Las virtudes son la savia que alimentan los valores

Hay toda una tendencia actual en la que se habla de valores. Es muy común escuchar: “Se han perdido los valores o en tal familia se cuida el valor de la honradez…” Y así sucesivamente vamos observando que un ambiente, una sociedad, avanza o retrocede en la medida que se vivan o se devalúen los valores. Creo que la definición mejor de valor es la palabra virtud. La virtud tiene como disposición permanente y fundamental el poder realizar el bien. Evitar el mal y realizar el bien es la esencia y el cimiento de la auténtica moral. La familia bien concienciada y atenta a los valores que debe inculcar, es una familia excelente. El bien se ha de hacer pero con humildad.

Hay un principio espiritual que nos ayudará a construir relaciones humanas y sacaremos provecho de ello: “No te enorgullezcas de tus buenas obras, porque los juicios de Dios difieren mucho de los juicios humanos; muchas veces lo que es grato a los hombres disgusta a Dios… Aunque haya en ti cosas buenas, piensa que puede haberlas mejores en los demás: así mantendrás tu humildad” (T.H. Kempis, Libro I, cap.7, n.9 y 10). La carrera del humanismo/espiritual camina con estas experiencias tan esenciales. Los valores se pueden convertir en una hermosa pintura externa si no tienen como sustento las virtudes que vienen a ser como la savia en las plantas.

Fundamentalmente cuatro son las virtudes, que como el gozne que sostiene la puerta o la ventana, así ellas sostienen el movimiento humano y lo ennoblecen. Se denominan las virtudes cardinales: Prudencia, Justicia, Fortaleza y Templanza. La Sagrada Escritura elogia y habla de ellas en muchos momentos. Posteriormente las ciencias filosóficas y las teológicas van profundizando en estas virtudes que dinamizan la madurez humana. La educación humana y cristiana sostienen, con estas virtudes, los puntos claves que orientan los pasos tanto personales como sociales hacia una mayor realización de la experiencia relacional.

La prudencia es la “regla recta de la acción” (Santo Tomás, s. th. 2-2, 47,2). También se la llama la auriga de las virtudes como quien las conduce indicándoles el camino a recorrer para no desviarse. La prudencia no quiere decir timidez y doblez, más bien es saber actuar con la sabiduría de quien sabe estar en la verdad y actúa responsablemente. Hay un proverbio que dice: “Nadie prueba la profundidad del río con ambos píes”. Todo en la vida requiere reposo, reflexión y cordura de la mente. Actuar sin criterio puede convertirse en una hoja que está al socaire de todos los vientos. Por eso los grandes sabios dirán que la prudencia no hace nada si no conviene y no dice nada si no es verdad.

La justicia, dice el Catecismo de la Iglesia Católica (nº 1807), es la virtud moral que consiste en la constante y firme voluntad de dar a Dios y al prójimo lo que le es debido. La justicia para con Dios es llamada la virtud de la religión. Para con los hombres, la justicia dispone a respetar los derechos de cada uno y a establecer en las relaciones humanas la armonía que promueve la equidad respecto a las personas y al bien común.

La fortaleza es otra virtud que ayuda a estar firme ante las dificultades. Me hace pensar en los misioneros cuando se encuentran en ámbitos de miseria, de guerra y de contrariedades. Bien viven lo que decía Jesucristo: “En el mundo tendréis tribulación. Pero ¡ánimo! Yo he vencido al mundo” (Jn 16, 33). Es significativa la experiencia de Santa Teresa de Calcuta: “Cuando el sufrimiento se abate sobre nuestras vidas, deberíamos aceptarlo con una sonrisa. Este es el don más grande de Dios: tener el coraje de aceptar todo lo que nos manda y pide con una sonrisa” (La alegría de darse a los demás, Ediciones Paulinas, Madrid, 1980).

La templanza es muy importante para quien desea ser equilibrado. Cuando el hierro se mete en la fragua necesita templarse para ser más fuerte, por el contrario si no se templa se rompe y no resiste. La resistencia espiritual tiene el nombre de templanza. Cuando se ama de verdad se entrega con un amor entero, total y firme. Se doblega pero no se rompe. Solemos decir qué persona más templada. Es auténtica y no se vende por nada, ni por nadie.

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