La espiritualidad de la Cruz es tomada de la entrega generosa de Jesucristo en la cruz, entrega que ha dado un nuevo rostro a nuestros sufrimientos, pues de ser dolores sin sentido pasaron a ser dolores salvíficos. Hemos de ver al dolor como la oportunidad para asumirlo y asimilarlo en comunión con el sufrimiento de Jesucristo que lo vive sólo y exclusivamente por amor a nosotros. “Nadie tiene mayor amor que el que da la vida por sus amigos” (Jn 15,13). Es muy difícil entender el sentido de la cruz si no se tiene auténtico amor, un amor de oblación y entrega. Uno de los grandes problemas que sufre la sociedad es la falta de sentido ante el sufrimiento. Se quiere eliminar pero con métodos equivocados como son “poner un paño que oculte el dolor y la muerte”, “vivir al margen de cualquier sufrimiento que pueda asomarse”, “sustituir el rechazo al dolor con el excesivo consumo de narcóticos”, “vivir el fin de semana inmersos en el pansexualismo, la droga o el alcohol”. Queramos a no el dolor y el sufrimiento llega y se hace presente en cualquier momento. ¿Cómo afrontarlo?

La respuesta no viene dada por artilugios y magias especiales. La única respuesta nos la da Aquel que ha muerto en la cruz gloriosa. “Y yo, cuando sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia mí” (Jn 12, 32). Todo lo que nos hace daño, todos los dolores y sufrimientos, todos nuestros pecados, todo lo peor que sucede en la tierra y humanidad está empapado en la cruz de Cristo. “El cristianismo no es una doctrina filosófica, no es un programa de vida para sobrevivir, pare ser educados, para hacer la paz. Estas son consecuencias. El cristianismo es una persona, una persona alzada sobre la cruz, una persona que se anuló a sí misma para salvarnos; se hizo pecado. Y así como en el desierto se alzó el pecado, aquí se alzó a Dios, hecho hombre y hecho pecado por nosotros. Y todos nuestros pecados estaban allí. No se entiende el cristianismo sin entender esta humillación profunda del Hijo de Dios, que se humilló a sí mismo haciéndose siervo hasta la muerte y muerte de cruz, para servir” (Papa Francisco, Homilía en la Domus Santa Marta, 8 de abril 2014).

Este tiempo de Cuaresma ha de suponer un gran momento para revisar nuestra vida a la luz de la “espiritualidad de la cruz” y contemplar todo aquello que es signo de cruz en nosotros y en nuestra sociedad: lágrimas, dolores, críticas mordaces y destructivas, enfermedades incurables, violencias mortales, sacrilegios y mofas a las creencias religiosas, asesinatos desde el seno de la madre a las guerras fratricidas, desprecio a la naturaleza, devaluación y mercantilización del cuerpo… y así muchísimas más. Todo esto es el gran sinsentido que viene asumido en el mayor de los amores que es la cruz de Jesucristo. “La cruz hay que insertarla también en las entrañas del mundo… Allí donde un cristiano gaste su vida honradamente, debe poner con su amor la cruz de Cristo, que atrae a Sí todas las cosas” (S. José maría Escrivá, Vía Crucis 11,3). Cuando contemplamos el arte de tantas imágenes de la cruz nos emociona y hasta nos produce admiración por su escultura. Y si somos sinceros al mismo tiempo que fijamos bien la mirada inmediatamente se nos acumula, como en un espejo, los dolores y sufrimientos personales, familiares y sociales. La cruz no pasa desapercibida. Allí están clavados todos los pecados y enfermedades de la humanidad.

He encontrado esta preciosa oración que puede ser de guía para esta final de la Cuaresma:

No creó Dios la vida / para que fueras a guardarla en una habitación./ Si la vida existe es para derrocharla a manos llenas. / No creó Dios la vida para que fueras a esconderla en tu corazón, / existe para que exista yo mismo, si lo hago brotar en Ti. / No se humilló Dios al nacer en el más grande suburbio, / sólo porque sí, si se acercó a mí, fue para hacerme uno con Él, uno con Él. / No se dejó clavar Jesús en dos trozos a causa de nada. / Él entró en mi ser, para darme la vida, que yo te daré, que yo te daré.

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