Los sacramentos se manifiestan por medio de unos signos visibles. Decir los pecados es un signo visible y también uno de los momentos más delicados de este sacramento. Algunos tienen dificultad para confesarse. Sienten vergüenza de manifestar los pecados. Pero también pueden sentir vergüenza ante el médico porque “si el enfermo se avergüenza de descubrir su llaga al médico, la medicina no cura lo que ignora” (San Jerónimo, Eccl.10,11). Por lo tanto al ser consciente que necesita curación se decide a manifestar su dolor con valentía. El camino de la santidad es de los valientes y no de los pusilánimes. Los santos se sienten profundamente pecadores, los mediocres nunca. A veces se oye decir: “¡Yo no tengo pecados!” Es una mentira porque todos tenemos algo de lo que nos hemos de acusar y corregir. El Señor dice: “no necesitan los sanos de médico sino los enfermos; no he venido a llamar a los justos sino a los pecadores” (Mc 2, 17).

El sacramento de la confesión es parecido a lo que se hace cuando uno va al médico. Lo primero es descubrir y analizar los dolores que uno tiene para diagnosticar con certeza. Después habla con el médico a solas y recibe las indicaciones para curarse. Nunca se le ocurriría a un médico recetar un fármaco a un grupo de pacientes si previamente no ha hablado personalmente con cada uno. Sería un irresponsable. Por ello el sacerdote ha de escuchar al penitente y éste le manifiesta verbalmente sus pecados. Sin la manifestación de los pecados no hay materia y por tanto no se puede absolver sacramentalmente. Se requieren materia y forma: manifestación de los pecados (concretando cuáles son) y absolución sacramental con la fórmula: “Yo te perdono de tus pecados, en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”.

El Sacramento de la Penitencia también recibe el nombre de Sacramento de la Confesión porque “la declaración o manifestación, la confesión de los pecados ante el sacerdote, es un elemento esencial de este sacramento” (CEC, 1424). Consiste en manifestar los pecados al confesor. Previamente se ha hecho un examen sobre aquellos pecados que uno ha podido cometer. Los mandamientos de la Ley de Dios nos pueden ayudar. Sin duda es la mejor plantilla que nos sirve para escanear nuestro interior y descubrir si hemos incumplido alguno de ellos. Conviene preparar la recepción de este sacramento mediante este examen de conciencia. Uno se pone ante Dios y siente dolor en el alma y detesta el pecado cometido con la resolución de no volver a pecar: Es el acto de contrición y propósito de la enmienda.

La parábola del Hijo Pródigo, o mejor aún, del Padre Misericordioso, manifiesta que es un encuentro con un abrazo de amor de Dios Padre, feliz y festivo. Por eso la acogida del sacerdote es siempre amable puesto que es un dispensador del perdón que Dios da a quien de verdad está arrepentido. El papa Francisco que nos invita a vivir un año Santo y Jubilar de la Misericordia nos dice a los sacerdotes: “Cada confesor deberá acoger a los fieles como el padre en la parábola del hijo pródigo. Un padre que corre al encuentro del hijo no obstante hubiese dilapidado sus bienes” (Misericordiae Vultus, 17).

El Sacramento de la Reconciliación es la propuesta de la gracia y el perdón de Dios que se ofrecen siempre sin límite. Dios no se cansa de perdonar, pero se necesita una respuesta personal a la gracia. De ahí que es fundamental arrepentirse, es decir, tener dolor de los pecados, que consiste en un pesar de haber ofendido a Dios y un propósito de enmienda, que es un compromiso de esforzarse para no volver a pecar. El arrepentimiento indica una conversión o cambio de mentalidad. Es darse la vuelta y orientarse hacia Dios. Sin arrepentimiento no hay perdón. El propósito de enmienda es la consecuencia de la conversión. Es un compromiso real de ser fiel a Dios, aun conociendo la fragilidad humana. Consiste en tomar medidas para evitar las ocasiones de pecar. Jesús siempre invita: “Anda y no vuelvas a pecar” (Jn 8,11)

La celebración del sacramento de la penitencia se completa con la condición de cumplir la penitencia. Consiste en resarcir el daño causado por el pecado. El que robó tiene que devolver lo robado, quien quitó la fama ha de ver el modo de restituirla, quien ofendió y se separó de la comunidad ha de realizar actos de reparación de retorno a ella. Los pecados se contrarrestan practicando las virtudes contrarias. A los pecados capitales se les oponen las virtudes: contra soberbia humildad; contra avaricia, generosidad; contra lujuria, castidad; contra ira, paciencia; contra gula, templanza; contra envidia, benevolencia; contra pereza, diligencia. Dedicarse a la oración y a las obras de caridad y misericordia. Todo esto, realizado como una liberación, hace de este sacramento la mejor palestra de santidad.

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