Estamos en el mes de mayo, tiempo de gozo y alegría donde se ven los campos verdes y la mies que comienza a amarillear para la siega. Es tiempo de fiesta, de peregrinaciones y romerías donde la Virgen se nos muestra alegre y gozosa de ver a sus hijos que conviven y confraternizan. Es tiempo de poner el mejor traje a los niños que van a recibir la primera Comunión de Jesús Eucaristía. Es tiempo de preparar los campamentos de verano para los niños y jóvenes que desean encontrarse con la naturaleza como el regalo más hermoso que Dios nos ha dado por amor. Es tiempo de compartir en familia muchos acontecimientos que nos unen y nos hacen sentir la belleza de ser abuelos, padres y hermanos juntos. Es tiempo de fiestas patronales con la típica procesión por las calles del pueblo.

Esto que nos parece lo más normal es de una riqueza impresionante no solamente religiosa sino civil y social. Hace poco me escribía una persona desde Estocolmo (Suecia) y me decía que no sólo añoraba lo que teníamos aquí sino que se sentía muy dolida por el rumbo que esta sociedad, del norte de Europa, iba tomando. Lo religioso ya no cuenta para nada y se imponen todas las ideologías que están destruyendo a la persona y de modo muy especial a la familia que ha perdido su propia identidad, es decir, ya no existe. Se actúa como zombis en medio de una civilización que pierde los valores esenciales que son inherentes para seguir dignificando a la persona y a la convivencia civil. Los sociólogos con buen criterio afirman que una sociedad que pierde el rumbo, para lo que está llamada, se sitúa en el precipicio de una sociedad tiránica. La decadencia humana o antropológica es tierra de cultivo para el imperio del orden por decreto.

El mes de mayo nos sitúa ante la presencia de una mujer que es la Madre de Dios: La Virgen María. ¿Qué tendrá la Virgen que a todos nos atrae y nos enamora? ¿Qué puede enseñarnos la Virgen en estos momentos históricos? ¿Ella nos puede enseñar a ser mejores y a caminar por el sendero justo? ¿Podemos recurrir a ella y sentirnos arropados por su maternal amor? ¿Obtiene gracias, si somos fieles hijos suyos, para estar más seguros en la vida? ¿Hace “milagros” a favor de la fidelidad matrimonial, sacerdotal, religiosa, consagrada y laical? Estoy seguro que cada uno de nosotros ante estas preguntas damos una respuesta certera y gozosa. Una madre es tan grande que nada de este mundo se la puede comparar y si es la Virgen María mucho más. Dentro de poco van a ser canonizados por el Papa Francisco, en Fátima (Portugal), los niños Francisco y Jacinta que hace 100 años recibieron directamente diversos mensajes a través de la aparición de la Virgen. Es curioso comprobar que lo hiciera con unos niños y es que ya Jesús dijo que de los sencillos y los humildes (“de los niños”) es el reino de los cielos. Y les pidió que rezaran por la conversión de los pecadores y para que reinara la paz.

En este mes de mayo bien merece la pena que recemos por la paz que está amenazada en nuestra sociedad y que tanto mal puede acarrear “la guerra en parcelas” de la que habla el Papa Francisco. Creo que si todos personalmente o todas las noches en nuestras familias rezáramos, desgranado las cuentas del rosario, a la Virgen como la “evangelizadora de nuestra época” aumentaría la unión familiar, la solidaridad por los más necesitados, la alegría en nuestros corazones, el respeto sincero y auténtico hacia los demás, la solicitud para que se destierren las corrupciones de todo tipo y matiz y la conversión de nuestros corazones. Si una madre quiere lo mejor para sus hijos ¿cómo no lo va a querer nuestra Madre del Cielo?

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