Me impresiona cuando leo el evangelio y oigo decir a Jesús: “Dejad a los niños y no les impidáis que vengan conmigo, porque de los que son como ellos es el Reino de los Cielos” (Mt 19, 14). Con esto la sabiduría que muestra Jesús es de sumo calado. Los que se asemejan a los niños no quiere decir que sean personalidades pueriles, es mucho más lo que nos quiere decir Jesús, puesto que lo más grave en el ser humano es la soberbia y el orgullo que conduce a la mentira, a la falta de generosidad, a la falta de laboriosidad, a la falta de la pureza de corazón y costumbres y a la falta de sobriedad.

Nos pone de ejemplo al niño y no es para que simplemente consideremos la inocencia del mismo sino para indicar el sentido de que aún el corazón del niño no está contaminado por los malos hábitos, sino que está aún limpio su corazón. Así se entiende la bienaventuranza: “Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios” (Mt 5, 8).

El tiempo siempre da la razón a lo que se ha fraguado y vivido en lo sencillo de cada día y si se realiza con limpieza y pureza de corazón pues mucho mejor: “La pureza de corazón es el preámbulo de la visión. Ya desde ahora esta pureza nos concede ver según Dios, recibir a otro como un ‘prójimo´; nos permite considerar el cuerpo humano, el nuestro y el del prójimo, como un templo del Espíritu Santo, una manifestación de la belleza divina” (Catecismo de la Iglesia Católica, n.2519). Si hacemos una mera reflexión sobre lo que ocurre, en muchas circunstancias, en la historia del presente podemos deducir que no hay efecto sin causa. Y la causa de todos los males es la corrupción del corazón y considerar el cuerpo humano como un objeto de placer. Por eso Jesús pone el dedo en la yaga y dice que quien tiene un corazón limpio como el de los niños, ese ya vive el Reino de Dios y puede ver a Dios.

La Jornada de Infancia Misionera que vamos a celebrar tiene como lema este año 2019: “Con Jesús a Belén: ¡Qué buena noticia!”. Es un recorrido que se quiere realizar con los niños para caminar durante estos años en un sendero espiritual que ayude a la comprensión del gran misterio de amor que Jesús nos trae con su presencia entre nosotros.

Este año nos fijaremos en que Jesús ya está entre nosotros, es un recién nacido. Comenzamos un recorrido de Nazaret a Belén con María y José, para descubrir el sentido misionero del nacimiento de Jesús y todos los acontecimientos que lo rodearon. Contemplemos a la Virgen que le anuncia el arcángel San Gabriel: “Y entró donde estaba ella y le dijo: -Dios te salve, llena de gracia, el Señor está contigo” (Lc 1,28). Este pasaje ha de ayudar a los niños para que sepan situarse en el gran misterio y de qué modo vino el Hijo de Dios a habitar entre nosotros por medio de una madre virgen, y ya embarazada, desde Nazaret, se fue a Ain-Karén (pueblo cerca de Jerusalén) para ayudar a su prima Santa Isabel y después en Jerusalén, donde no encuentran posada María y José y a las afueras, en Belén, nació Jesús en una gruta.

Recuerdo de niño el bien que me hizo leer estos pasajes del evangelio que en catequesis nos explicaba -con filminas- el párroco del pueblo. ¡Nunca se me olvidará! Además provocaba una sensación tan extraordinaria que nos sentíamos los niños agradecidos por la manera tan sencilla en la que se nos hace presente Jesús. Tal vez allí nació en mi corazón el deseo de ser misionero para anunciar a Jesús y seguir sus indicaciones.

Despertar el sentido misionero de los niños es primordial, ya que, desde el sacramento del bautismo, todos somos misioneros. De ahí viene que, cuanto más amigos de Jesucristo nos hagamos, más misioneros seremos.

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