1.- En esta fiesta tan significativa donde contemplamos a María y a José que presentan en el templo a Jesús nos reunimos un año más para presentar y gozar de la vocación, tan bella, que es la VIDA CONSAGRADA. En tiempos recios que nos toca vivir más amigos de Dios hemos de ser y aún más hemos de apostar por la humanidad y sociedad que nos toca vivir. En todos hay un sentimiento de aparente fracaso al ver que las vocaciones no son tan numerosas como antes, que la gran mayoría de los consagrados se pasa ya de una edad respetable, que no se tienen las mismas fuerzas que en otros tiempos, que la evangelización se ha convertido en un signo de contradicción en muchos momentos, que la sociedad no vibra cuando nos ve… Y así podríamos analizar y relatar muchas cosas que llevamos en el corazón, que las hablamos, pero en muchos momentos nos las guardamos con cierto dolor en el alma.

Viene la Palabra de Dios y nos dice: “El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré? El Señor es la defensa de mi vida, ¿quién me hará temblar?” (Sal 26, 1). Cuando preparaba esta homilía me venían ciertos temores y uno de ellos era cómo podría convencerme y convenceros para alentaros y animaros con abundancia. Después sentía y ¿qué les puedo decir para que salgan de la Eucaristía ilusionados? En mi corazón sentí un gran abandono y soledad. Y este salmo me levantó el ánimo: ¡A quién voy a temer! Me fui a la Capilla y dije al Señor: Mira yo no conozco lo que sucede en el interior del corazón de los consagrados y de las consagradas, pero Tú si los conoces. ¡Entra en su corazón e ilumínalos! Quiero ser un Cirineo suyo tanto en los buenos momentos como en los momentos de sufrimiento. Contigo lo haré. Y Tú serás “fuego purificador”. Me sentí más aliviado. Os vi como un gran regalo para la humanidad y en medio de la Iglesia. Sois un signo de gozo y una luz de amor.

2.- Cuando visito a los Monasterios, a las Comunidades, a los Colegios y a las diversas Instituciones que servís, encuentro un ambiente tan grande de entrega, de generosidad, de sacrificio, de oblación y de amor que me hace exultar de gozo por dentro. Por otra parte sabemos, que los mejores crustáceos que hay en el mar, están probados por fuertes corrientes marinas y usando esta metáfora deciros que no es menos probada vuestra vida y así nos dice la Carta a los Hebreos: “Como él mismo fue probado por medio del sufrimiento, puede ahora ayudar a los que están sometidos a la prueba” (2, 18). Es curioso constatar que las mayores dificultades que encuentran los jóvenes para vivir en consagración o en matrimonio es el miedo al sufrimiento que pueda acarrear. Y de esto nadie puede huir. Por eso se requiere una mística espiritual especial. “Jesucristo, al tomar sobre Sí nuestras flaquezas nos ha alcanzado una fortaleza que vence nuestra debilidad natural. Sometiéndose la noche anterior a la Pasión, a padecer en el huerto de Getsemaní aquellos temores, angustias y tristezas, nos mereció el valor de resistir las amenazas de los que quieren nuestra perversión; nos alcanzó el valor de vencer el tedio que experimentamos en la oración, en la mortificación y en los ejercicios de piedad; y, finalmente, da la fortaleza para sufrir con paz y alegría las adversidades” (San Alfonso María de Ligorio, Reflexiones sobre la Pasión 9, 1).

La vida consagrada –bien se puede afirmar- es luz de amor porque como dice el lema de este año la vida consagrada es encuentro con el amor de Dios. ¡Qué gran suerte tenemos! Lo mismo le sucedió a Simeón al contemplar, entre sus brazos, al Hijo de Dios y proclamar:”Ahora Señor puedes dejar a tu siervo irse en paz, según tu palabra: porque mis ojos han visto tu salvación” (Lc 2, 29-30). Nunca hemos de sentirnos huérfanos aún cuando parezca que todo se desvanece: “No os dejaré huérfanos, yo volveré a vosotros” (Jn14, 18). Aquí radica fundamentalmente el espíritu de confianza que ha de anidarse en nuestros corazones. “Tener al Señor en las manos es el antídoto contra el misticismo aislado y el activismo desenfrenado, porque el encuentro real con Jesús endereza tanto al devoto sentimental como al frenético activista. Vivir el encuentro con Jesús es también el remedio para la parálisis de la normalidad, es abrirse a la cotidiana agitación de la gracia. Dejarse encontrar con Jesús, ayudar a encontrar a Jesús: este es el secreto para manifestar viva la llama de la vida espiritual. Es la manera de escapar a una vida asfixiada, dominada por los lamentos, la amargura y las inevitables decepciones” (Papa Francisco, Homilía – XXII Jornada Mundial de Vida Consagrada -La vida religiosa es alba perenne de la Iglesia-, Basílica de San Pedro-Roma, 2 de Febrero 2018). La vida en Cristo supone saber morir y nos pone el ejemplo del grano de trigo: “En verdad, en verdad os digo que si el grano de trigo no muere al caer en tierra, queda infecundo; pero si muere, produce mucho fruto” (Jn 12, 24).

La vida consagrada es testimonio de lo que va a ser el futuro donde Jesucristo se manifestará y “fue conveniente que se manifestara la exaltación de su gloria de tal manera, que estuviera unida a la humildad de su pasión” (San Agustín, In Ioannis Evangelium 51, 8). Esta es la pedagogía que nos lleva a ser totalmente de Jesucristo. Un cristiano o un consagrado que no pone en el centro de su vida esta forma de entrega, se quedaría marginado o desplazado del plan que Dios tiene sobre él. “La vida consagrada nace y renace del encuentro con Jesús tal como es: pobre, casto y obediente. Se mueve por una doble vía; por un lado, la iniciativa amorosa de Dios, de la que todo comienza y a la que siempre debemos regresar; por otro lado, nuestra respuesta, que es de amor verdadero cuando se da sin peros ni excusas, y cuando imita a Jesús pobre, casto y obediente” (Loc.cit. – Papa Francisco-).

3.- Hoy es un día para dar gracias y para mostrar que la vida consagrada no sólo es necesaria sino urgente en la vida de la Iglesia y en la experiencia de la sociedad. El barco cuando surca los mares, a la hora de hacer puerto, necesita un faro que le ilumine. Nuestras vidas consagradas cooperan a ser luz con Cristo que nos dice: “Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida” (Jn 8, 12). Jesucristo es Luz bajo un doble aspecto: Él es luz que ilumina la inteligencia por ser la plenitud de la Revelación divina; y es luz también porque ilumina la interioridad del ser humano para que pueda aceptar esa Revelación y hacerla vida suya. “En Cristo y por Cristo, Dios se ha revelado plenamente a la humanidad y se ha acercado definitivamente a ella y, al mismo tiempo, en Cristo y por Cristo, el ser humano ha conseguido plena conciencia de su dignidad, de su elevación, del valor trascendental de la propia humanidad, del sentido de su existencia” (Juan Pablo II, Redemptor hominis, n. 11).

La sociedad espera de nosotros que seamos fiel reflejo del amor de Dios que se nos ha manifestado en Jesucristo. Ruego a la Virgen María que nos ampare siempre y nos ayude a caminar con la mirada puesta en las promesas de su Hijo Jesucristo. ¡Enhorabuena a todos vosotros consagrados y vivid con gozo vuestra consagración!

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