importante sobre todo para los presbíteros: la Eucaristía, centro y cumbre de la vida de la Iglesia universal y local, es también centro y cumbre del ministerio sacerdotal. La celebración diaria de la Eucaristía ayuda al presbítero a vivir en «unidad» personal y a saber desarrollar las múltiples actividades diarias con espíritu sereno y equilibrado, las cuales, en lugar de «dispersar» y ser causa de hundimiento y tristeza, son motivo de alegría y plenitud. El sacerdote se realiza en su ministerio. Pero este ministerio, a veces tan complejo y agotador, recibe de la Eucaristía, tanto en el momento de la celebración como en los momentos de adoración y oración, paz, consuelo, luz, fortaleza… de suerte que cada jornada sacerdotal ha de ser eminentemente «eucarística», por estar centrada en la Eucaristía y reforzada por ella.

El Papa lo expone de la siguiente manera: «Con ánimo agradecido a Jesucristo, nuestro Señor, reitero que la Eucaristía es la principal y central razón de ser del sacramento del sacerdocio, nacido efectivamente en el momento de la institución de la Eucaristía y a la vez que ella». Las actividades pastorales del presbítero son múltiples. Si se piensa además en las condiciones sociales y culturales del mundo actual, es fácil entender lo sometido que está al peligro de la dispersión por el gran número de tareas diferentes.

El Concilio Vaticano II ha identificado en la caridad pastoral el vínculo que da unidad a su vida y a sus actividades. Ésta -añade el Concilio- «brota, sobre todo, del sacrificio eucarístico que, por eso, es el centro y raíz de toda la vida del presbítero». Se entiende, pues, lo importante que es para la vida espiritual del sacerdote, como para el bien de la Iglesia y del mundo, que ponga en práctica la recomendación conciliar de celebrar cotidianamente la Eucaristía, «la cual, aunque no puedan estar presentes los fieles, es ciertamente una acción de Cristo y de la Iglesia». De este modo, el sacerdote será capaz de sobreponerse cada día a toda tensión dispersiva, encontrando en el Sacrificio eucarístico, verdadero centro de su vida y de su ministerio, la energía espiritual necesaria para afrontar los diversos quehaceres pastorales. Cada jornada será así verdaderamente eucarística» (n.31).

Pastoral vocacional

Como consecuencia de la centralidad de la Eucaristía en la vida y el ministerio de los sacerdotes se deriva la importancia que ha de tener la pastoral vocacional, a nuestro juicio, uno de los problemas más acuciantes que tiene la Iglesia en nuestro tiempo. ¿Cómo actuar ante este escollo?

El Beato Juan Pablo II recuerda los elementos más importantes de esta pastoral de las vocaciones que se relacionan con la Eucaristía, de modo especial, la oración, la diligencia, el esmero y el ejemplo del sacerdote celebrante: «Ante todo, porque la plegaria por las vocaciones encuentra en ella (la Eucaristía) la máxima unión con la oración de Cristo sumo y eterno Sacerdote; pero también porque la diligencia y esmero de los sacerdotes en el ministerio eucarístico, unido a la promoción de la participación consciente, activa y fructuosa de los fieles en la Eucaristía, es un ejemplo eficaz y un incentivo a la respuesta generosa de los jóvenes a la llamada de Dios. Él se sirve a menudo del ejemplo de la caridad pastoral ferviente de un sacerdote para sembrar y desarrollar en el corazón del joven el germen de la llamada al sacerdocio» (n.31).

La celebración de la Eucaristía está exigiendo la presencia de un presbítero. Y, en relación con esto, la oportuna vitalidad y permanencia de una Parroquia ponen de manifiesto la necesidad de un sacerdote y el trabajo diligente y serio en la pastoral vocacional. No habrá que resignarse a estar sin presbíteros, sino que, por el contrario, estas circunstancias de penuria han de llevar a todos, por una parte, a la oración ardiente, confiada e insistente al Señor para que envíe obreros a su Mies, pero también, a trabajar decididamente -a nivel familiar, parroquial, de grupos, asociaciones o movimientos- a promover sinceramente y en unidad con el Obispo Diocesano una pastoral vocacional.

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