El matrimonio sacramento de Cristo y de la Iglesia

“La alianza matrimonial…creada por Dios desde los orígenes de la humanidad, fue elevada por Cristo Nuestro Señor a la dignidad de sacramento entre bautizados” (CIC can 1055,1). Cristo no instituyó ningún rito para el matrimonio. Con su presencia en las Bodas de Caná ((Jn 2) valoró el amor humano. El matrimonio natural se ilumina, enaltece y cobra una excelsa categoría con la gracia redentora de Cristo. Las ricas propiedades naturales del matrimonio se hacen plenas y cobran una nueva dimensión al convertirse en uno de los siete sacramentos.

La realidad natural del matrimonio ya expresa en sí misma la alianza de amor de Dios con la humanidad. Cristo, Dios Encarnado, ratifica y acepta esa alianza definitivamente. Podemos decir que en Cristo se realizan las bodas de Dios con la humanidad. Esta alianza se prolonga en la vida de la Iglesia. Por medio de ella todo el amor y la gracia que Cristo recibe del Padre llegan a todos los bautizados.

Los sacramentos son signos sensibles y eficaces de la gracia. ¿Qué realidad misteriosa e invisible significan y realizan los esposos? La unión de Cristo con su esposa la Iglesia. Esto es lo que constituye al matrimonio en sacramento. Esta es su peculiaridad que engrandece y eleva a una categoría suprema el matrimonio originario natural. Cuando vemos a un matrimonio cristiano que se ama vemos el signo del amor de Cristo a la Iglesia. Cuando presentan a un hijo para bautizar podemos decir que va a recibir una nueva vida, va a renacer del vientre materno de la Iglesia, que representa la pila bautismal, que engendra con Cristo hijos de Dios. Así el matrimonio se convierte en un medio de santidad y santificación.

Existe en los esposos cristianos una profunda relación entre la unión de la pareja cristiana y la unión de Cristo y la Iglesia. San Pablo, cuando habla del amor de los esposos, dice que han de amarse “como Cristo ama a su Iglesia” (Ef 5, 26). Y a continuación añade: “Este es un gran sacramento y yo lo refiero a Cristo y a la Iglesia” (Ef 5, 32). Este es el significado y la realidad maravillosa del matrimonio.

No es sólo un símbolo ni una comparación para extraer algunas conclusiones de orden práctico sobre la conducta moral de los esposos. Es una realidad nueva, misteriosa, que se produce entre los esposos y la Iglesia. A través de los esposos cristianos Dios expresa su alianza de amor en primer lugar a ellos, después a las familias que formarán, a toda la Iglesia y a la humanidad. Es una nueva óptica del matrimonio, no sólo para la organización humana, sino para el reino de los cielos. Lo humano y lo divino se unen intrínsecamente

Por eso, al ser el matrimonio un sacramento de la Iglesia, ésta actúa con total firmeza, autoridad y autonomía ante los poderes civiles. Tiene derecho a intervenir en el matrimonio entre bautizados de modo que no es sólo una celebración litúrgica sino que, haciéndolo en las condiciones requeridas, constituye un hecho con validez civil jurídica. Los bautizados al mismo tiempo que escenifican el contrato matrimonial, manifestando su compromiso de ser esposos, celebran el sacramento, que tiene consecuencias jurídicas eclesiásticas y civiles.

Todo lo expresado hasta aquí en esta reflexión es una explicación teológica pero con incidencia definitiva en la pastoral. Los esposos cristianos deben conocer cuál es la idiosincrasia, la peculiaridad propia de este sacramento. Y esta es que significa y realiza la unión de Cristo con su esposa la Iglesia. “Casarse por la Iglesia” significa que se hace motivado por la fe. Sólo así el matrimonio de bautizados adquiere su sentido de vivir el compromiso de amor con la fuerza de Cristo y el apoyo de la Iglesia.

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