Ya dispuestos para la celebración de las fiestas de San Fermín deseo que sean momentos para ahondar en la experiencia de un santo que mucho nos debe enseñar. Me causa pena y dolor que las fiestas de tal santo se puedan convertir en una manifestación pagana, en un jolgorio superficial y en una diversión babilónica. Apelar a San Fermín es apelar a nuestro estilo de vida cristiana. Todo lo demás –con características superficiales y paganas- es una ofensa al santo que proclamamos.

La religiosidad popular que tanto auge tiene y tuvo en la experiencia de la Iglesia Católica traspasó fronteras. Ahí tenemos la gran labor que realizaron nuestros misioneros en países desconocidos y de modo especial en América. Nos agradecen, las comunidades cristianas de esas tierras, el impulso religioso que infundimos con pasión y amor. La vida de San Fermín es un estimulo, en estos tiempos que nos toca vivir, para todos los creyentes y más aún debe ser faro de luz para tantos que tienen deseos de conocer a Dios.

Las fiestas de Jesucristo, la memoria de los Santos o las peregrinaciones a los santuarios y las devociones a la Virgen María, en sus diversas advocaciones, han de ayudar a crecer en el encuentro con Dios. Esta religiosidad popular o piedad popular o espiritualidad popular es una forma especial para promover la Palabra de Dios, es un encuentro con el misterio gozoso a la que invita la talla del Cristo o la figura del Santo o la imagen de la Virgen María. Los peregrinos, los romeros o los cofrades/hermanos “deben sentirse en su casa como esperado, amado y mirado con ojos de misericordia. Sea quien sea, joven o anciano, rico o pobre, enfermo y probado o turista curioso, puede encontrar la acogida requerida, porque en cada uno está el corazón que busca a Dios, a veces sin darse cuenta plenamente. Hagamos que cada peregrino tenga la alegría de sentirse finalmente comprendido y amado. De esta manera, volviendo a casa sentirá nostalgia por lo que ha experimentado y tendrá el deseo de volver, pero sobre todo querrá continuar el camino de fe en su vida ordinaria” (Papa Francisco, 21 de enero 2016).

La vida y testimonio de los Santos nos animan para seguir luchando en el camino hacia la santidad. Y no puede existir verdadera caridad si no dejamos que el Espíritu del Señor sea el dueño y patrón de nuestra vida. Ahora bien recordar y aclamar a los Santos conlleva dejarse trabajar por Dios Misericordioso. “El Santuario es la casa del perdón, donde cada uno se encuentra con la ternura del Padre que tiene misericordia de todos, sin excluir a nadie. Quien se acerca al confesionario lo hace porque está arrepentido, arrepentido de su pecado. Siente la necesidad de acercarse allí. Percibe claramente que Dios no lo condena, sino que lo acoge y lo abraza, como el padre del hijo prodigo, para devolverle la dignidad filial. Los sacerdotes, con la acogida particular, ofrecen el perdón de Dios y desarrollan un ministerio en los santuarios y son mediación de acercamiento a la misericordia divina” (Papa Francisco, 21 de enero 2016).

El día 7 de Julio próximo será el final del Año Jubilar que el Papa Francisco nos concedió hace un año. El balance de este Año Jubilar ha sido muy fructífero puesto que muchos se han lucrado de la gracia jubilar consistente en no tener apego al pecado, confesarse sacramentalmente, comulgar en la Eucaristía y rezar por las intenciones del Papa. Tanto las celebraciones litúrgicas que se han ido desarrollando en la Capilla de San Fermín como en la Parroquia de San Saturnino o las celebraciones diversas en la Catedral de Pamplona y añadidas a la parroquia de San Fermín en el barrio de la Milagrosa de Pamplona como en la parroquia de Lesaka, dan fe de los frutos que el Señor nos ha regalado y que nosotros con gozo hemos recibido. Así bien se puede decir: ¡¡¡Viva San Fermín-Gora San Fermín!!!

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