El Evangelio debe ser proclamado en primer lugar, mediante el testimonio. Así nos lo decía el Papa Pablo VI en Evangeli Nuntiandi, nº21. Supongamos, dice, que un cristiano o un grupo de cristianos, que desde dentro de la comunidad humana donde viven, manifiestan su capacidad de comprensión y de aceptación, su comunión de vida y de destino con los demás, su solidaridad en los esfuerzos de todos en cuanto existe de noble y bueno. Supongamos además que irradian de manera sencilla y espontánea su fe en los valores que van más allá de los valores corrientes y su esperanza en algo que no se ve ni osarían soñar.

A través de este testimonio sin palabras, estos cristianos hacen plantearse, a quienes contemplan su vida, interrogantes irresistibles: ¿Por qué son así? ¿Por qué viven de esa manera? ¿Qué es o quién es el que los inspira? ¿Por qué están con nosotros? Pues bien, este testimonio constituye ya de por sí -sigue diciendo Pablo VI- una proclamación silenciosa, pero también muy clara y eficaz, de la Buena Nueva. Hay en ello un gesto inicial de evangelización. Son posiblemente las primeras preguntas que se plantearán muchos no cristianos, bien se trate de personas a las que Cristo no había sido nunca anunciado, de bautizados no practicantes, de gentes que viven en una sociedad cristiana pero según principios no cristianos, bien se trate de gentes que buscan, no sin sufrimiento, algo o a alguien que ellos adivinan pero sin poder darle un nombre.

[pullquote2] Al final vence siempre la caridad cristiana. Por eso hoy los creyentes no tenemos otro mejor Maestro y Modelo que a Jesucristo[/pullquote2]

Esta reflexión del Papa Pablo VI nos debe ayudar para tomar en serio la fe que hemos recibido y que no podemos ocultar. Todos los cristianos estamos llamados a dar este testimonio. A veces es duro puesto que hay en el ambiente una cierta aversión a pronunciar el nombre de Dios y a manifestarse creyente. No hace mucho me comentaba una persona, que trabajaba en una empresa, lo difícil que era para ella comenzar la jornada en el trabajo. Todos la miraban como alguien raro puesto que se profesaba cristiana. A pesar de la burlas y de los chistes fáciles, respecto a su creencia, ella permanecía en silencio y siempre dispuesta a perdonar y ayudar a sus compañeros. Un día, uno de ellos, pasaba por un trance doloroso y ¿a quién recurrió? Lo normal hubiera sido que acudiera a los compañeros de la charanga, pero no fue así: recurrió al compañero al que tanto le había hecho sufrir.

2.- Al final vence siempre la caridad cristiana. Por eso hoy los creyentes no tenemos otro mejor Maestro y Modelo que a Jesucristo. Cuando las cosas van mal, interiormente tenemos unos resortes que nos sorprenden, por eso quien nos ha hecho el bien siempre queda como alguien que nos ha plasmado una estela de luz que no desaparece. Así las cosas se comprende que Jesucristo, el Hijo de Dios, se proclame a sí mismo como Luz para iluminar (Lc 2,32). Por su parte los cristianos, en cuánto discípulos de Jesús, somos los que pertenecemos a la luz, somos los hijos de la luz.

Nos encontramos nada más levantarnos por la mañana con la impresión, por las informaciones que oímos, de que todo va mal. No digo que sea algo inventado o que no tenga nada que ver con la realidad, pero el ánimo se encuentra a oscuras. El pesimismo se ha convierte como una tenaza que oprime. Es el momento para reaccionar y mirar con los ojos de la fe: “Yo soy la Luz del mundo. El que me siga no caminará a oscuras, sino que tendrá la luz de la vida” (Jn 8, 12). Y esto no es evadirse de la realidad o vivir como ilusos poetas, al contrario, la vida se afronta de otra forma y siempre con la esperanza. Tampoco se puede evadir de la realidad porque en las estrecheces de la vida se ponen más todas las energías y potencialidades para ayudar a los demás.

Hoy hay mucha gente generosa que no se acobarda o se deja amedrentar por los tiempos difíciles. ¡Cuántos de nuestros abuelos o padres han pasado por momentos más difíciles y salieron adelante! ¡Qué ejemplos de entrega y lucha aun en medio de la penuria y la austeridad! Hacer el bien ha de ser cosa de todos. Y si muchas cosas no funcionan es porque los intereses del pecado personal y estructural, en sus muchas formas, lo oscurecen. Limpiemos los lastres y despejemos las nieblas. Sólo desde la fe la vida adquiere otro sentido.

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