“SESENTA AÑOS DE TRABAJO POR LA DIGNIDAD DE LAS PERSONAS” (CAMPAÑA CONTRA EL HAMBRE DE MANOS UNIDAS)

Este año, Manos Unidas celebra el sesenta aniversario de su creación, un acontecimiento al que nos unimos con gozo y alegría. Sesenta años de compromiso incansable en la lucha contra el hambre en el mundo. Desde su fundación en 1959, esta institución fue consciente de la vinculación entre el trabajo para el desarrollo y el trabajo por los Derechos Humanos, ya que muchas situaciones de hambre, pobreza y miseria hunden sus raíces en la privación de esos Derechos fundamentales.

Ya en sus orígenes, Manos Unidas denunciaba el “hambre de paz, de cultura y de Dios que padece gran parte de la humanidad”. Inspirándose en el Evangelio y en la Doctrina Social de la Iglesia, siempre ha promovido dos líneas de trabajo:

  1. Sensibilización: dar a conocer y denunciar la existencia del hambre y de la pobreza, como parte de la vida diaria de más de 800 millones de personas, sus causas y sus posibles soluciones. Para ello, se realizan acciones cuyo objetivo es aumentar la conciencia y el compromiso de las personas para lograr un mundo más justo y más humano. La educación para el desarrollo, para una vida solidaria y sostenible, pretende influir en los dos grandes focos donde residen las causas de la injusticia: nuestros comportamientos individuales basados en valores y actitudes contrarias a la solidaridad y el comportamiento de las instituciones que conforman las estructuras injustas que generan pobreza y exclusión.
  2. Cooperación al desarrollo: reunir medios económicos para financiar los programas, planes y proyectos de desarrollo integral dirigidos a atender estas necesidades. Para Manos Unidas, el desarrollo es un proceso que debe llevar a transformaciones y cambios sociales tanto en el Norte como en el Sur, de forma que se alcancen condiciones de vida digna para todas las personas.

A lo largo de estos sesenta años, se ha confirmado que el derecho a la alimentación, que impulsa la lucha contra el hambre en Manos Unidas, no es un derecho inconexo, sino que está vinculado y es dependiente de otros derechos: al agua, a la tierra, a la educación, a la salud, al trabajo… Por ello, las acciones con las que esta organización trata de transformar las situaciones injustas, las plantean desde un “enfoque de derechos”, ya que no es posible garantizar un solo derecho aislado.

Para mejorar las condiciones de vida de millones de seres humanos en Asia, África y América Latina, Manos Unidas centra su trabajo en acompañar y apoyar proyectos de desarrollo agrícola, sanitario, educativo, social y de promoción de la mujer. La mayor dedicación a estos sectores, no obstante, no ha impedido abordar, también, algunos aspectos específicos relativos a la acogida de refugiados, tan necesaria en nuestro tiempo, a la gestión medioambiental o al fortalecimiento de las organizaciones e instituciones locales. Asimismo, ha estado presente en los casos de emergencias humanitarias en situaciones especiales: las crisis de hambrunas, los terremotos, los tsunamis…

Agradecemos a Dios el regalo de Manos Unidas que nos da la posibilidad de compartir y llegar a tantas personas y lugares apartados, y promover un desarrollo humano integral, solidario, sostenible, participativo que reconozca los derechos de las personas más vulnerables. Es aquí donde resuena la Palabra de Dios: “Porque tuve hambre y me disteis de comer; tuve sed y me disteis de beber; era peregrino y me acogisteis; estaba desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme” (Mt 25, 35-36). Por eso os animo, queridos diocesanos, a colaborar con generosidad en la construcción de un mundo más justo y equitativo. Porque, en palabras del Papa Francisco: “Sólo cuando se es solidario de una manera concreta, superando visiones egoístas e intereses de parte, también se podrá lograr finalmente el objetivo de eliminar las formas de indigencia determinadas por la carencia de alimentos. Educar en la solidaridad significa educar en la humanidad”. Que la solidaria fraternidad nos impulse a testificar que es al mismo Jesucristo a quien ayudamos en las distintas personas necesitadas: “En verdad cuanto hicisteis a uno de estos hermanos más pequeños, a mí me lo hicisteis” (Mt 25, 39).

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