Las romerías son también peregrinaciones. El nombre viene de los romeros que iban a Roma. Pero se refieren más bien a las marchas tradicionales a las ermitas y santuarios cercanos a las comunidades cristianas. No hay pueblo, villa o lugar, por pequeño que sea que no tenga una ermita, un santuario o una iglesia, a la que se vaya en romería alguna vez al año.

El motivo suele ser la devoción a la Virgen María con la advocación cercana y querida del lugar o a Jesucristo, al santo patrón o protector. Consiste casi siempre en una marcha no muy larga, festiva, lúdica, pero sobre todo religiosa. En algunos casos es una procesión que se inicia en la parroquia del pueblo y va hasta la cima de alguna colina o monte donde está la ermita. Se va rezando el rosario, cantando las letanías e himnos populares. Estos lugares son muy queridos por los fieles cristianos.

Muchas de estas romerías están en relación con “las temporas” o tiempos de siembra y recolección. Se hacen rogativas bendiciendo los campos en la siembra, se pide a Dios providente que envíe la lluvia oportuna y el sol y se agradece el fruto de los mismos. También se hacen sacrificios caminando, se aprovecha para confesarse y comulgar. Es un día para estar la propia familia unida y celebrando con las demás familias del pueblo.

Asistimos gozosamente impresionados a una revitalización de las romerías. Es un fenómeno persistente aunque hayan cambiado los moldes tecnológicos y de reflexión teológica. La sociología religiosa comprueba que es una vuelta a la identificación cultural de cada lugar. Allí se define un pueblo, un camino y un santuario. Los vecinos se visten con su traje típico y realizan sus danzas tradicionales. Cada lugar ama lo suyo y mantiene lo suyo, aunque nos encontremos en la “aldea global”. Es un fenómeno que persiste en el tiempo adaptado a las nuevas situaciones.

Como en todas las acciones de religiosidad o piedad popular el peligro es la secularización. Esto significa relegar lo sustancial, que es el motivo religioso, a un segundo plano y suplantarlo por actos y ritos laicos que nada tienen que ver con la auténtica religiosidad popular. Las romerías, purificadas de las desviaciones, tienen un carácter social importante. La oración, la eucaristía, los sacramentos y la honra de Jesucristo, la Virgen o un santo se complementan con actos festivos y juegos lúdicos. La parroquia, las cofradías y, en muchos casos los ayuntamientos, ofrecen un aperitivo a los asistentes para celebrar fiesta. Ponen música y las familias se reúnen en torno a una mesa campestre. Se produce una solidaridad y una generosidad muy encomiable. Es muy hermoso cuando así sucede. Así queda definida una santa romería y una sana convivencia entre las familias y los vecinos del pueblo.

La salida de lo rutinario, el ajuar, el camino, la convivencia, los rezos, la llegada a la meta y el regreso a casa componen un conjunto lleno de valores. Algunas veces se recoge la imagen querida de la ermita y se la baja al pueblo para las fiestas. Luego se devuelve a su ermita. Todos estos movimientos son romerías que tienen en el fondo el mismo sentido que las peregrinaciones. Especialmente en la primavera y en el mes de mayo se hacen muchas romerías. Que sean todas ellas manifestaciones sanas de la religiosidad popular.

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