Iniciamos las reflexiones sobre el Sacramento del Matrimonio acudiendo a los orígenes de la humanidad tal como lo describe la Biblia. Al final de la creación y como coronación de la misma Dios creó la criatura más eminente: el ser humano. “Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó, varón y mujer los creó” (Gen 1,27). El ser humano en sus dos facetas diferenciadas es la obra maestra de Dios. Es la imagen que representa el amor de Dios y su primera alianza de amor con la humanidad.

El lenguaje mítico y simbólico del Génesis presenta a Dios con la imagen tierna y delicada de un artista alfarero moldeando su gran obra: la creación de la pareja humana. Aparece desde esas primeras páginas sagradas la belleza, grandeza y fuerza del amor entre los esposos y el sentido del matrimonio.

El matrimonio es creado, querido y bendecido por Dios. Él mismo afirma que su obra es excelente. Por eso concluye el génesis diciendo: “Y los bendijo…” (Gn 1,28). “Y vio Dios todo lo que había hecho, y era muy bueno” (Gn 1,31). Es conveniente leer este pasaje con la intención de descubrir cómo Dios conforma al hombre y a la mujer para sentirse ambos de la misma naturaleza e igualdad, llamados a amarse, ayudarse, a complementarse y a hacer crecer la vida humana en la tierra.

Dios creando pone un orden en las leyes de la naturaleza. Fundó el matrimonio como parte de ese orden dice el Concilio Vaticano II (GS 48,1). En la creación divina del matrimonio reconocemos su fuerza moral, social y jurídica. El matrimonio es una institución “creacional”, originaria, legítima y digna, fundamento de la sociedad humana. Con independencia de una fe explícita está presente en todas las épocas y culturas.

La liturgia de la celebración del sacramento del matrimonio recuerda todo esto en la bendición nupcial. “Oh Dios, que unes la mujer al varón y otorgas a esta unión, establecida desde el principio, la única bendición que no fue abolida ni por el pecado original ni por el diluvio. Mira con bondad a estos hijos tuyos…” (Cfr. Ritual del Matrimonio).

Muchos mensajes sobre el plan de Dios para el matrimonio se desprenden de las primeras páginas de la Biblia en el libro del Génesis. Desde el principio el matrimonio es una comunión de vida y amor en la que tanto el hombre como la mujer tienen la posibilidad de “ser” en plenitud. Nuestra sociedad actual muy sensible a la igualdad de capacidades, derechos y deberes, a la discriminación, a la libertad, el respeto y también a las diferencias biológicas y psicológicas complementarias, descubre que todo esto estaba ya en los planes originales y ordenados de Dios.

Desde el punto de vista de la ley natural lo fundamental entre un hombre y una mujer es el amor total, recíproco, fiel, abierto a la procreación y a la mutua ayuda. Este amor va surgiendo de una fuerza interna, potente, de necesidad y atracción mutua que impulsa a encontrarse plenamente y a proyectar sus vidas, unidos en el amor.

La grandeza, dignidad y belleza del matrimonio es un signo de la alianza de Dios con la humanidad. El amor de los esposos es el que mejor expresa cuánto y cómo nos ama Dios. Dice el Papa Francisco: “Esto es muy bello, muy bello. Somos creados para amar, como reflejo de Dios y de su amor. Y en la unión conyugal el hombre y la mujer realizan esta vocación en el signo de la reciprocidad y de la comunión de vida plena y definitiva” (2-IV.14). Por eso cualquier ser humano que ama de verdad pone en evidencia una cualidad recibida de Dios.

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