1.- El texto que hemos leído en la primera lectura recoge la advertencia probablemente más severa y solemne de las contenidas en el corpus paulino, dirigida a quien está al frente de una iglesia particular, a Timoteo. Comienza con la fórmula solemne: “Te conjuro (=ruego encarecidamente) por Dios Padre y por Jesucristo…”, que recuerda el protocolo con que iniciaban los testamentos de la época: “Te conjuro por tal divinidad…”, y que obligaba a los herederos a cumplir detalladamente las exigencias del testador.

En este caso se trata de que el que preside la comunidad asuma como obligación grave la proclamación de la palabra, la reprensión y la exhortación. El Concilio Vaticano II alude a este texto para describir que la exigencia más apremiante de los Obispos es anunciar el Evangelio a sus fieles. Dice así: “Entre los principales oficios de los Obispos se destaca la predicación del Evangelio. Porque los Obispos son los pregoneros de la fe, o sea los que están dotados de la autoridad de Cristo, para predicar al pueblo la fe que ha de ser creída y ha de ser aplicada a la vida” (Cf. 2 Tm 4,1-4; LG 25).

Los que os dedicáis a la teología, como profesores y los alumnos como aprendices tenéis también este gozoso encargo de transmitir la fe que ha de ser creída y ha de ser aplicada a la vida. Para que esa transmisión sea eficaz hay que llevarla a cabo con laboriosidad y con misericordia, es decir con exactitud y fidelidad a la enseñanza de la Iglesia y, a la vez, con la delicadeza adecuada a las circunstancias de los oyentes. Ya Sen Benito resumía la función del abad -y nosotros podemos aplicarla a la función del buen maestro-, aludiendo al texto de la carta a Timoteo: “En su gobierno debe el abad observar siempre aquella norma del Apóstol que dice: reprende, reprocha exhorta, es decir, que combinando tiempos y circunstancias, y el rigor con la dulzura, muestre la severidad del maestro y el piadoso afecto del padre” (Regula 2,23-25).

2.- Estas reflexiones me llevan a una pregunta que me parece especialmente importante en este tiempo jubilar y en estas circunstancias concretas: ¿Cómo debemos vivir el Año Santo Jubilar de la misericordia en las aulas y en estudio de la teología? ¿Cómo debemos ir por delante para vivir en nuestro ambiente lo que queremos que vivan nuestros fieles de la Diócesis? En primer lugar, el consejo del Apóstol es adecuado a nuestras circunstancias: “Proclama la palabra, insiste a tiempo y a destiempo, arguye, reprocha, exhorta con toda magnanimidad y doctrina” (Tim 4, 2). Es un primer estímulo que debemos hacer nuestro, salir de nosotros mismos, iniciar con empeño la tarea que se nos pide y que debe ser el motor de nuestra vida espiritual y teologal: “Ser misericordiosos como el Padre”.

Santo Tomás, en la Suma Teológica, dedica bastantes artículos a la misericordia y, después de señalar que es atributo exclusivo de Dios por el que manifiesta su omnipotencia, se pregunta si es la virtud más excelente que debe vivir el hombre. Y se responde diciendo que no, que para el hombre la virtud más importante es la caridad. Y así él mismo explica que sería la más importante si todos los seres fueran inferiores a él, pero puesto que por encima del hombre está Dios, y no puede ser misericordioso con Él, la misericordia no es la virtud más excelsa. De Dios no puede tener misericordia, sino sólo amor.

Leamos el texto de la Suma: “La misericordia no es la mayor virtud, a no ser que quien la posee sea el Ser supremo, que no tiene superior a sí y a quien están sometidos todos los seres. Porque para el que tiene a alguien sobre sí, mayor y mejor cosa es unirse al superior que soportar el defecto del inferior. Y, por lo tanto, en cuanto al hombre, que tiene a Dios como superior, la caridad, por la cual se une a Dios, es mejor que la misericordia, por la cual soporta los defectos de sus prójimos” (Suma Theológica, 2-2 q.30 a.4 c). Es evidente, por tanto, que ser misericordiosos como el Padre supone estar muy unidos a Él por el amor para poder tratar a nuestros hermanos como Dios los trata, no como un déspota con sus súbditos, sino como un Padre con sus hijos, como un buen maestro con sus discípulos, como un buen consejero con sus aconsejados.

3.- El consejo de Jesús, recogido en el texto del Evangelio de hoy, centra todavía más la actitud del maestro: “El primero entre vosotros será vuestro servidor. El que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido” (Mt 23, 11-12). La humildad es esencial en la tarea docente de cualquier materia y más de la teología, porque tanto más importante es la actitud del que enseña cuanto más elevada es la materia a enseñar. La humildad del teólogo se pone en práctica cuando busca transmitir la doctrina evangélica con toda limpieza y, a la vez, con toda sencillez. Recordáis muy bien las palabras que dijo el Papa a los participantes del Congreso Internacional de Teología que tuvo lugar en la Pontificia Universidad Católica de Argentina con ocasión de los 100 años de su recorrido histórico: “La teología se debe hacer de rodillas porque es santidad de pensamiento y lucidez orante”.

En nuestra época se quiere contraponer la exigencia y fidelidad en la doctrina frente la misericordia en la transmisión de la misma. La sabiduría del que enseña teología le abrirá los ojos para compaginar ambas cosas sin dificultad. Estos días me he encontrado unos preciosos consejos de Quintiliano a los maestros y alumnos que os resumo brevemente: “Ante todo, el maestro revístase de la naturaleza de padre para con sus discípulos y considere que se pone en lugar de quienes le han entregado a sus hijos (…) Su seriedad no sea intransigente, ni su afabilidad, débil, para que lo primero no le haga odioso y lo segundo, despreciable (…) No sea iracundo, ni disimule lo que pide enmienda, sea sencillo en la enseñanza, sufrido en el trabajo, constante en la tarea, pero no desmesurado. (…) Responda con agrado a quienes le pregunten, y a quienes no, pregúnteles (…) Al corregir los errores no sea cruel ni en modo alguno injurioso, porque conseguirá que muchos abandonen el estudio, al ver que se les reprende como si se les aborreciese”…Y a los alumnos el viejo orador romano les aconseja solamente “Que no tengan a sus maestros menos amor que al estudio; que piensen que son sus padres espirituales. Oigan con gusto sus preceptos, den crédito a sus palabras y deseen ser como ellos. Acudan gustosos al aula y con ganas de aprender. Si les corrigen no se enojarán y si se les alaba no se llenarán de vanidad. No olviden que la obligación de los unos es enseñar, y la de los otros mostrarse dóciles a la enseñanza” (M.F. Quintiliano, Institutio oratoria, II,2).

Para Santo Tomás de Aquino el mayor gesto de amor por el ser humano, el mayor acto de misericordia es acercarlos a la verdad (Cf. S.Th. 1, q. 1 a. 1, c.). Y, puesto que la suma Verdad es Dios mismo, el mayor acto de misericordia, la primera de las obras de misericordia espirituales, es enseñar al que no sabe y, de modo más sublime, enseñar la ciencia de Dios (la teo/logía) al que quiere aprender. Hoy, al celebrar la fiesta de nuestro patrón, es muy adecuado estimularnos unos a otros a conocer y ahondar cada día más en esta ciencia de Dios. Y no olvidemos que en el recorrido del camino teológico y espiritual siempre han de coincidir el amor, la verdad, la justicia y la misericordia. Como dice el salmo: “Misericordia y verdad se encontrarán, justicia y paz se besarán” ( Sal 84, 11).

4.- Que María, “Sedes Sapientiae”” y “Mater misericordiae”, nos muestre a Jesús, Sabiduría y Misericordia para que sepamos acogerle como lo hizo ella con nuestra mente y con nuestro corazón. Santo Tomás la definió con un apelativo hermoso: Triclinium totius Trinitatis, es decir, lugar donde la Trinidad encuentra su descanso, porque , con motivo de la Encarnación, en ninguna criatura, como en ella, las tres Personas divinas habitan y sienten delicia y alegría por vivir en su alma llena de gracia. Así la rogamos y a Ella acudimos como hijos suyos. ¡Enhorabuena por vuestra labor docente y discente!

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