Através de estas cartas quiero reflexionar sobre la labor que ejerce el sacerdote en medio de la sociedad y como ministro ordenado en la Iglesia para llevar con su servicio y entrega la Voz, la Vida y el Amor a los pobres siguiendo el ejemplo del Maestro. Son los tres dones que Dios le concede, al sacerdote, para que pueda ponerlos al servicio de todos.

Cuando era joven, con mis 18 años, sentí en lo más íntimo de mi mismo que la vida es breve y conviene invertirla bien. Muchas ideas rondaban en mi mente y en mi corazón. Pensaba que construir una familia era maravilloso. Pero un día tuve una luz especial que desbordaba mi propia forma de pensar. Sentía que ser sacerdote no sólo me ilusionaba sino que hasta me fascinaba puesto que su entrega a los demás era como la esponja que absorbe y limpia. El sacerdote con su servicio ya no sólo absorbe las miserias humanas sino que las limpia con la vida sacramental. La humanidad tiene necesidad de guías que indiquen las rutas a seguir en la escalada. Si los guías fallan la desorientación es inmensa y las pérdidas en la selva o en la montaña son mortales.

Había en mi vida un sentimiento profundo que después, con el tiempo, descubrí en las enseñanzas del Papa Beato Pablo VI cuando decía: ”Las condiciones de la sociedad nos obligan, por tanto, a revisar métodos, a buscar por todos los medios el modo de llevar al hombre moderno el mensaje cristiano, en el cual únicamente podrá hallar respuesta a sus interrogantes y la fuerza para su empeño de solidaridad humana” (Discurso al Sacro Colegio Cardenalicio -22 de junio de 1973-: AAS 65). Y para ello se requieren personas que entreguen su vida a tal causa. ¡Yo así lo sentí! Ante tantas preguntas que el ser humano se hace, se necesitan testigos que sepan mostrar la enseñanza y la vida de Jesucristo. Los años del Seminario me formaron para mirar a la realidad con la misma mirada de Jesucristo que vino a estar entre nosotros para darnos su vida y su gracia. No hay suerte mayor que seguir los pasos de Cristo y como seminarista así lo sentía y vivía.

Una de las grandes tentaciones que hoy se presentan al seminarista es la de la frustracción al observar que la sociedad aparentemente está ausente de la vida espiritual cristiana. Muchos son los síntomas y muchas son las manifestaciones de todo tipo que lo avalan. Pero esto no ha de ser obstáculo para buscar una mayor entrega generosa a fin de que el ser humano descubra la grandeza de amar y de creer puesto que está llamado a metas altas de felicidad que sólo en Dios se puede hallar. Si preguntamos a cualquiera: “¿Qué es lo que más ansías en tu vida? ” Responderá: “¡La felicidad! ” Todos queremos ser felices y la felicidad tiene un origen y un fin: Dios Amor. Por mucho que el materialismo, el hedonismo y el pansexualismo ofrezcan la felicidad, sabemos que es una falacia puesto que engaña y a los efectos me remito: Mayor soledad, decepción existencial, falta del sentido vital, depresiones amargas… No es fácil convencer a la primera pero sí al final puesto que el ser humano está llamado a forjarse en el auténtico amor cuyo fruto es la felicidad. ¡Sólo en Dios se encontrará!

El candidato al sacerdocio -el seminarista- se ha de preparar humana, intelectual, espiritual, fraternal y pastoralmente para arriesgarse, en el nombre de Jesucristo, a ser su portavoz y su testigo ante los grandes retos que nos ofrece la sociedad. Antes que achantarse conviene se fíe y confíe en las manos del Maestro para ofrecer su propia vida sin buscar éxitos y honores que son la forma de pagar de la mundanidad. El seminarista ha de pertrecharse en la oración y en la vida sacramental para que no sean sus dotes sino su vida que refleje a Cristo. Ha de formarse profundamente en los estudios para dar razón de la fe, esperanza y caridad ante los interlocutores que le asaltarán. Y ha de tener presente que su vida tiene un propietario que es Jesucristo. En la expropiación de sí mismo, por amor a Cristo y a la Iglesia, encontrará la auténtica felicidad y el alivio gozoso. El seminarista aquí encontrará la razón de su llamada y para qué está llamado.

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