Desde allí ha de venir a juzgar a vivos y muertos

Ha de venir a judgarCuando Jesucristo Resucitado ascendió al cielo ante la vista de sus discípulos, éstos se quedaron como embobados mirando hacia la nube que lo había ocultado de su vista. Se quedaban como huérfanos sin aquel que había sido su apoyo y guía constante. Les quedaban las promesas que les había dejado sobre su presencia: “Yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28, 18). Pero inmediatamente “mientras miraban fijos al cielo, viéndole irse, se les presentaron dos hombres vestidos de blanco que les dijeron: “Galileos, ¿qué hacéis ahí plantados mirando al cielo? El mismo Jesús que os ha dejado para subir al cielo volverá como le habéis visto marcharse” (Hch 1, 11). Es lo que profesamos en el credo cuando decimos: “Desde allí ha de venir a juzgar a vivos y muertos”. Con este artículo del credo comenzamos la reflexión sobre las realidades últimas que han de suceder. Les llamamos novísimos o escatología o adviento.

HA DE VENIR

Uno de los acontecimientos que han de suceder al final es la segunda venida de Jesucristo. Ha de venir. La idea de que Jesucristo ha de volver estuvo muy presente en los discípulos desde el principio. Fue tan acentuada esta convicción que San Pablo, ya hacia el año 52, tuvo que llamarles la atención a los tesalonicenses que pensaban que esta segunda venida era ya inminente y por lo tanto habían dejado de trabajar. Les dice que están equivocados y por eso les exhorta: “Por lo que respecta a la venida de nuestro Señor Jesucristo y a nuestra reunión con él, os rogamos, que no os dejéis alterar tan fácilmente en vuestros ánimos, ni os alarméis por alguna manifestación del Espíritu, por algunas palabras o por alguna carta presentada como nuestra, que os haga suponer que está inminente el día del Señor. Que nadie os engañe de ninguna manera” (2Ts 2,1-3). Y a los que no trabajan les amonesta severamente: “El que no trabaja, que no coma. Porque nos hemos enterado de que algunos viven sin trabajar, muy ocupados en no hacer nada” (2Ts 3, 10-11). Desde entonces hasta la actualidad algunos siguen acentuando de forma errónea la idea de la proximidad del adviento del Señor anunciando periódicamente la llegada de esta venida. Ciertamente la etapa que vive la Iglesia peregrina en la tierra es tiempo de espera. Dice el Catecismo de la Iglesia Católica (nº 670) que vivimos la “última hora” (1Jn 2, 18 y 1P 4,7). En Cristo el mundo futuro ya ha comenzado.

[pullquote2 textColor=»#000000″]para el creyente el juicio será un reconocimiento del valor de la bondad, las virtudes, las buenas obras y el rechazo de la maldad y los errores [/pullquote2]

La Iglesia permanece siempre en actitud de tensión y espera activa del adviento del Señor pero asimismo le dedica expresamente un tiempo litúrgico. En ese tiempo, durante cuatro semanas, se prepara con esperanza para reiterar cada año la gracia del primer adviento, en la celebración litúrgica de la Navidad. Contempla a Dios encarnado en un débil niño nacido en Belén que vino por primera vez “en la humildad de nuestra carne”. Pero además anuncia la segunda venida de Jesucristo que “vendrá de nuevo en la majestad de su gloria” (Prefacio I de Adviento). El deseo de esta venida es tan ardiente que en todas las celebraciones de la Eucaristía, después de la consagración, el pueblo cristiano toma las últimas palabras del Apocalipsis y clama: ¡Ven, Señor nuestro! (Ap 22,20 y 1 Co 16,22).

Jesús habló varias veces de esta segunda venida suya: “Verán al Hijo del hombre venir sobre las nubes del cielo con gran poder y majestad” (Mt 24,30). No tienen importancia sustancial los signos anunciados sobre “el día y la hora” (Mc 13, 32), que la acompañarán ya que “sólo Dios conoce el momento preciso”. Lo que importa y lo cierto es que vendrá. Mientras tanto la Iglesia camina por la historia, confiada y alegre, peregrinando con toda la humanidad entre luces y sombras, pecado y gracia hacia la plenitud de los tiempos en que “Cristo será todo en todos” (Col 3, 11). Éste es el motivo para que el creyente se empeñe en vivir intensamente esta vida trabajando con amor para transformar el mundo de modo que puedan llegar los “cielos nuevos y la tierra nueva de la promesa” (Pe 3,13). Es consciente de que el Reino está ya realizándose “misteriosamente presente en nuestra tierra” y llegará a consumar su perfección sólo “cuando venga el Señor” (IM 38).

Así pues, la esperanza cristiana no se funda en una utopía sino en una novedad de la vida real y en crecimiento. La fe cristiana es una esperanza que transforma y sostiene nuestra vida (Spes salvi, 10). El cristiano sabe que se dirige, al encuentro, del Señor y esto le llena de confianza y fortaleza.

A JUZGAR

Jesús volverá para juzgar. Será al mismo tiempo juez íntegro y salvador misericordioso. Está en la conciencia de las personas que obrar el bien o el mal no puede ser indiferente y quedar sin consecuencias. No vivimos como si el bien y el mal fueran iguales. Todas las acciones tienen una responsabilidad. La mentalidad nihilista de nuestro tiempo sostiene que todo da igual pues la vida no tiene ningún significado ni proyecto de un futuro trascendente. Esta idea ha llevado a la humanidad a los mayores fracasos personales y sociales pues anula la moralidad de los actos. No encuentran sentido ni explicación el trabajo, el dolor, el sufrimiento, la misma muerte; ni tampoco la alegría, los triunfos, el amor, la belleza, la verdad, los valores. Es puro cinismo, escepticismo y pesimismo que lleva a la autodestrucción del ser humano.

En cambio para el creyente el juicio será un reconocimiento del valor de la bondad, las virtudes, las buenas obras y el rechazo de la maldad y los errores. Esperamos confiados a Jesús que vendrá a juzgar, a decir lo que está bien y lo que está mal. Los santos, los justos, los buenos que fueron despreciados, ignorados e incomprendidos serán reconocidos bienaventurados y glorificados. Entonces se verán los resultados de los que hicieron el bien viviendo el amor a Dios y al prójimo. Se verá el verdadero valor de cada uno, medido por el único juez que es justo porque conoce el interior de cada uno. “Entonces estará el justo, con gran seguridad, en presencia de quienes le persiguieron y menospreciaron sus obras. Al verlo se turbarán con terrible espanto y quedarán fuera de sí ante lo inesperado de aquella salud” (Sab 5, 1-3).

La esperanza de la venida del Señor nos hace vigilantes. Es la actitud que nos enseña Jesús en tantas parábolas. “Velad pues no sabéis cuándo vendrá vuestro Señor” (Mt 24, 42). Estamos seguros de que este justo juez es bueno y misericordioso. Quienes fueron sus amigos en la vida y estuvieron con Él no tienen ningún miedo a su venida y a su juicio. Dice el profeta Malaquías: “Mirad que llega el día, ardiente como un horno: malvados y perversos serán la paja, y los quemaré el día que ha de venir, dice el Señor de los ejércitos, y no quedará de ellos ni rama ni raíz. Pero a los que honran mi nombre los iluminará un sol de justicia que lleva la salud en las alas” (Mal 3, 19-20).

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