La celebración del misterio cristiano

velasDespués de dedicar el año pasado, Año de la Fe, a comentar los artículos del Credo, ahora me propongo abordar el comentario de lo que es consecuencia del credo: la celebración cristiana. Para lo cual, nada mejor que seguir el Catecismo de la Iglesia Católica en su capítulo segundo: LA CELEBRACIÓN DEL MISTERIO CRISTIANO. La religiosidad del pueblo cristiano se sustenta en tres grandes pilares: creer, celebrar y vivir en conformidad con el Evangelio. Es un proceso lógico, progresivo y sistemático para vivir el Misterio de Cristo.

En el principio de todo está el primer pilar, que es creer. Creer consiste en recibir el mensaje de Cristo y convertirse a Él. Pero si nos quedamos solamente en este ejercicio de afirmación de un conocimiento doctrinal, la religión se reduciría a una aserción de la mente sin sentido. En un simple conjunto de teorías. La fe es mucho más que aceptar unas verdades, es adhesión a la persona de Jesucristo, traspasando el plano intelectual para alcanzar el vivencial.

En un segundo paso, el acto de fe pide responder al amor de Dios en quien se ha creído y se le ha reconocido como Padre que nos ha creado, nos ha redimido por medio de su Hijo y nos santifica con el Espíritu Santo. Por eso, como consecuencia del creer surge el segundo pilar que es el celebrar. El que cree necesita entrar en diálogo, como respuesta, con Dios. Esto se realiza por medio de la celebración litúrgica de acuerdo con los misterios de salvación que afirmamos. Un dicho clásico cristiano dice: “Lex orandi, lex credendi”. Traducido literalmente significa: la ley del orar es la ley del creer. Y con una traducción más libre: la norma para orar proviene de la norma del creer. La liturgia está de acuerdo, depende y expresa la fe.

[pullquote2]La religiosidad del pueblo cristiano se sustenta en tres grandes pilares: creer, celebrar y vivir en conformidad con el Evangelio.[/pullquote2] La reunión litúrgica de la comunidad ante todo alaba a Dios y le da gracias. De este modo anima la fe, la mantiene y la fortalece. La glorificación de Dios y la obra de la salvación se actualizan por la eficacia de los sacramentos de la Iglesia que prolongan a lo largo el Misterio Pascual de Cristo, esto es, su muerte y resurrección. Dios es glorificado y los hombres santificados. La liturgia se desarrolla al servicio de la fe. Cuanto más fielmente responda a lo que se cree, más auténtica y eficaz será. Esto se realiza perseverando y enriqueciendo el contenido de la fe. La Iglesia ora como cree y cree como ora.

Creer y celebrar aterrizan en el tercer pilar de la vida cristiana que es la vida práctica de cada día según el Evangelio. Lo mismo que la fe se proyecta en la liturgia, así ambas se realizan en la vida cristiana. El cristiano debe vivir de acuerdo a lo creído y celebrado. Al finalizar la celebración litúrgica el celebrante dice: podéis ir en paz. Esto no significa: se acabó. Todo lo contrario. Al acabar la Eucaristía debemos poner en práctica lo que hemos celebrado porque la Eucaristía es misión, porque la Eucaristía invita a vivir en cada momento de acuerdo con lo celebrado. Es un envío a la misión y al testimonio de caridad. El padrenuestro y las oraciones de poscomunión al final de la misa lo expresan claramente. “Te damos gracias, Señor, por esta Eucaristía que acabamos de celebrar; que ella nos lleve a vivir en caridad.” Las bendiciones solemnes finales corroboran lo mismo. Siempre llaman al compromiso para llevar una vida santa, consecuencia de lo que se ha celebrado.

La Eucaristía da una fuerza interior para vivir cristianamente y anunciar el Evangelio. Sino fuese así, la celebración hubiera sido una farsa. La religión sin compromiso es una hipocresía. Ya advirtió Jesús a los fariseos que vivían la religión sin compromiso, consistente sólo en prácticas rituales externas: “Prefiero la misericordia al sacrificio” (Mt 12, 7). Citando al profeta Isaías dice: “Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí” (Mt 15, 8-9; Is 29, 13). Fácilmente se puede caer en la “ritualización” cuando los actos cultuales se disocian de la misericordia, la justicia y el amor. Entonces para Dios son vacíos y vanos y no tienen ningún valor. Dios rechaza los sacrificios, las plegarias, el incienso y las festividades de su pueblo cuando sus manos “están manchadas con sangre” (Is. 1,11-16; Jer. 7,1-11; Am. 5, 21-25).

“La religión pura y sin defecto a los ojos de Dios Padre es esta: preocuparse de los huérfanos y las viudas en sus tribulaciones y no dejarse contaminar por el mundo” (Sant 1, 27) La celebración litúrgica y el compromiso de caridad están tan estrechamente unidos que uno depende de la otra. No se puede disociar la vida por un lado y la liturgia por otro. En efecto, la liturgia lleva a una práctica moral en el cumplimiento de los mandamientos y en la vivencia de las virtudes, especialmente de la caridad.

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