El día 18 de enero celebramos la Jornada de las Migraciones, este año con el lema “Una Iglesia sin fronteras, madre de todos”.

1.- El actual fenómeno migratorio es un importante signo de los tiempos, un desafío que debemos atender si aspiramos a la construcción de una humanidad renovada en la justicia y en la paz verdaderas. A las personas que por razones laborales se ven obligadas a dejar su país, familia y ambiente cultural propio, se han añadido, de manera masiva en muchos casos, la huida hacia zonas de seguridad de los pueblos en conflicto y guerra. Muchos de los que emigran pretenden dejar atrás situaciones de pobreza, carencia de recursos y cultura e incluso de miseria, arriesgando a veces su propia vida.

Partiendo de esta premisa, el papa Francisco recuerda que la atención de Jesús por los más vulnerables y excluidos nos invita a todos “a cuidar de las personas más frágiles y a reconocer su rostro sufriente, sobre todo en las víctimas de las nuevas formas de pobreza y esclavitud. La misión de la Iglesia es, por tanto, amar a Jesucristo, especialmente en los más pobres y desamparados; y entre éstos, están ciertamente los emigrantes y los refugiados, que intentan dejar atrás difíciles condiciones de vida”. Por ello, la Iglesia abre sus brazos para acoger a todos los pueblos, sin discriminaciones y sin límites, para anunciar a todos los hombres y mujeres que «Dios es amor» (1 Jn 4, 8.16).

La orientación que propicia la Iglesia es la búsqueda del entendimiento y la mejora de las personas, llamadas a integrarse en un cuerpo social abierto a los grandes desafíos de nuestro tiempo, donde la acogida no suponga la capitulación de la propia identidad o la negación de la identidad de los inmigrantes, sino el enriquecimiento humano de todos, resultado de quienes se necesitan mutuamente para ir hacia una sociedad y un mundo más fraternos.

Necesitamos, por tanto, un cambio de actitud hacia los inmigrantes y los refugiados, el paso de una actitud defensiva y recelosa, de desinterés o marginación a otra que ponga como fundamento el encuentro, capaz de construir un mundo más justo. Así pues, la Iglesia, madre de todos, extiende por el mundo la cultura de la acogida y de la solidaridad, según la cual nadie puede ser excluido.

2.- Me alegra que celebremos esta Jornada Mundial del Emigrante y del Refugiado con el mayor entusiasmo. Siguiendo a Jesús, buscamos mostrar la magnanimidad de Dios que, como una madre, nos alimenta, nos guía y acompaña. Desde que la Palabra se encarnó, todo lo humano tiene un valor transcendente.

Por eso, que no haya fronteras en nuestro corazón. Cristo ha derribado el muro que nos separa a unos de otros; nos ha hecho herederos de la promesa, nos ha hecho hermanos y formamos la familia de Dios. Un precioso texto de San Pablo nos recuerda que Cristo nos ha traído paz y que, en Él, los de cerca y los de lejos tenemos los mismos derechos (Cfr. Efesios 2, 11-22).

Nos corresponde promover una actitud positiva y acogedora. El migrante es una persona con los mismos derechos y deberes que los demás; forma parte de la gran familia de los hijos de Dios. Son hermanos que han de ser acogidos, amados y respetados en su dignidad y en sus derechos.

Acabamos de celebrar el misterio de la Natividad. También la Sagrada Familia tuvo que emigrar a Egipto en busca de refugio, movida por la protección de la vida del Niño Jesús (Cfr. Mt 2,13-18). Dios ha venido para salvarnos, para darnos un corazón nuevo capaz de reconocer en cada persona a un hermano.

Quiero expresar mi reconocimiento a cuantas personas y grupos están trabajando con ejemplar dedicación a favor de los inmigrantes. En mis visitas pastorales por la Diócesis, siempre me encuentro con aquéllos que han tenido que emigrar y, en general, observo que son bien acogidos en las comunidades parroquiales y se preocupan de sus necesidades de distinto sesgo. Apelo a nuestra Iglesia diocesana a seguir haciendo un esfuerzo por comprender la situación de estos hermanos nuestros y colaborar en los distintos programas de ayuda para que la migración se convierta en una peregrinación animada por la confianza fraterna, la fe y la esperanza.

Con mi bendición,

+Francisco Pérez González
Arzobispo de Pamplona y Obispo de Tudela

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