SANTIFICA A LOS FIELES CON SUS CARISMAS

Espíritu SantoPonerse a disposición, obedientes al Espíritu Santo, estar abiertos, bien dispuestos a su actuación produce en las almas transformaciones formidables. El Espíritu Santo tiene una acción personal en el corazón de cada uno. El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que habita en nosotros (cf. Rm 5,5;8,11). “Tu Espíritu trabaja en el corazón de los hombres y los enemigos se hablan finalmente, los adversarios se tienden la mano, los pueblos que se enfrentaban aceptan recorrer juntos una parte del camino”(Prefacio de la segunda plegaria eucarística para la reconciliación). Los que creen en Cristo le conocen porque Él mora en ellos (cf. Jn 14, 17).

Hoy el Espíritu sigue viviendo en los corazones de los fieles cristianos y los va transformando como a los apóstoles. Sin el Espíritu no somos ni podemos nada. Nos lo ha advertido San Pablo: “Nadie puede decir: Jesús es Señor si no es bajo la acción del Espíritu Santo” (1 Co 12, 3). Él es el protagonista que llena a los fieles con sus dones. Dejemos por tanto que el Espíritu Santo viva y actúe en nosotros. La vida interior es el manantial del apostolado, del equilibrio interior, de la paz con los demás y de la felicidad. Entonces también en nosotros se producirán las mismas maravillas de Pentecostés. No dejemos apagar el espíritu para que resurjan con fuerza apóstoles valientes y decididos a evangelizar nuestro mundo. “Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama ¡Abbá, Padre!” (Ga 4, 6). Este conocimiento de fe no es posible sino en el Espíritu Santo. Para entrar en contacto con Cristo, es necesario primeramente haber sido atraído por el Espíritu Santo. Él es quien nos precede y despierta en nosotros la fe.

[pullquote2]El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que habita en nosotros.[/pullquote2] Él es el motor de la caridad del cristiano. Infunde en el corazón el amor que es la vida de la misma Santísima Trinidad. Enseña a amar como Cristo nos ha amado (cf. 2 Co 13,13). Este amor, la caridad, en que cosiste la vida nueva en Cristo es posible porque hemos “recibido una fuerza, la del Espíritu Santo” (Hch 1, 8). “La caridad de Dios ha sido derramada en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado” (Rom 5,5). Los frutos de buenas obras se dan porque el Espíritu Santo injerta a los fieles en la vid verdadera que es Cristo. Así los frutos del Espíritu son: “caridad, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, templanza” (Ga 5, 22-23).

Él es el que siembra en las vidas de los fieles el germen de la esperanza en la vida eterna. Los padres de la iglesia le llaman: “semilla de incorruptibilidad”. Es principio de vida para la resurrección. Hipólito antes de bautizar a los neófitos les preguntaba: “¿Crees en el Espíritu Santo, dentro de la Santa Iglesia para la resurrección de la carne?”. San Pablo quiere que los Efesios se den cuenta de la maravilla que es el Espíritu Santo regalando dones: “Ojalá el Espíritu ilumine los ojos de vuestro corazón para haceros ver qué esperanza os abre su llamada, qué tesoros de gloria encierra su heredad entre los santos y qué extraordinaria grandeza reviste su poder para vosotros los creyentes, según el vigor de su energía que ha desplegado en la persona de Cristo” (Ef 1, 18-19). Desde el bautismo el Espíritu Santo dirige nuestras relaciones con el Padre, nos hace reconocer sus obras y es el Maestro de la oración. “El Espíritu viene en ayuda de nuestra flaqueza, pues nosotros no sabemos pedir como conviene; pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables” (Rm 8, 26).

 

LA LLENA DE GRACIA OBRA MAESTRA DEL ESPIRITU SANTO

No podían terminar estas reflexiones sin citar la maravilla de las maravillas que hizo el Espíritu Santo que es la Virgen María. Ella es su obra maestra. Si queremos contemplar quién es el Espíritu Santo y cómo actúa basta mirar a la Virgen María. El Espíritu la preparó para ser morada en donde su Hijo y su Espíritu pudieran habitar entre los hombres (CEC nº 721). Por ello, los más bellos textos sobre la Sabiduría, la Tradición de la Iglesia los ha entendido frecuentemente con relación a María (cf. Pr 8, 1-9, 6; Si 24).

Continúa el Catecismo de la Iglesia Católica (nº 722) describiendo mejor que nadie la relación entre el Espíritu y María. “Convenía que fuese «llena de gracia» la Madre de Aquel en quien reside toda la plenitud de la divinidad corporalmente” (Col 2, 9). Ella fue concebida sin pecado, por pura gracia, como la más humilde de todas las criaturas, la más capaz de acoger el don inefable del Omnipotente. Con justa razón, el ángel Gabriel la saluda como la «Hija de Sión»: «Alégrate» (cfr. So 3, 14; Za 2, 14). Cuando ella lleva en sí al Hijo eterno, hace subir hasta el cielo con su cántico al Padre, en el Espíritu Santo, la acción de gracias de todo el pueblo de Dios y, por tanto, de la Iglesia (cf. Lc 1, 46-55). La Virgen concibe y da a luz al Hijo de Dios por obra del Espíritu Santo. Su virginidad se convierte en fecundidad única por medio del poder del Espíritu y de la fe (cf. Lc 1, 26-38; Rm 4, 18-21; Ga 4, 26-28).

María siempre fue fiel, obediente, humilde, agradecida a la acción del Espíritu. Decía el Papa Benedicto XVI: “Aprendamos de María a reconocer nosotros también la presencia del Espíritu Santo en nuestra vida, a escuchar sus inspiraciones y a seguirlas dócilmente.”

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