Se acerca una de las fechas más entrañables de nuestro calendario diocesano, el Día del Seminario, que celebraremos el próximo 19 de marzo, aunque la prevalencia del Domingo de Cuaresma nos obligue a trasladar al lunes la solemnidad litúrgica de San José.

Nos invita el lema de este año a mirar al sacerdote como el hombre cercano a Dios y a los hermanos y a valorar su misión y entrega en esta clave de cercanía. Siempre nos ha presentado la teología del ministerio sacerdotal al sacerdote como hombre de Dios y hombre para los demás, “puente” entre Dios y los hombres, como prolongación de ese único pontífice, sumo y eterno sacerdote, Jesucristo, que al hacerse hombre ha unido las dos orillas, el cielo y la tierra, y ha abierto el camino de la reconciliación de Dios con los hombres y de éstos entre sí.

Este aspecto se hace más significativo en nuestro tiempo, cuando una cultura del desarraigo “arranca” a las personas de las raíces más fecundas que hacen posible el desarrollo de una auténtica humanidad: Dios, los lazos familiares, los lazos vecinales y sociales… El hombre contemporáneo, que aspira a convertirse en criterio último de la existencia, arrastrado por el sueño de una libertad absoluta, emancipada de todo vínculo, se encuentra a menudo en una profunda soledad y desconcierto. Y, de maneras muy diversas, a veces sin capacidad de expresarlo, siente la nostalgia de la comunión con los demás y con el Dios que es fundamento de todo y fuente de la vida verdadera. El imparable desarrollo de los medios de comunicación y de las redes sociales, lejos de propiciar esa comunión, frecuentemente pone más en evidencia el desvalimiento en el que se encuentran las personas: la desbordante información, la multiplicación de contactos no son capaces de responder a la necesidad de comunión y comunicación profunda.

En este contexto se hace más necesaria que nunca la labor del sacerdote, que es hombre de comunión y cercanía, hombre de unión con Dios y con los hermanos. El Papa Francisco alude con frecuencia a ese núcleo de nuestra fe cristiana que es el misterio de la ternura y la cercanía de Dios. El descubrimiento de este misterio lleva al sacerdote a “correr para llevar la buena noticia de la cercanía de Dios a una humanidad que no puede esperar y que tiene sed de justicia, de verdad y de paz” (Audiencia del 14 diciembre 2016). Y es que en el corazón del sacerdote no caben falsas dialécticas; en el fondo, la cercanía con Dios y la cercanía con los hombres son dos caras de una misma moneda:

En efecto, “para ser evangelizadores de alma también hace falta desarrollar el gusto espiritual de estar cerca de la vida de la gente, hasta el punto de descubrir que eso es fuente de un gozo superior. La misión es una pasión por Jesús pero, al mismo tiempo, una pasión por su pueblo. Cuando nos detenemos ante Jesús crucificado, reconocemos todo su amor que nos dignifica y nos sostiene, pero allí mismo, si no somos ciegos, empezamos a percibir que esa mirada de Jesús se amplía y se dirige llena de cariño y de ardor hacia todo su pueblo. Así redescubrimos que Él nos quiere tomar como instrumentos para llegar cada vez más cerca de su pueblo amado. Nos toma de en medio del pueblo y nos envía al pueblo, de tal modo que nuestra identidad no se entiende sin esta pertenencia” (Evangelii gaudium, 268).

Invito a todos para que recemos por las vocaciones al sacerdocio en todas las parroquias, movimientos, asociaciones, grupos de fe, familias y vida consagrada. Es urgente que promovamos las vocaciones y con insistencia rogar al Dueño de la mies que abra los corazones de los jóvenes para seguir a aquel que, como Maestro, nos enseña el camino de la paz y del amor tan necesario en nuestro tiempo donde el género humano se juega su futuro. Las crisis se superan con corazones generosos que se entregan a la causa mejor: el reino de Dios.

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