Las cinco columnas de la nueva evangelización (II)

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Siguiendo con el espíritu con el que hemos de afrontar la nueva evangelización, no podemos dejar de recordar la confianza en la cercanía de Dios que sigue moviendo los hilos de la historia para llevar a la humanidad hacia el encuentro con Jesucristo al final de los tiempos.

Profunda formación. Si algo requiere la evangelización es la docta y sabia formación de los testigos del evangelio. Para ello conviene conocer los artículos de la fe que están definidos en el Credo que rezamos todos los domingos en la Eucaristía. Y esto porque el Evangelio, para que tenga garantía, ha de estar enraizado en la tradición y enseñanza de la Iglesia. El Evangelio no se interpreta por puros sentimientos religiosos sino que ha de ser explicado a la luz de la enseñanza de la Iglesia que Jesucristo confió a través de sus apóstoles.

Ya el Papa San Juan Pablo II decía que la formación de los fieles laicos tiene como objetivo fundamental el descubrimiento cada vez más claro de la propia vocación y la disponibilidad siempre mayor para vivirla en el cumplimiento de la propia misión (Cfr, Christifideles laici, 58). Por lo tanto la formación no es una serie de clases muy bien trazadas y ordenadas que hacen sentir que uno algo sabe. La formación es vivir a la luz de lo que Dios quiere de nosotros para ejercitar el testimonio de la caridad que da luz a la mente, fortaleza a la voluntad y ánimo para seguir mostrando que Dios existe porque se ha hecho presente en la vida del evangelizador.
La formación no es buscar los entresijos ideológicos para demostrar que uno vale más que los demás. La formación es vivir con la humildad de anunciar no los propios logros intelectuales o descubrimientos personales sino hacer que brille la enseñanza de la Iglesia que viene bien resumida en el Catecismo de la Iglesia Católica. Todos los demás aditivos serán importantes para comprender lo que es definitivo. La formación espiritual ha de ocupar un puesto privilegiado en orden a crecer en la intimidad con Jesús, en la conformidad con la voluntad del Padre y en la entrega a los hermanos. La formación doctrinal es fundamental, no sólo para la profundización de la propia fe, sino también para ser capaces de dar razón de la esperanza cristiana frente al mundo y sus graves y complejos problemas.

Actitud de servicio. El amor sirve no se sirve, puesto que considera al otro como persona, no como un objeto sino como un sujeto creado por Dios a su imágen. En la actualidad persiste una visión reductiva de la persona humana. Se la reduce a su corporeidad que es una visión materialista, a un objeto de placer o consumo como visión hedonista, a una mera pieza social o laboral que implica una visión sociologística, a un animal sofisticado que cae en una visión cientista o mecanicista o, incluso, se va al otro extremo, exagerando su dimensión espiritual, hasta el punto de restarle importancia moral a su corporeidad que se escora hacia una visión espiritualista errónea o de “Nueva Era”. La persona es una unidad substancial de alma espiritual y cuerpo material. El cuerpo es parte intrínseca de la persona y no un mero accidente suyo; no es un traje que me pongo y luego me quito. De ahí que la actitud de servicio de amor y caridad hace posible que se considere al ser humano por lo que es en su propia identidad. El mejor servicio se da cuando al otro se le considera persona.

Testigos del evangelio. La nueva evangelización necesita testigos apasionados para mostrar la grandeza de lo que es la experiencia de Dios en la realidad humana. Un humanismo sin la mirada alta de la transcendencia se puede convertir en enemigo de sí mismo y se deshumaniza. Sólo Jesucristo nos lleva a la auténtica humanización y la evangelización es cauce para conseguir dicho fin.

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