1.- La solemnidad de San Saturnino coincide este año con el primer domingo de Adviento, que es el tiempo en que los cristianos nos disponemos para acoger al Señor que vino una vez, naciendo en Belén, que viene a nuestro encuentro para habitar en medio de nosotros y que vendrá a juzgar a vivos y muertos, como confesamos en el Credo. Es el tiempo de esperanza en el que nos sentimos interpelados a permanecer en una espera vigilante y activa. Este año litúrgico que hoy comenzamos es muy especial porque a partir del próximo día ocho de diciembre iniciamos el año jubilar de la misericordia. El Papa Francisco en la Bula, en la que anunciaba este magno acontecimiento recordaba que la “misericordia es el acto último y supremo con el cual Dios viene a nuestro encuentro” (Misericordiae Vultus, 1).

La realidad gozosa de que Dios viene a nuestro encuentro es el mensaje central del Adviento. La liturgia nos lo repite y nos lo asegura una y otra vez, como para ayudarnos a vencer nuestra natural apatía. Dios viene, viene a estar con nosotros, a habitar en medio de nosotros, en el corazón de cada uno para deshacer las distancias que nos dividen entre nosotros y, muy especialmente las que nos separan de Dios. Este tiempo nos empuja a estar atentos, como hemos escuchado en el Evangelio: “Tened cuidado: no se os embote la mente con el vicio, la bebida y los agobios de la vida…Estad siempre despiertos, pidiendo fuerza para escapar de todo lo que está por venir y manteneos en pie ante el Hijo del hombre” (Lc 21, 34-36). Nuestra actitud ahora ha de ser la oración para escuchar la voz de Dios que nos habla en la intimidad; también la sobriedad y la templanza para que nuestras tendencias naturales y las depravaciones mundanas de materialismo y desenfreno no nos impidan descubrir a Cristo que viene y pasa junto a nosotros; y, desde luego, la preocupación por compartir lo nuestro con los que necesitan más.

El Adviento es tiempo de conversión y de potenciar la fraternidad y la solidaridad. Como dice el Apóstol Pablo en la bendición de la carta a los Tesalonicenses que hemos leído “que el Señor os colme y os haga rebosar de amor mutuo y de amor a todos, lo mismo que nosotros os amamos” (Tes 3,12). En el tiempo de Adviento no miramos únicamente al pasado, al nacimiento histórico de Jesús en Belén de Judá; miramos principalmente al futuro y nos llenamos de esperanza, sabiendo que el Señor vendrá de nuevo en el momento final de la Parusía.

2.- El mundo contemporáneo y nosotros mismos necesitamos esperanza, la necesitan los refugiados y emigrantes que tienen que salir huyendo de la guerra o del hambre de sus países; y la necesitamos también los que parece que tenemos de todo, pero tantas veces nos falta alegría. Con frecuencia nos lamentamos de que muchos cristianos de hoy presumen de haber perdido la fe, y rehúyen un mayor compromiso con los que sufren; falta el calor de la caridad en nuestra sociedad moderna. Pero bien mirado, lo que falta es la esperanza. Me viene a la memoria el grito de S. Juan Pablo II al iniciarse el nuevo milenio en el que nos encontramos: “¡Caminemos con esperanza!, decía. Un nuevo milenio se abre ante la Iglesia como un océano inmenso en el cual hay que aventurarse, contando con la ayuda de Cristo” (Novo millenio ineunte, 58).

Esto mismo nos vale para este tiempo que iniciamos, hemos de caminar con esperanza y hemos de dar a conocer a Dios, que como dice San Pablo, es “el Dios de la esperanza” (Rom 15,13). Pero no nos engañemos, la esperanza no es puro optimismo, es la seguridad de que Dios está junto a nosotros y nos alcanza siempre lo mejor. El Papa Francisco explicaba la esperanza de forma muy sencilla: “La esperanza no es un optimismo, no es la capacidad de mirar las cosas con buen ánimo e ir hacia delante. No, esto es optimismo, no Esperanza. Esto es bueno. Pero no es la Esperanza” (Homilía en Santa Marta, 20-10-2013). La virtud de la Esperanza consiste en confiar con certeza en las promesas de salvación que Jesucristo nos ha prometido. La Esperanza nos da la seguridad de que algún día viviremos en la eterna felicidad si hemos sido fieles a los mandamientos del Señor.

Hay dos pecados contra la Esperanza: la desesperación que consiste en no confiar en Dios, por lo que nos abandonamos al abismo de nuestra propia inseguridad. Con la desesperación se niegan las promesas de Dios y su infinita misericordia. De ello se deduce que ya la vida no tiene sentido ninguno y no vale seguir adelante. La persona desesperada siente y piensa que Dios no le ama y que no es misericordioso para con él. Todo lo contrario, Dios (“El Dios de la esperanza”) siempre está al acecho de nosotros y nos sonríe y abraza con su Amor si somos humildes como el hijo pródigo. El otro de los defectos es la presunción de pensar que nos bastamos por nosotros mismos y no necesitamos a Dios. Es el caso típico del autosuficiente que no necesita de nada, ni de nadie, sólo él basta. Es un exceso de confianza que hace pensar que se va a conseguir la salvación prescindiendo de los medios que Dios nos da. Es decir, sin la gracia, ni las buenas obras. Se piensa que no importa lo que se haga, de todas formas, pase lo que pase, se obtiene la salvación.

El Adviento de este año, decía al principio, es especial, porque, a partir del ocho de diciembre iniciamos el Año Jubilar de la Misericordia. No es este el momento de exponer las actividades que vamos a poner en marcha para secundar el deseo del Santo Padre Francisco, que es el querer de Dios para nosotros. Sólo quiero poner de relieve la importancia de este año y animaros a vivir intensamente el lema del mismo: “Misericordiosos como el Padre”. Tenemos un hermoso reto de considerar las maravillas de la misericordia de Dios y, a la vez, vivir la misericordia, ponernos delante de Dios en la oración, en el acercamiento al sacramento de la reconciliación y en la práctica de las obras de misericordia.

3.- No se me olvida que estamos celebrando la solemnidad de San Saturnino, que bien podría definirse como el Santo de la esperanza. En efecto, siendo obispo de Tolouse de Francia, en el siglo III, evangelizó el norte de Navarra y en Pamplona, junto con su discípulo San Honesto, bautizó a muchos navarros y entre ellos a San Fermín. Según el texto de un antiguo Códice medieval que se conserva en la Catedral de Pamplona, por la predicación de San Saturnino “Jesucristo, luz verdadera del mundo, visitó esta esclarecida ciudad de Pamplona y la hermoseo con los rayos de la fe”. La devoción y el culto a San Saturnino era reconocido ya por los peregrinos jacobeos, como lo prueba el hecho de que el templo gótico en que nos encontramos alberga la imagen de la Virgen del Camino. Desde muy pronto esta iglesia tuvo especiales privilegios siendo la más importante de los tres burgos que formaban la ciudad. Se puede decir que este barrio de Pamplona es impensable sin el culto a San Saturnino.

El 26 de noviembre de 1611, el Pleno del Ayuntamiento/Regimiento pamplonés hizo Voto a San Saturnino y lo nombró patrono de la ciudad en consideración al arraigo popular del santo mártir. Los cristianos de hoy sentimos el orgullo de vivir y transmitir una tradición multisecular. No importa que haya conciudadanos nuestros que no valoren esta realidad que está en la entraña de nuestro ser pamploneses. Nosotros mantendremos nuestra esencia cristiana y la transmitiremos a nuestros hijos y nietos. Hoy pedimos al santo patrón que alcance las bendiciones divinas para los que rigen los destinos de nuestro pueblo, pero muy especialmente para vuestros hermanos más necesitados, nuestros enfermos, nuestros mayores. Y una bendición generosa para nuestros jóvenes para que nunca olviden las raíces de su historia.

A la Virgen del Camino volvemos nuestros ojos: Reina y Madre de misericordia que ella nos ayude en este Jubileo a fin de que “La Cuaresma de este Año Jubilar sea vivida con mayor intensidad, como momento fuerte para celebrar y experimentar la misericordia de Dios” (Papa Francisco, Misericordiae Vultus, 17). Le pedimos a María, que fue la primera que, frente a la grandeza de la misericordia divina que recibió gratuitamente, confesó su propia pequeñez (Cf. Lc 1, 48), reconociéndose como la humilde esclava del Señor (Cf. Lc 1,38). ¡Feliz día de San Saturnino –San Cernin- y felices fiestas para que nos aumenten la fe, esperanza y caridad!

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