Jesus Christ accompanies the soul of a man towards the Kingdom of Heaven.

No cabe duda que hoy es muy importante aprender a conducir puesto que los automóviles son casi imprescindibles para poderse uno trasladar de un lugar a otro. Y si esto es necesario en la automoción, también lo es en la educación que tiene como objetivo aprender uno para conducirse en la vida. Cuando hay problemas de tipo síquico conviene dejarse llevar por las indicaciones de los expertos en sicología/siquiatría. Lo mismo podemos decir en la vida espiritual. Se requiere tener al lado una persona experta que conoce los caminos espirituales para ayudar e indicar, al dirigido, a llegar a la meta que es la salvación en Jesucristo. Todos en la vida necesitamos personas bien experimentadas que puedan orientarnos para no caer en las fuertes redes de la desidia, de la comodidad o del “aquí me las den todas que yo me valgo por mí mismo”.

Los grandes santos han sido magníficos directores espirituales. Ya San Juan de la Cruz se expresaba así: “Y adviértase que para este camino, a lo menos subido de él y aún para lo mediano, apenas se hallará a un guía cabal según todas las partes que ha menester, porque, además de ser sabio y discreto, es menester que sea experimentado. Porque para guiar el espíritu, aunque el fundamentos es el saber y la discreción, si no hay experiencia de lo que es puro y verdadero espíritu, no atinará a encaminar al alma en el camino que lleva a Dios, cuando Dios se lo da, ni aún lo entenderá” (Llama de amor viva, 3. n. 30). Nadie da lo que no tiene o viceversa, de ahí que la dirección espiritual debe llevarse siempre con mucho tiento, con gran experiencia de amor de Dios y en comunión con la enseñanza de la Iglesia.

Hoy en el ambiente social se considera la sicología/siquiatría como casi lo único que puede orientar o armonizar las cuerdas del alma. Y si bien es cierto que su apoyo es, muchas veces imprescindible, también es cierto que no es absoluto. El ser humano tiene ansias de transcendencia o de una razón que supera lo inmanente; tiene deseos de espiritualidad. Lo podemos comprobar a lo largo de la experiencia humana y como me decía una persona: “Las realidades que vivo, llenas de materialismo, de bienestar, de hedonismo y de expectativas inalcanzables, me aburren y me deprimen. Quiero algo más que llene mi propia vida. No soporto lo inmanente como lo único que existe”. Es verdad que, en lo más hondo del alma, hay deseos de paz, de luz, de amor y de felicidad.

Por eso en la dirección espiritual se habla del trato personal con Jesucristo, de la fe que se sostiene cuando se siente el Amor de Dios que se hace presente en los Sacramentos, del mejoramiento del trato con los que nos encontramos cada día, del sentido del servicio, de buscar la justicia, la verdad, el amor y la misericordia, de la búsqueda en ejercitar el amor y la unión con la comunidad de pertenencia, de la vivencia moral en los actos que impregnan cada día, de la delicadeza a la hora de vivir la propia vocación, del testimonio en ambientes –a veces- difíciles o incluso de sospecha y rechazo, del servicio y cercanía con los más necesitados de amor, de la pasión por ser misioneros como fueron los primeros cristianos, del examen para analizar y cuidar el proceso de santidad en la propia vida. Son mucho los temas que afectan a la propia existencia para comprender el Evangelio y aplicarlo a la vida. No se ha de perder de vista que el Espíritu Santo se hace presente en medio de este camino y que su luz se enlaza con la Enseñanza de la Iglesia.

La dirección espiritual no es una novedad actual; siempre ha existido. Ahora bien en momentos turbulentos como los actuales más hemos de saber atenernos, con inteligencia, y acercarnos a aquellos que pueden ayudarnos a revisar espiritualmente nuestra vida. Como decía Pío XII: “En el camino de la vida espiritual no os fiéis de vosotros mismos, sino que, con sencillez y docilidad, pedid consejo y aceptad la ayuda de quien, con sabia moderación, puede guiar vuestro espíritu, indicaros los peligros, sugeriros los remedios oportunos, y en todas las dificultades internas y externas os puede dirigir rectamente y encaminaros a ser cada día más perfectos […] Sin esta prudente guía de la conciencia, de modo ordinario, es muy difícil secundar convenientemente los impulsos del Espíritu Santo y de la gracia divina” (Menti nostrae, 23 de septiembre 1950). Muy importante, por tanto, es la de dirigir nuestra vida como el buen conductor de automóvil que respetando las señales llegará a la meta con bien y sin dificultades.

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