Nada hay más grande en la experiencia humana que tener la posibilidad y facultad de ser felices. Todos buscamos la felicidad. Lo que nos preguntamos es saber dónde se encuentra este tesoro que traspasa el tiempo y el espacio. Durante siglos muchos filósofos, científicos y pensadores han estudiado a la humanidad para determinar el origen de la felicidad. Concuerdan generalmente que la felicidad está en contemplar a Dios, no como obligación sino como esencia de vida. Tal vez los momentos históricos que pasamos nos ofrecen fuentes aparentes e ilusorias que no dan la felicidad porque les falta la esencia que da gusto a la vida.

1.- Si preguntáramos a San Francisco de Javier cuál fue la fuente de su felicidad sin duda que nos respondería: “No busques en las vanaglorias de la vida la felicidad. No busques en el prestigio la felicidad. No busques en los honores la felicidad. No busques en el poder y el dinero la felicidad… Búscala más allá porque si en todo sirves y amas encontraras la fuente de la felicidad que es Jesucristo”. Tal vez una de las angustias más frecuentes que se anidan en el corazón de la persona de hoy: la desilusión y la fatiga de vivir. Ante tal situación la mirada ha de ser tan firme y valiente como fue la de Francisco de Javier. Se fió de Dios y no tuvo miedo ninguno porque él se fió y dijo: “Señor, tú tienes palabras de vida eterna” (Sal 18, 8). Buscamos y queremos encontrar lo que más seguridad nos de. Lo tenemos en nuestras manos y no nos habíamos dado cuenta: la Palabra de Dios.

Hoy nos hemos acercado a Javier, a esta gran explanada, para seguir haciéndonos esta pregunta, mejor dicho que Alguien nos pregunta: “¿Qué buscáis?” (Jn 1, 38). Es lo que hizo el Maestro con los discípulos. También nos ocurre a nosotros cuando emprendemos o comenzamos algún trabajo, cuando sentimos que dentro de nuestro interior se susurra una llamada de Dios, cuando llevamos tiempo en una gozosa expectativa, cuando siendo mayores nos vemos sin fuerzas y las enfermedades afloran, cuando estamos acosados por circunstancias dolorosas… surge esta pregunta: “¿Qué buscáis? (Jn 1, 38). Recuerdo la experiencia de un joven que estaba dando vueltas y vueltas ante lo que le iba a deparar la vida, pero estaba intranquilo porque el pasado ya no lo podía recuperar y el futuro era incierto. Sólo tenía lo que le estaba sucediendo en el presente. Y hubo una persona que le dijo: “No te preocupes tanto; procura vivir bien el presente, el momento que estás viviendo ahora. El pasado ponlo en las manos de Dios, el futuro dile que -al no saber lo que sucederá- en Él confías. Y el presente vívelo con la intensidad de amor que Cristo te sugiere como a los apóstoles: Venid y veréis (Jn 1, 39)”.

El seguimiento a Jesucristo no es una quimera, ni un fantasmada, es una forma de vivir seguros porque no es el programa que nosotros podamos hacer sino la confianza en Dios que tiene el mejor secreto y que nos ayudará para seguir el camino de la auténtica verdad y felicidad. Basta que confiemos en Él y cumplamos su voluntad. No importa la vocación, a la que te llame el Señor, lo que importa es saber cumplir su deseo y seguirle. “Porque lo necio de Dios es más sabio que los hombres, y lo débil de Dios es más fuerte que los hombres” (1Cor 1, 25). Solemos tender en buscar signos e intentar vivir y basar la fe en lo que perciben nuestros sentidos.

La tentación de los racionalistas es que buscan razones y se consideran árbitros de la verdad y ven como necedad lo que no se basa en demostración irrefutable. “Para el mundo, es decir, para los prudentes del mundo su sabiduría se hizo ceguera; no pudieron por ella conocer a Dios (…). Por tanto, como el mundo se ensoberbecía en la vanidad de sus dogmas, el Señor estableció la fe de los que habían de salvarse precisamente en lo que aparece indigno y necio, para que, fallando todas las presunciones humanas, sólo la gracia de Dios revelara lo que la inteligencia humana no puede comprehender” (San León Magno, Sermo 5 De Nativitate). No cabe duda que cuando hablamos de cruz a nuestro alrededor se produce un murmullo o un silencio puesto que no se quiere oír esa palabra; no interesa, porque lo aparentemente placentero agrada mucho más. De todas formas San Pablo nos lo ha dicho con mucha claridad: “Nosotros en cambio predicamos a Cristo crucificado, escándalo para los judíos, necedad para los gentiles; pero para los llamados, judíos y griegos, predicamos a Cristo, fuerza de Dios y sabiduría de Dios” (1Cor 1, 22-24). Lo auténtico y válido no viene de la experiencia a secas, sino que viene definido puesto que nadie, fuera Cristo, lo puede hacer mejor: el sufrimiento que se ofrece por amor, se alivia; así lo vivió Él y nos hace partícipes de su propia vida sólo y exclusivamente por amor y para salvarnos.

2.- En el evangelio que hemos escuchado, el Señor pone la mirada en el Templo que ha de ser un recinto sagrado y que sólo tiene una finalidad: adorar a Dios. Los artistas al planificar y construir un templo han encontrado siempre, según las épocas, poner el acento en algún atributo de Dios o han ido poniendo paso a paso las motivaciones de la fe que el pueblo de Dios profesaba. Con el tiempo esas bellas formas del arte -tan propias de su tiempo- se pueden convertir en la única apreciación del visitante y nos ocurre, como a los que estaban utilizando los recintos del templo, que se olvidaban de lo fundamental: Dar Gloria a Dios y adorarlo. De modo especial Jesucristo les advierte que el Templo se puede destruir, como había sucedido, pero que Él al ser el Templo Vivo nadie lo podrá destruir puesto que todo vendrá reconstruido porque ha resucitado.

¿Queréis ser felices? ¿Queréis construir vuestra vida sobre cimientos que nadie podrá destruir? ¿Queréis dar sentido a vuestra vocación? ¿Queréis ser testigos del mejor mensaje que la sociedad necesita? ¿Queréis dar sentido a vuestra vida y a la vida de los que os rodean? ¿Queréis vivir con gozo lo que te sucede hoy y en este momento?… No lo olvides, la respuesta la encontrarás en Jesucristo. Imitemos a San Francisco de Javier que se fió sólo de la Palabra de Dios y se entregó -sin medida- a vivirla. Se lo pedimos hoy. ¡Por eso habéis venido! Y ahora en Cuaresma haced una buena Confesión Sacramental para que en la Pascua acojamos al Resucitado con la alegría que ella nos da. La Virgen María que supo ser humilde nos enseñe a mirar la vida no con nuestros ojos sino con los ojos de su Hijo Jesucristo.

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