La celebración de la Eucaristía dominical

día del señorEntre todos los nombres que se dan al domingo destaca “el día de la Eucaristía”. La Eucaristía está ligada al domingo desde los orígenes. El domingo y la Eucaristía son inseparables. Es el día reservado para la Eucaristía. La Iglesia no puede vivir sin la Eucaristía dominical.

Esta afirmación la ratificaron con su sangre en el siglo IV los famosos mártires del Norte de África en  Abitinas. El emperador Diocleciano les prohibió reunirse. Un día fueron sorprendidos en la reunión de la Eucaristía dominical casi cincuenta cristianos entre los que había personas importantes de la sociedad y también jóvenes y niños. Las actas del proceso judicial que se han conservado transcriben minuciosamente el diálogo, la condena y las torturas. Todos murieron, uno tras otro para amedrentar a los siguientes, en medio de tormentos inenarrables. Con valentía, esperanza y paz fueron dando testimonio de su fe que ha quedado plasmado en una frase lapidaria:  “Sin la celebración dominical no podemos vivir”. El presbítero Saturnino dijo: “Hemos celebrado tranquilamente el día del Señor, porque la celebración del día del Señor no puede omitirse”. Hasta un niño, llamado Hilariano, sin miedo a los tormentos dijo: “Yo soy cristiano, y espontáneamente y por propia voluntad asistí a la reunión, junto a mi padre y a mis hermanos…” (Actas de los Mártires, BAC 75, pp 975-994 extracto). Al compararnos con estos héroes fervorosos nos viene tal vez algo de vergüenza y envidia por nuestras actitudes a veces tibias y cómodas.

Esta narración demuestra qué bien entendieron los primeros cristianos la trascendencia de la celebración de la Eucaristía dominical. A ella nos remite el documento conciliar sobre la reforma de la liturgia. “La Iglesia, por una tradición apostólica que trae su origen del mismo día de la Resurrección de Cristo, celebra el misterio pascual cada ocho días, en el día que es llamado con razón día del Señor o domingo” (SC 106).

El Señor Resucitado se manifiesta especialmente en la reunión de los creyentes en la Eucaristía del domingo. Recordamos cómo el Apóstol Tomas no estuvo un domingo en la reunión de los discípulos y se perdió la dicha de ver al Señor Resucitado. Cuando a los ocho días acudió pudo verle. Los discípulos de Emaús lo reconocieron “al partir el pan” ya que este gesto les recordó la Última Cena, que fue la primera Eucaristía. De la Eucaristía depende la vida de la Iglesia. Cuando nos reunimos nos reconocemos, nos saludamos, nos unimos, cantamos y rezamos juntos. Nos animamos. Crece la fe la esperanza, la caridad, la fortaleza y la alegría de ser cristianos. Nos llenamos de gozo y paz. Salimos de la Eucaristía a la vida felices, renovados, misioneros hacia el mundo.

La Iglesia hace a la Eucaristía y la Eucaristía hace a la Iglesia. Los fieles cristianos han podido caminar a través de la historia fortalecidos por el más preciado alimento espiritual que es el mismo Señor. La Eucaristía es el don por excelencia porque se da en alimento el mismo Señor. Lo más precioso que tiene la Iglesia en su caminar por la historia es la presencia salvadora de  Jesús en la Eucaristía. La celebración eucarística es el centro del proceso de crecimiento de la Iglesia. Hay un influjo causal de la Eucaristía en los orígenes mismos de la Iglesia y en su desarrollo. Mientras haya Eucaristía habrá Iglesia.

En el Sínodo de los Obispos de Europa (28 de junio de 2003) San Juan Pablo II constató de primera mano con pena cómo se había enfriado la fe en sociedades antiguamente claramente cristianas y misioneras por abandonar la Eucaristía del domingo. A este hecho le llama “pérdida de la memoria cristiana” que sucede cuando se sigue una antropología sin Dios, pero al mismo tiempo con sed de verdad. Como resumen de lo tratado publicó una Exhortación Apostólica post-sinodal titulada: “La Iglesia en Europa” que trata sobre Jesucristo vivo en su Iglesia motivo de esperanza. En resumen afirma que la Eucaristía es el antídoto para la indiferencia, la secularización y el abandono de la fe. El resucitado se hace presente entre nosotros y nos acompaña. Mientras se siga celebrando la Eucaristía habrá comunidades cristianas fervorosas. Por eso animó a recuperar el domingo con la celebración reiterada de la Eucaristía  que  seguirá atrayendo a los que no creen y ayudando a volver a los que abandonaron la práctica religiosa.

Para recuperar el sentido religioso en la Europa de hoy, dice, “renuevo, por tanto, la invitación a recuperar el sentido más profundo del día del Señor, para que sea santificado con la participación en la Eucaristía y con un descanso lleno de fraternidad y regocijo cristiano. Que se celebre como centro de todo el culto, preanuncio incesante de la vida sin fin, que reanima la esperanza y alienta en el camino” (EdE. 82).

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