Ya hemos reflexionado sobre la necesidad imprescindible de la Eucaristía para la vida de las comunidades y la importancia de los sacerdotes. Las comunidades cristianas esperan y necesitan ser alimentadas convenientemente en su espíritu.

El papa Francisco en las audiencias multitudinarias de los miércoles en la Plaza de San Pedro ha ido dando catequesis sobre todos los sacramentos. Hablando del Orden Sacerdotal dijo que el sacerdote está a la cabeza y preside a la comunidad cristiana pero que si no lo hace con amor se convierte en un “funcionario estéril”. Esta es la primera cualidad que quieren ver los fieles en el sacerdote: un servidor humilde según el corazón de Jesús, que es un corazón de amor. “Los ministros que son elegidos y consagrados para este servicio prolongan en el tiempo la presencia de Jesús, si lo hacen con el poder del Espíritu Santo, en el nombre de Dios y con amor” (Audiencia 24.03.14).

Lo que esperan los fieles de los sacerdotes lo expresa el rito de la ordenación. Hay un momento en el que obispo entrega al novel sacerdote los instrumentos de su ministerio: la patena con el pan y el cáliz con el vino. Entonces dice: “Considera lo que realizas e imita lo que conmemoras, y conforma tu vida con el misterio de la cruz de Cristo”. Ante todo está la identificación con Cristo y desde ella la entrega al servicio (cfr Directorio para el ministerio y la vida de los presbíteros, 8). Los fieles no esperan eficiencia humana, ni resultados cuantificables, sino que sean hombres de Dios con una vida espiritual alimentada en los sacramentos de la Eucaristía y la Penitencia, en la oración, la meditación, y en la celebración de los sacramentos. Como consecuencia de esta profunda vida espiritual no cabe duda de que se sienten anzados por el Espíritu Santo a la acción pastoral celosa y entregada. Esta acción pastoral no debe ser un “funcionalismo” que les agote el espíritu, sino fuente de recarga espiritual. El ser y el hacer del sacerdote se conjugan a la par.

Los fieles ven en los sacerdotes a los constructores de la comunidad unida. Ellos aglutinan a todos en torno a la Eucaristía como una gran familia que es comunidad de comunidades. Por lo tanto una cualidad importante es ser un instrumento de unidad con la Iglesia, el papa, el obispo, los compañeros de ministerio y el pueblo cristiano. La fe, la misericordia, la alegría, la entrega, el sacrificio, el don total de sí mismos para servir son virtudes que provocan la unidad.

El sacerdote no busca en su acción pastoral el reconocimiento humano pero tiene el consuelo y el gozo de ver crecer por la gracia de Dios en torno a sí la vida cristiana. Los fieles cristianos agradecen y reconocen la caridad pastoral de los sacerdotes que están siempre a disposición en las tres dimensiones de la vida cristiana: celebración, catequesis y caridad. Esta caridad, que es atención a los enfermos, a los más necesitados, que es acogida misericordiosa de todos, es la que recuerda que el sacerdote lava los pies de sus hermanos como Cristo lo hizo en la Última Cena con los Apóstoles.

Por todo ello los fieles ayudan a los sacerdotes, los acompañan, los animan y los comprenden y defienden y les ofrecen su amistad sincera. El sacerdote vive al compás de los fieles. Se acompañan mutuamente como hermanos en las penas y alegrías. Así, trabajando todos juntos, cada uno en su misión, queda anulada la tendencia al clericalismo en la Iglesia. Como el sacerdote es indispensable para la vida de las comunidades éstas rezan para que Dios les conceda los ministros necesarios para acompañarlas. Las familias piden a Dios y le agradecen si entre sus miembros surge alguna vocación sacerdotal. Decía un santo: “El mejor regalo para una familia es tener un hijo sacerdote.”

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