Con frecuencia los sacerdotes, padres de familia, maestros de religión, catequistas y fieles cristianos oyen decir: “La Misa no me dice nada”. Revela una constatación que nos preocupa y nos preguntamos: ¿Por qué sucede esto? La respuesta es porque no participan activamente en la Eucaristía. Y no participan porque desconocen toda la riqueza de las partes que la componen y cómo se ha de vivir cada momento dejando que afloren los variados sentimientos de fe que se quieren provocar. La Eucaristía no es un espectáculo o un tiempo de entretenimiento. Es un encuentro profundo con Jesucristo: Su Palabra y su Cuerpo.

La Eucaristía es el momento culminante del culto, la oración más completa. En ella, ante todo, se alaba a Dios. Ésta es la finalidad principal. La alabanza a Dios Uno y Trino, Padre creador y providente, al Hijo, Dios Encarnado, que nos ha redimido, al Espíritu Santo que nos da amor y vida. Toda la Misa es alabanza, pero el himno del Gloria y el Credo son dos momentos de alabanza más expresa. ¿Qué vas a vivir en Misa? La respuesta es la de conectar con las expresiones del Gloria: “Te alabamos, te bendecimos, te adoramos, te glorificamos”.

La segunda finalidad de la Misa es la acción de gracias. Esta finalidad es tan grande que le da el nombre. La palabra Eucaristía significa acción de gracias. A Misa vamos a dar gracias a Dios. No podemos aburrirnos. Tenemos tantas cosas que agradecer: La existencia, la vida, la tierra, el sol, el aire, la familia, el amor, los amigos, el trabajo, el descanso… Han sucedido muchas cosas en la semana y necesitamos decírselas al Señor. Sinceramente le tenemos que dar gracias porque Él es providente, cuida de nosotros, nos acompaña, nos protege, nos da su gracia.

[pullquote3 align=»left» textColor=»#888888″]También a lo largo de los días fallamos, nos equivocamos y cometemos pecados. Por eso al iniciar la celebración, nos purificamos de nuestros pecados, para tener la paz con Dios y con los hermanos y celebrar dignamente la Eucaristía.[/pullquote3]También a lo largo de los días fallamos, nos equivocamos y cometemos pecados. Por eso al iniciar la celebración, nos purificamos de nuestros pecados, para tener la paz con Dios y con los hermanos y celebrar dignamente la Eucaristía. Todos los que vamos a Misa decimos con sinceridad que somos pecadores y necesitamos dar y recibir el perdón. Por eso antes de comulgar hay un momento en el que nos damos y recibimos la paz. Recordamos a Jesús que nos dice que es necesaria la reconciliación con los hermanos (Mt 5, 24). La Iglesia, como Madre y Maestra, nos advierte que para comulgar se requiere ir bien limpios de toda culpa y estar en gracia de Dios. Por eso, cuando no estamos en sintonía y unión con Dios, a causa del pecado, tenemos el sacramento de la penitencia que nos perdona y purifica para poder ir dignamente al sacramento de la Eucaristía.

Solamente en último lugar aparece la finalidad de la Misa que sirve para pedir. Lo que se ha de pedir está en el Padrenuestro, añadiendo todas aquellas necesidades personales, familiares o sociales. En la oración de petición hay que poner por delante: Que se haga la voluntad de Dios y nos conceda la gracia que pedimos si nos conviene para la salvación. Orar por los difuntos es un momento muy importante: Ofrecer sufragios por las almas del purgatorio. Recordamos con cariño a nuestros antepasados y pedimos que Dios les conceda la salvación eterna.

Participar activamente en la Misa hace que ésta sea esperada, deseada y que produzca mucho fruto. A Misa no se va a estar, ni a escuchar, sino a participar rezando, cantando, haciendo los signos que se suceden uno tras otro, conociendo su significado y realizándolos con plena conciencia. La Misa es muy variada. Hay que dejarse invadir por la alegría del encuentro con Jesucristo y los hermanos, el saludo inicial, ir con el corazón limpio, exaltación por la alabanza, escucha atenta de la Palabra, ofrecimiento de la vida y la limosna como expresión de solidaridad con los pobres, plegaria por todos, adoración del misterio, petición de gracias en el padrenuestro, comulgar y finalmente despedirse con gozo saliendo al compromiso de la vida, luchando por la paz y la fraternidad.

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