sagrada familiaAl abordar el tema de la celebración del misterio cristiano resulta inevitable hablar de la relación que tiene la liturgia con la catequesis. Ante todo es necesario clarificar la terminología. El término “liturgia” nos habla de los misterios que se celebran, de los actos de culto, expresión vivida de la fe; mientras que “catequesis” alude a la instrucción oral de viva voz sobre la fe. Nos preguntamos: ¿la misma celebración no es ya por sí misma una excelente escuela de catequesis? La respuesta es que ambas dimensiones de la vida cristiana están íntimamente unidas, se implican mutuamente y nacieron simultáneamente. Pero cada una tiene su propia función.

El mismo Jesús al lavar los pies a los discípulos (gesto que pudiéramos definir como acción litúrgica) explica su acción haciendo una catequesis al responder a la pregunta que él mismo lanza: “¿Habéis entendido lo que he hecho con vosotros?” (Jn 13, 12). La liturgia postula la catequesis. La catequesis exige la liturgia. Desde los orígenes del cristianismo la acción litúrgica se muestra claramente evangelizadora. Es una catequesis vivida en el templo. Mientras se ora, se enseña y alecciona.

Los Padres de la Iglesia lo tuvieron muy claro. Desde la Didaché o Doctrina de los Apóstoles hasta San Agustín, todos realizan instrucciones mientras celebran, enseñando cómo se celebra y por qué son los ritos y los signos sacramentales. Todo esto lo han dejado escrito en tratados de liturgia de los sacramentos recopilando sus homilías y explicaciones. Los libros litúrgicos y sacramentarios que han ido apareciendo contienen explicaciones catequéticas de las celebraciones.

La reflexión litúrgica forma parte de un todo armónico en el que de forma unitaria se desarrolla la catequesis, la reflexión ascética y moral y la experiencia mística. Por eso a los Padres se les llama “personalidades totales”. Sus catequesis son una iniciación a la celebración de los misterios, desvelando los secretos de los signos y de los símbolos. Entre liturgia y catequesis hay un movimiento de salida y retorno. Además la liturgia sirve para expresar una apología de la verdad frente a las doctrinas equivocadas. Finalmente para los Padres Antiguos de la Iglesia la liturgia tiene preeminencia sobre la catequesis. Es una preeminencia vital, aunque no lógica en el orden cronológico, porque antes de celebrar es necesario haber sido educado para ello. La liturgia de los Padres termina siendo una gradual y sistemática pedagogía de la fe haciendo una iniciación completa.

El Concilio Vaticano II repite varias veces en el decreto dedicado a la liturgia que la celebración cristiana tiene una función catequística con su propia pedagogía. Los fieles encuentran la fuente “primaria y necesaria” de lo que es el espíritu cristiano en la liturgia (cf. SC 14). Es decir, si se quiere saber qué cree la Iglesia basta ver qué celebra y cómo celebra. La celebración es “una gran instrucción para el pueblo fiel” (SC 33). Al celebrar los sacramentos con sus signos se constata su capacidad pedagógica (cf. SC 59). Finalmente hay que decir que, además, los signos y muchos momentos de las celebraciones son directamente catequísticos (cf. SC 35). La feliz reforma conciliar de la liturgia ha sido la causa de la renovación de toda la actividad de la Iglesia, también de la catequesis.

En la actualidad la transmisión de la fe no se realiza en muchos casos, como antaño, desde la familia y la sociedad, por eso, para muchos las celebraciones son el único momento donde reciben una instrucción catequística. La proclamación de la Palabra, la homilía y las moniciones son momentos claramente catequéticos. Los Padres Antiguos los usaban sin reparo como catequesis. Y ahora, después de que se desea marcar los límites de la homilía, se termina en muchas prácticas pastorales afirmando que la homilía para muchos fieles es la catequesis única y expresa.

La celebración litúrgica del misterio cristiano tiene en sí misma una capacidad catequética. Todo el conjunto, palabra, signos, gestos, festividades, tiempos litúrgicos, contribuyen a instruir, recordar y reforzar lo que se cree. La liturgia mientras expresa los misterios de la fe, recuerda lo que creemos y enseña por qué lo creemos y anima a creerlo.

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